martes, 26 de junio de 2018

Nicaragua: palabras deshabitadas


Existen palabras deshabitadas, tejidas con hilos desleales, que no se afirman en sus costuras, palabras que se deshilachan en el ocaso. En América Latina y en el Caribe, desconcierta la modorra de una gélida “izquierda”, insensible y pusilánime, que aspiró a ser la gran novedad del siglo XXI.  El populismo tercermundista es un hijastro malquerido del estalinismo, que heredó la odiosa costumbre de catalogar el dolor humano según conveniencias insalubres, como ahora, en Nicaragua. Conviene decir que el dolor es dolor, que el dolor parido por la injusticia es uno, sea en el norte o sea en el sur, o, en cualquier otra dirección que uno pueda imaginar.  


Ocurre que esta “izquierda”, desafortunadamente mayoritaria, es muy egoísta frente al dolor: la  empatía para el sufrido la reparte desigual y, no pocas veces, se la ha negado a otros dolientes, como a las víctimas de Ortega. Dicho lastre moral, nació hace mucho en el Kremlin, cuyo eco fúnebre todavía resuena.  No es que la derecha no pueda padecer de la misma enfermedad, o cualquier otra tolda, pero ocurre que para las “izquierdas” el tema es particularmente pertinente, por asumirse ellas la devota encarnación de los oprimidos. Al escribir la palabra “izquierda”, al entrecomillarla, la siento vacía de humanismo, desfigurada, y no pocas veces con tufos de fascismo. Para esta “izquierda” no todos los dolores son dignos de aprecio, sino los que ella escoja.  Así, el paladar por los derechos humanos, deviene en arbitrario y excluyente.


Es desconcertante el pétreo antifaz de una izquierda “progre” que no se duele ante el hecho de los jóvenes asesinados por la dictadura orteguista, ni por el gimoteo de muchas madres enlutadas. Ni se duele por el hambre en Venezuela, ni por la ausencia de la libertad de expresión en Cuba. Este progresismo es muy duro de corazón. Inadvierte a su antojo el sufrimiento de la carne y el  espíritu, le da la espalda al estertor de los huesos, y a la tibia sangre, vertida por cada vida cegada a manos del poder político.


Entre los apologistas de esta “izquierda”, la falacia es reina: si un factor es enemigo o compite con los Estados Unidos, entonces, ipso facto, dicho factor es positivo y merece su defensa. Lo mismo es Irán que Corea del Norte, lo mismo Nicaragua que Vietnam.  Probablemente, sería igual, la Revolución Cultural de Mao, como igual los Jemeres Rojos de Pol Pot. No hay más análisis. Concurre a este perfil, una “izquierda” antiintelectual, inculta, y de poco corazón.


¿Es que acaso la historia no enseña? De cualquier manera, otras preguntas lucen obligatorias: ¿Dónde quedó la sensibilidad incondicional por el dolor humano? ¿No se conmueve el alma frente al abuso de todo poder, cualquier poder? ¿No acaso el ser humano está por encima de las consignas y de la voluntad de los déspotas? Si la “izquierda” desea sobrevivir, ha de dejar su sapidez por los proyectos autocráticos y, más bien,  enarbolar de forma universal el deber de fiscalizar todo poder político, sin ninguna otra lealtad con el Estado, más que el compromiso con la democracia y la justicia social. Es inaudito que haya gente de “izquierda” diseminando la desfachatez de decir, hasta el cansancio, que la actual revolución cívica nicaragüense es obra de delincuentes. Este guión no tiene ni pies ni cabeza, es disparatado, y solamente prueba lo bajo que ha caído esta “izquierda”,  al enajenar toda su capacidad analítica en la primera zahúrda de la esquina. En no pocos casos, la “izquierda” se ha convertido en un apologista de crímenes de lesa humanidad al reivindicar feas complicidades.


Con su músculo juvenil, la Revolución Cubana, amplificó en los 60 y 70, el sonido y las luces de una puesta en escena muy real, donde confluyeron todas las aguas, menos las cristalinas. Las justas aspiraciones tercermundistas y la diatriba tramposa de Moscú y Beijing,  se encamaron dando origen a frutos prohibidos. En 1968, Fidel bendijo la invasión del Pacto de Varsovia en Praga, y lo mismo hizo con la invasión soviética de Afganistán en 1979. Cuando el estalinismo sucumbió a su propia muerte, la Revolución Cubana, y el sandinismo que triunfante se instaló también en 1979, tuvieron que reinventarse desde el poder, en solitario, olvidando aquellos días, heroicos si se quiere, cuando los definió la lucha contra el poder.


Mugabe se hizo del poder en Zimbabwe, Ortega lo ve irse en Nicaragua, Arafat pudo ver el ocaso de la OLP y Gadafi pagó la necedad con su vida. Mayor es la lista. Pero a todos se los tragó el poder. Casi todos se volvieron capitalistas, indiferentes, y arroparon la memoria con glorias pasadas, que  ofrecen a los pueblos como bebida etílica. Fidel tuvo la osadía de morir de viejo, y Chávez la mala fortuna de fenecer joven. La Revolución Cubana sobrevive con el reloj en contra y la bolivariana está muerta: Maduro la degolló.


Cuando el socialismo real se hizo añicos, sus últimas sombras empezaron a deambular en las encerronas nostálgicas de los ex movimientos anticoloniales de liberación, y en recordar los suntuosos banquetes que Tito y Nehru ofrecían a los países no alineados. Al quedar sin ideología y sin recursos financieros, muchas veces generosos,  inyectados a las causas tercermundistas, los movimientos nacionalistas y socialistas quedaron muy disminuidos, en casos al borde de la extinción, o, con una identidad deshonesta.


La gente de la “izquierda progre” hace mutis cuando mira la tragedia nica. Ni siquiera duda de Ortega, “ni un tantito así”, parafraseando al Che. Pero duda, eso sí, de la carnicería en contra del pueblo, que ya contabiliza casi  300 muertos y más de mil heridos, con centenares de arbitrarias detenciones, asunto que la tiene sin cuidado, en una suerte de anestesia moral. ¿Es gente mala? No. Es gente normal, promedio, pero enamorada de una historia que ya no existe, de un pasado que cree corpóreo y ya no lo es, amarrada a un embrujo metafísico, y a un sahumerio que hace gandul al paisano de buenos propósitos y, lo peor, que la hace mezquina frente a los dolores sociales, donde un dolor es bueno y otro no, según una matemática oportunista. Con ello, la congruencia moral se vuelve trizas, y la complicidad con el verdugo de turno manifiesta.


Toda opresión es indigna, y todo opresor es mala hierba. Como mala hierba fueron quienes asesinaron a Patricio Lumumba o al cantautor chileno, Víctor Jara. Como mala hierba es Trump al decretar, al perverso estilo de un autócrata, el secuestro disfrazado de ley de miles de infantes, o, Netanyahu, que asesina sin medida palestinos, o, Juan Orlando Hernández, el tirano usurpador de Honduras.  Si el asunto es de estar con los desheredados de la Tierra, se ha de estar con todos, completamente todos, contra todo poder, cualquier poder. Los dolores de la carne, con sus huesos y su sangre, deben ser socorridos y vindicados. Porque los dolores que hieren la piel no deben ser menores que las ideas, ni menores que el partido, ni menores que la iglesia.

¡Nicaragua vencerá! Lo que el pueblo quiere es “patria libre y vivir”, como estremecido lo dijo, entre lágrimas, el maestro Carlos Mejía Godoy. Y la “izquierda” mayoritaria no lo advierte en abierta complicidad con el opresor. Las palabras deshabitadas son esos hilos desleales, irónicos, que tejen nuestras utopías para luego, como siempre, ser deshiladas e hilar otras. Este y no otro es el significado de la libertad.

https://www.elpais.cr/byline/allen-perez/

miércoles, 20 de junio de 2018

Trump: el espejo de la crueldad


Inusual en él, Trump retrocedió y no por bueno, sino por un frío cálculo maquiavélico. Sus instrucciones para separar a los menores de sus familiares en la frontera con México, resultaron en un bochorno total para la conciencia de la humanidad. Los legisladores republicanos no pudieron acompañarlo esta vez. Trump quedó al desnudo en una indecente y macabra pose. El hombre no se sonrojó; así como ordenó lo impensable, sin remordimiento lo borró.  La foto de un hombre sin escrúpulos quedará para la historia. El problema es que nosotros, todos, vivimos en su tiempo.


En los Estados Unidos el revuelo sigue. En la costa este, por ejemplo, los gobernadores Andrew Cuomo y Charlie Baker, de Nueva York y Massachusetts, respectivamente, se declararon, hace  pocos días, en desobediencia al desafiar lo que consideran “políticas inhumanas” del presidente Trump en cuanto a separar a las familias inmigrantes, los menores de sus progenitores. Lo mismo dijo John Hickenlooper, gobernador de Colorado, para quien estas medidas son “inmorales y antiamericanas”.  Los 3 gobernadores citados tienen en común la orden de no enviar a la frontera sur la guardia nacional de sus estados, como lo había solicitado Trump, con la finalidad de hacer cumplir las nuevas políticas migratorias de “tolerancia cero”.


Trump es el espejo de la crueldad; como pocos, un extorsionista, que pidió 2.5 billones de dólares al Congreso para terminar con este secuestro y construir el muro fronterizo. Criminal. Las políticas de Washington llevan el sello de su desajustada y peligrosa personalidad.  Yo no tengo duda de que él es un psicópata “funcional”: narcisista en extremo, alguien que tiene cero empatía hacia el prójimo, que ostenta una incapacidad para sentir remordimiento, y que padece de anestesia afectiva, cuya emocionalidad gira frenéticamente alrededor de sí mismo, en toda circunstancia y a cualquier precio.  Su arrogancia -típica de un déspota- la rodeó sin inmutarse al defender su política migratoria al mejor estilo de Herodes. En el fondo, lo que ha hecho Trump con más de 2,000 niños y niñas separados de sus parientes inmediatos, desde hace 6 semanas, no fue otra cosa que un vil secuestro extorsivo.


Lo cierto es que al escribir estas líneas, la presión doméstica e internacional contra Trump ha subido como la espuma: Londres, el Vaticano y las Naciones Unidas, entre otras instancias, han condenado esta catástrofe humanitaria. El retroceso de  Trump, su “rectificación”, no solamente es producto de tener a los demócratas en su contra, sino también a muchos congresistas republicanos que necesita. En todo caso estamos avisados: el inquilino de la Casa Blanca es un maleante.


Desde una arista estrictamente legal, no existe ni existió ninguna ley que obligara a las autoridades federales siquiera considerar una medida tan draconiana, y la verdad tan terrorista, como la nacida de la pura voluntad de Trump en forma de disposición administrativa. El drama desgarrador se inicia en los propios países de origen:  Honduras, El Salvador y Guatemala. La pobreza extrema y el terror a morir de hambre y de ser asesinados por la violencia rampante en dichas naciones, obliga al éxodo masivo de seres humanos en busca de refugio y paz en tierras estadounidenses.


Trump tuvo una disposición muy clara de negociar estos “secuestros legales” con los demócratas en el Congreso, a cambio de los fondos necesarios para construir el infame muro que tiene en mente. Este fue el meollo del deleznable chantaje, la enjundia de esta colosal perversidad. Se le puede reprochar a Trump que desde finales del 2017, el gobierno perdió la pista de 1,500 menores indocumentados. Parece que su ardid terminó en un fiasco total, causando mucho daño y demasiadas víctimas.


Trump violó artero los derechos humanos, como un sátrapa a quien le importa un bledo la moral y la ética.  El es un hombre deshumanizado. Y no está solo. Jeff Sessions, el ministro de Justicia de Trump, un fanático religioso, citó Romanos 13,  un pasaje bíblico tomado fuera de contexto histórico, para justificar las órdenes de Trump y sacar a relucir su ego maléfico que personifica fielmente: su sádica persecución de los inmigrantes, particularmente de los mexicanos y centroamericanos.


Kirstjen Nielsen, la insensible ministra para la Seguridad Interior,  compareció desde la Casa Blanca en una conferencia de prensa, para reiterar con cinismo procaz una sarta de mentiras que la administración Trump se empeñó en seguir aireando sin éxito. La principal mentira es que la administración Trump cumplió con la ley al apartar los infantes de sus familiares; esa mentira es la madre de todas las mentiras porque dicha ley nunca existió. Lo cierto es que la pérfida orden fue un sucio capricho del Presidente, una emboscada en contra de los derechos humanos al estilo de un régimen totalitario. Nielsen, tanto como Sessions, se convirtieron en  solícitos verdugos del macabro ajedrez para conseguir el muro en la frontera sur. El juego propuesto por la Casa Blanca fue absolutamente inmoral y contrario a los principios cristianos enseñados por Jesús. Trump decretó, de un plumazo, la orfandad de estos niños y niñas. Y nada puede justificar el haberlos secuestrado y torturado psicológicamente.


Una encuesta hecha pública hace poco tiempo y patrocinada por la CNN, advirtió que un 67% de los estadounidenses condena la política migratoria de separación de los infantes, mientras que un 28% apenas la aprueba. Esta repulsa tenderá a crecer a como se vayan desvelando más datos de este crimen.


Las fotografías publicadas en la prensa estadounidense, siguen hiriendo la conciencia de la humanidad que atónita testimonia esta atrocidad. Niños y niñas encajados dentro de estructuras metálicas, jaulas, que asemejan calabozos, infantes aterrorizados cuando sus progenitores o parientes son detenidos y esposados, son alucinantes secuelas de tortura a los que se han visto sometidas las víctimas. Lo peor: no hay garantía alguna para que las familias puedan reunirse otra vez después de ser separadas. Este horror ha levantado el clamor de la opinión pública estadounidense y mundial.


La arbitraria rigurosidad de las medidas aludidas, no podrá disuadir a la larga a los migrantes centroamericanos de intentar llegar al norte estadounidense. El terror comienza en casa. En Honduras, por ejemplo, el pueblo pobre -que es casi todo- vive en la pobreza, y la mayoría del mismo en abyecta pobreza. La oligarquía de unas cuantas familias sostiene sus desmesurados privilegios en la explotación de sus obreros y campesinos. La “democracia” hondureña es una ficción, donde las elecciones son una fábula bien armada para simular alternancia en el poder. Las estructuras sociales de Honduras, profundamente injustas y represivas, han tenido siempre el visto bueno de Washington, y en su complicidad los Estados Unidos cuenta con una base militar que alberga permanentemente a unos 500 de sus soldados en Palmerola, a 86 kilómetros de Tegucigalpa.


El 28 de junio del 2009, los clanes oligárquicos hondureños se pusieron de acuerdo para concretar un golpe de Estado contra uno de los suyos, un representante de los latifundistas, que tuvo la osadía de tener empatía hacia los pobres. El expresidente Mel Zelaya fue fletado, literalmente, en pijamas,  a Costa Rica. Ello ilustra la prisión que es Honduras para casi todo el pueblo. Honduras es una nación-prisión, con un Estado fallido para los pobres, cuyo pueblo teme por sus vidas frente al ejército, la policía y, como si fuera poco, también es un pueblo sojuzgado por el narcotráfico y las pandillas. Entre los pobres, Honduras es un infierno. En un país donde la vida vale poco o nada, emigrar es una necesidad de sobrevivencia, como lo hicieron los irlandeses que en el siglo XIX huyeron de la hambruna, con destino a los Estados Unidos.  


No son criminales y menos deben ser tratados como criminales, los migrantes y sus hijos. Son seres humanos que merecen mínimamente un trato digno. Asistimos a un desastre humanitario, a una emergencia de derechos humanos, que tiene en el epicentro a miles de niños enfrentados al trauma de la separación forzada, y frente a la cual la comunidad internacional debe actuar. Dichosamente el Presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, hizo público un llamado oportuno a Trump para detener esta inhumana práctica.

En los momentos actuales, cuando Trump oficializa el retiro de los Estados Unidos de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el mundo debe unir sus mejores voces para decir que todos los migrantes de la Tierra, indocumentados o no, gozan de derechos humanos que deben protegerse y de una dignidad que nadie puede arrebatarles. Y que los niños y las niñas no pueden ser, bajo ninguna circunstancia, papel moneda.

http://www.elpais.cr/2018/06/20/trump-el-espejo-de-la-crueldad/

lunes, 11 de junio de 2018

¡Tranque y barricada!, es la consigna

No es grato, ni emocionalmente sencillo, deplorar al régimen del FSLN; miles de costarricenses contribuimos, en diferentes capacidades, desinteresadamente, a la victoria de un 19 de julio de 1979, cuando las campanas de la catedral de Managua repicaron jubilosas, celebrando la liberación de Nicaragua con la caída de la dictadura. La simbología del FSLN, su bandera, su himno y hasta su bandera, nos evocan con fuerza el clarín de una alborada política que nacía hondo en el pueblo. El verdadero sandinismo es sinónimo de rebeldía, y ese hecho lo hace trascender al propio sandinismo institucional. De hecho, la presente insurrección es una continuidad del auténtico espíritu sandinista, azul y blanco en su esencia, e insurgente por su potencia. De modo, pues, que lo que en adelante leerán es un modesto guiso hecho de recuerdos y del “ahora ahorita”, de este momento preciso.
Costarricenses como Carlos Aguero Echeverria, hijo de madre tica y padre nica, ofrendaron sus vidas por la libertad de la atormentada nación; su nombre, el de Carlos, nunca lo aparté de mi mente, porque su funeral, acaecido en nuestro Cementerio General en 1977, en un mes que no preciso, causó un impacto profundo en mi psiquis de adolescente, que siempre llevaré en el corazón, no precisamente por ser este un sentimiento complaciente, sino porque de nuevo era testigo de un dilema que tenía que ver con el sacrificio y la muerte. Antes, en 1973, ya me había angustiado este dilema, con la inmolación ominosa del querido y siempre recordado Salvador Allende, el compañero presidente y el demócrata más consecuente de América. De cierta manera, el triunfo de la insurrección del 19 de julio, alivió mi amargura frente a la tenebrosa, fría y larga noche fascista que en Chile se instaló por muchos años.
Nunca en mi vida, y en la vida de incontables personas de Nicaragua y del mundo, el cielo estuvo tan azul ni tan rasgado por el verde brillante de las montañas y los valles, de un sol que anunció una nueva aurora, un porvenir soñado por toda una nación y fecundado por la simiente de sus mártires. Nunca en mi vida vi tanta osadía y tanta ternura reunida, tanta entrega desinteresada y tanta mirada limpia, como en aquellos tiempos de heroísmo.
La indomable épica de la Revolución Sandinista, su pureza, sigue presente en el corazón de los agradecidos con la vida. Por eso, y quiero que se lea bien, la Revolución Sandinista de 1979, no puede su autoría ser confiscada por el directorio de los 9 comandantes del FSLN, ni por los 32 comandantes guerrilleros, ni por gobierno alguno, y menos por una pareja; guste o no, la Revolución fue obra de las masas, de esos braceros anónimos multiplicados por un millón. Ellos y ellas son los eternos autores de esta heroica epopeya. No existe ninguna legitimidad moral e histórica para secuestrar a título personal, por impecable que sea un prontuario revolucionario, la memoria y el prestigio de una proeza que pertenece al pueblo, a todo el pueblo, a sus mártires y a sus muertos, a los sacrificados de este instante.
Me unían a Nicaragua lazos de sangre, mi madre, Brisa Marina, nacida en Corinto y una de mis tías, doña Merche, oriunda de León, se habían venido a Costa Rica buscando mejor vida en la década de los 40 del siglo pasado; junto a ellas se vino mi abuelita Mercedes, Mercedes Somarriba, una comerciante leonesa que conoció a Sandino y al viejo Somoza García en el restorán de ella. En Costa Rica, fueron testigas de la zozobra que produjo la guerra civil del 48, en la que don Pepe salió triunfante. Como es usual, los migrantes se mueven con pocas pertenencias, y mi abuelita trajo pocas y una única foto grande enmarcada: la de Rubén Darío. El asunto es que estas valerosas mujeres, en 1979, sorpresivamente, sin sospecharlo yo por la apoliticidad de ellas, se embarcaron en cocinar muchos nacatamales, para donarlos gratuitamente a la causa sandinista, en ese incesante esfuerzo por dotar de recursos materiales a la causa. Recordando esos años, no dejo de admirar la multitud de estampas mentales que desde el anonimato y la sencillez, desde el más absoluto desinterés de corazón, dieron vida al ideal sandinista de libertad y rebelión.
En el 2019 se cumplirán 40 años de aquella hermosa y dolorosa proeza, y como todo en la vida, esta nos recuerda que todo cambia, a veces para bien y a veces no tanto; nos recuerda el bullir de las estrellas, el tenue silbido de los arroyos que no se detienen, y la criatura nueva que nace de su madre. Los acentos de la vida son prodigiosos y magnífica es la levadura sublevada de la libertad. El “compañero” Ortega ya no lo entiende y dejó de entenderlo hace rato. Como quisiera dibujarle en sus ojos, en su pecho, un corazón a la izquierda, y un clavel rojo en su memoria. Como animarlo para que regrese a la cuna y a la desvencijada guitarra del campesino solitario que tararea un sonsonete bajo una luna entre tibia y llena. El poema de Nicaragua sigue cantando, hoy herido y de cara a la vida, como siempre lo hace, como el Momotombo que cuece en silencio, en sus entrañas, un fuego que no olvida detonar su fuerza en el momento preciso. Este es el canto de nadie que a todos pertenece, y es la espuma que al mundo sorprende, cual el verso de Darío que a los sentidos atrapa y seduce.
Si el presidente Ortega hubiera tenido una mente ágil, si hubiera conservado la chispa juvenil de aquella lumbre febril que derrocó al tirano Somoza, si su corazón hubiera sido solícito al dolor y a la frustración de los estudiantes, quizá otra habría sido la historia ese 19 de mayo cuando se instaló el Diálogo Nacional. Después de todo, el Presidente tenía a su favor el haber contribuido decisivamente a la pacificación y a la reconciliación de los nicaragüenses, y fue un hábil arquitecto del pacto social con los empresarios de los últimos 11 años, que le permitió a Nicaragua salir a flote con indicadores macroeconómicos positivos. Tristemente, el presidente Ortega, dilapidó dicho capital en menos de 2 meses. Incluso la ciudad de Estelí, conocida por su heroicidad y lealtad al sandinismo, le ha dado la espalda al orteguismo, porque ni de lejos se mira la justicia que la madres de los mártires exigen para sus hijos, nombres entre otros como los de Alberto Obregón, Orlando Pérez, José Manuel Quintero, Franco Valdivia, Dodany Castiblanco, Jairo Antonio Osorio, cuya sangre se ha regado impenitente en el corazón de toda un nación.
Si es por razones políticas, si es por el sagrado derecho a protestar pacíficamente la injusticia y expresar la disidencia de la propia voz, que un ser humano muere o es herido, entonces la democracia deja de ser ella, o, se está frente de una dictadura. Claro que la muerte de un joven sandinista debe doler, al igual que la muerte de un policía o la de un seguidor del orteguismo; pero se equivoca el presidente Ortega al querer fingir cínicamente, que en la presente crisis hay dos bandos disputándose la calle, con un tercer factor encarnado por él mismo, por su esposa o su gobierno; no, presidente Ortega, no hay 3 sino 2 bandos desiguales, uno armado, el que usted dirige, que controla el Estado y el partido, que controla el fuego disparado contra las multitudes desarmadas y que corrompe a los jóvenes sandinistas para convertirlos en turbas letales, ese es su bando, uno que existe bajo su absoluto control. 

El otro bando, el que lucha por una Nicaragua democrática, es el bando que se autoconvocó, desarmado, el que pobló las calles y avenidas del país con cientos miles de almas; es el bando que ha puesto casi todos los muertos, es el bando de los obreros y estudiantes, de los campesinos y los obreros, el bando de los intelectuales y los empresarios honestos, porque este bando se llama Nicaragua y es el bando que no necesita ser forzado para hacerse presente en las multitudinarias manifestaciones. Si quiere, presidente Ortega, llame turba a toda Nicaragua y señoritos a sus matones, pero no mienta simulando ser el gran padre que vela por el bien de todos los nicaragüenses, cuando en la realidad usted no es otra cosa que el críptico custodio de sí mismo; ese es su bando, el bando del autócrata en su laberinto.
Cuando la voz firme del joven Lesther Alemán, sorpresivamente, puso en su lugar el decorado de la reunión y abrió el ventanal de lo esencial para exigir al gobernante el cese inmediato a la represión, entonces, el cuidadoso guión preparado por Ortega se vino al suelo, tan al suelo que no pudo recuperarlo.
No le toca a la juventud entender los vericuetos existenciales y morales del presidente Ortega, porque toca al gobierno acercarse al pueblo, escuchar sus lamentos y la salmodia de sus alegrías; toca al gobernante atender las urgencias de su pueblo, toca protegerlo, porque el gobernante en una democracia es un subordinado del pueblo, y un custodio de sus bienes, incluyendo del bien que protege la vida misma. Un presidente que no se comprometa en los hechos a defender la vida de sus administrados, es un presidente que pierde legitimidad, autoridad moral y legal para seguir gobernando.
La crisis nica es un testimonio de que las libertades básicas conculcadas o condicionadas, como las libertades de reunión y de expresión, no son cosas menores que los pueblos olvidan y que, por el contrario, son derechos fundamentales de control ciudadano sobre sus gobernantes, para levantar la protesta frente al abuso y la arbitrariedad. “No solamente de pan vive el hombre.” La libertad no es un lujo burgués, ni una majadería pequeño burguesa de cafetín; la libertad en el grado que sea y bajo el entendimiento que sea, es una necesidad vital del ser humano. Porque no otra cosa puede explicar que Nicaragua, siendo la nación más segura de América Central y pujante en su crecimiento económico, haya visto un oleaje gigante de manifestaciones multitudinarias y una franca insurrección juvenil, que exige libertad, justicia y la salida del poder del presidente Ortega.
La concentración y el despliegue excesivo de poder, con un parlamento, un poder judicial y un poder electoral copados por el oficialismo, no podía durar para siempre, hasta que la justa protesta de los pensionados encendió la protesta contra los muchos años de abuso. El gobierno respondió sangrientamente con la represión y el pueblo profundizó su rebeldía. La triada gobierno-empresarios-sindicatos, y agrego a la iglesia, se alteró y descompuso, con lo que el pacto social de gobernabilidad se hizo trizas. Ortega debe irse. El tiempo de él en el poder terminó porque con los asesinatos de civiles desarmados, la ruptura democrática es a todas luces evidente y la deslegitimación del Presidente patente.
El presidente Ortega lució exteriormente impávido ese 19 de mayo, frente a los estudiantes, la sociedad civil y la iglesia. Lució contenido, yo digo que absorto en sus llamas internas, buscando atónito el equilibrio que le facilitó su omnipresencia en la escena política y económica. Ortega se enamoró del poder, le agradó su lascivia, y dejó de escuchar al reloj que marca los tiempos. No supo descifrar que después del verano, llega repentino el otoño; porque es ley de la vida que la hoja marchita y el árbol deshojado se despidan de lo que fueron, que quedan desnudos para entregarse al invierno. Como las olas del mar que vuelven, así vuelve la primavera, en ese largo canto universal de la libertad y la justicia. Nadie, pero nadie sin excepción, se imaginó la presente insurrección. Dice la canción: “Porque saben que aun pequeños somos juntos un volcán”. La rebeldía, la insurrección, es ley de la historia, viene como las lluvias de mayo, viene como el trino de los pajarillos celestes y de pecho blanco, aupados por el verdor de las Segovias.
Quizá ese 19 de mayo, apenas un día después del natalicio del general Sandino, el presidente Ortega tuvo la última oportunidad para conciliar una salida decente a la crisis; su orgullo no se lo permitió, ni su inflado ego ni su prepotencia, ni sus desvarios de inmortalidad. Quizá ese 19 de mayo, el presidente Ortega pudo haberle dicho al joven Lesther Alemán que daba la orden de cesar toda la represión, que investigaría lo sucedido y que pondría a los responsables a la orden de los tribunales de justicia. Pero no. Al presidente Ortega le pesa muchísimo la humildad, como si fuera un fardo imposible de cargar, como si la humildad fuera la más empinada de las cumbres y la mansedumbre la quijotada más espantosa. El presidente Ortega no entendió, al final de su jornada existencial, que la justicia se construye de norte a sur con las verdades de todos, sin exclusiones, con los pedacitos de vida que somos y con los frescos aromas de las aspiraciones que nacen y que se vuelven selva. Sin con los años todos envejecemos, hay quienes envejecen doble y hasta triple; son quienes desde el poder, como el presidente Ortega, defienden y se aferran a la polilla del poder.
Al escribir estas palabras, el número de muertos asciende a 137 en apenas 54 días de resistencia cívica. El presidente Ortega se encuentra cercado y aislado en Managua, le quedan reservas monetarias, las turbas y el fuego de la policía para tratar de detener la insurrección. El presidente Ortega dice que no se va, que no se va corrido y que está dispuesto a entregar la banda presidencial en elecciones adelantadas. Lamentablemente, con sus actos, el espacio de su deseo se achica más y más, mientras se sigan amontonando los muertos, los heridos, y mientras la indignación del pueblo siga creciendo como la espuma de las bravas olas del océano.
Yo me admiro ante la calidad cívica y pacífica del pueblo nicaragüense, de sus autoconvocados, que si bien han alzado barricadas como en 1979, lo han hecho para presionar la salida del autócrata y de su esposa, la “compañera” Rosario, y para defenderse de los grupos paramilitares del gobierno. La moral revolucionaria demanda honradez y cultura política, demanda un absoluto respeto por la propiedad ajena, y demanda un rechazo absoluto de los saqueadores, de los delincuentes comunes, y de los sinvergüenzas que sacan provecho de la conmoción. El pueblo autoconvocado y organizado, está aprendiendo a velar por la seguridad de la ciudadanía. Los disparos continuos de motorizados, con Akas y escopetas, obligan a las poblaciones a levantar barricadas y a velar por la seguridad común. Los jóvenes deben mantener la ética en alto, los estudiantes han entendido que la lucha es cívica y no violenta, que el objetivo es construir un nuevo esquema democrático que de paso a un reacomodo, a un pacto social inédito.
Nicaragua no será Siria, ni otra Libia, ni otra Venezuela. La paz es el estandarte de esta revolución, que no ha sido la consigna del FSLN del presidente Ortega. No se trata de exterminar al orteguismo, ni de perseguir la FSLN; se trata de buscar una salida política a la ingobernabilidad que pasa por la renuncia del presidente Ortega.
Las barricadas o las trancas, al menos ahora unas 80 activas en todo el país, han servido para neutralizar la contraofensiva militar del orteguismo en detrimento de la gente. La insurrección debe continuar cívica y pacífica, respetuosa de los derechos humanos de los orteguistas y de su tienda política. Si la Revolución Popular Sandinista fue la primera insurgencia armada triunfante en América Latina, sin contar a Cuba en el Caribe, la insurrección de ahora promete ser la primera victoriosa y no armada en el continente americano.
La guerra debe de evitarse a toda costa; la palabra guerra debe sepultarse del vocabulario de todo revolucionario y de todo patriota que se precie de su amor por Nicaragua. Esta lucha, con todo y sus repugnantes muertes, con todo y sus heridos, con todo y el llanto de sus enlutadas madres, tiene y seguirá teniendo como estrategia la paz, y la no violencia activa y militante; ningún porvenir se construye con odios y deseos de venganza. No pidamos menos que la salida del presidente Ortega, y mantenga la oposición una beligerante cordura, una ética insobornable, para no dejarse tentar por la violencia y el revanchismo, ni por bajos instintos de venganza. ¡Incitar a la guerra es hacerle el juego a Daniel Ortega!
El tiempo pasa y casi sin darse cuenta uno, los recuerdos se vuelven canosos y lo que una vez fue intensidad, hoy es el calmo repaso de una laguna tranquila. 18 años tuve cuando fui a la casa en Corinto de una de mis tías maternas, Soledad Parrales, conocida como dona Chola, que vivió cruzando la calle, al frente, de la Primera Iglesia Bautista. Tía Chola, una fornida chelita de ojos claros, semblante agudo y robusto, comerciante de toda una vida, iba a Costa Rica a comprar productos para su librería, que incluía además de lápices y libros, el famoso Zepol. Ella nos traía los chicharrones tostados, la concha, que yo ávido devoraba.
Corría el año de 1980, la Revolución olía a fresca y su simiente se esparcía con las maravillosas jornadas de alfabetización. La iglesia bautista de enfrente, en parte fue construido gracias al generoso aporte de mi bisabuela, quien donó el solar. Eran días de euforia revolucionaria, y la iglesia bautista donde mi tía era tesorera, no fue ajena al tono revolucionario de los tiempos. Por todas partes en la iglesia habían alusiones al Cristo obrero, al Cristo campesino y hasta para el Cristo guerrillero. Hermosos murales incitaban a la imaginación de los jóvenes bautistas. Yo me empape de dicho sentimiento cristiano, de la pulcritud moral del sacrificio, del porvenir hecho verbo y de sentir como si tuviera una mariposa enamorada en mi mano, que las aguas de libertad correrían por los entresijos del manantial centroamericano.

Hoy, ahora mismo, se reeditan los ecos de la insurrección del 79. No solamente porque el espíritu sandinista de entonces ha sido traicionado por completo, incluyendo el componente teológico liberador frente a la opresión, sino también porque todo el poder de la dictadura se ha abalanzado, rencoroso y déspota, en contra de una población desarmada y sedienta de justicia, que ya ha ofrendado más de 160 víctimas en poco tiempo. Los actos de la pareja presidencial son criminales y es cristiano estar del lado de los oprimidos, de los humillados y asesinados, para que la sangre de ellos no sea en vano, ni vano haya sido el llanto de las madres. Probablemente, si el mártir católico, padre Gaspar García Laviana, viviera ahora, diría, “¡tranque y barricada!,” es la consigna.

https://www.elpais.cr/2018/06/11/tranque-y-barricada-es-la-consigna/

jueves, 7 de junio de 2018

LA MALDAD

No hay verdad mas amarga que la de saber que la humanidad, como un todo, nunca ha tenido un norte decente, uno de colaboración, entendimiento y paz. No es que hayamos retrocedido; pasa que llevamos miles de años estancados en una narrativa de violencia por territorios, poder y conocimiento. La “lógica” maniquea del saqueo se ha impuesto desde siempre. Hay quienes han tratado de definir qué se entiende por maldad, y he notado en dichos esfuerzos el afán de reducir el mal a ciertos comportamientos antisociales. Yo tengo mis dudas. Sospecho que definir la maldad, como definir lo que se entiende por un círculo, tendería a exculpar muchos universos de actos indebidos y crueles que hoy se disimulan necesarias. Quizás todos estamos locos en alguna medida. Dicha exculpación también tendería ha legitimar ciertas aberraciones humanas  como la guerra con todas sus consecuencias. El cromosoma X que fabrica MAO-A, ha sido estudiado como un elemento biológico parcialmente promotor de la crueldad. Los estudios están lejos de ser concluyentes, además se refieren a un grupo muy reducido de seres humanos.

El infierno ha estado aquí, en el mundo, desde siempre. La ignorancia y los bajos instintos anidan en el ser humano; lo milagroso es que hayan seres humanos que lo sepan, que hayan seres humanos que denuncien este infierno, que hayan seres humanos que busquen trascenderlo y que existan proyectos de un mundo bueno. Esto es en sí mismo todo un milagro y nuestra mayor fuente de esperanza.  El heroísmo de individuos y comunidades que disienten del libreto milenario de la violencia y la guerra, han de ser tenidos como joyas en extremo preciosas. La gran esperanza de la humanidad es subvertir el “orden” del infierno, su maldad dictatorial y su secuela de sufrimiento. Si hay una palabra que describe la experiencia humana milenaria, esa palabra es agonía. Desde tiempos inmemoriales vivimos en agonía.  Quizá sea mejor no saberlo y ser como ciertas moscas que viven escasamente un día sin que se percaten que hay más días adelante. Pero cuando sucumbimos frente al hecho milenario de que nunca nos precedió un paraíso, nos unimos a Lo Fatal de Rubén Darío:

“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

!y no saber adónde vamos,
ni de donde venimos!...”

La guerra es la medida de nuestra crueldad, la medida de nuestra ignorancia y la medida nuestra psicosis colectiva. Las etiquetas políticas de todos los colores han sucumbido a su demonio. Incluso el bien ha recurrido a algún tipo maldad para contestarle al mal. ¿Acaso  pudo haberlo hecho mejor Espartaco en contra de sus amos? ¿O los obreros rusos en contra del zar y su familia? ¿O nuestras batallas en contra del filibustero? ¿O las decenas de millones de ciudadanos soviéticos y de otras nacionalidades que murieron para aniquilar al nazismo? Yo tengo una duda emocional, un algo en mi corazón que no me permite celebrar ni las guerras justas, aunque a veces éstas sean necesarias. Me aterra que lo humano se parezca a las moscas que viven escasamente un día y que nos muramos antes de tiempo y en manada, como incontables racimos lanzados con desprecio a una hoguera.  Las guerras -ni las justas ni las necesarias- puedo celebrar, porque resulta lacerante que para defender un derecho humano fundamental, como lo es el derecho a la vida, un pueblo se vea empujado al conflicto armado, a la muerte. Comprendo, pero me choca cuando ello ocurre, porque no cuadra que el ser humano tenga que morir para preservar la dignidad de vivir, asunto que denuncia el estado de locura de la humanidad en su conjunto, de sus estructuras políticas y de poder en toda parte y sin distingo de credo ideológico. Los nacionalismos infecundos, el fanatismo religioso, la exaltación del estado y del partido, las fronteras y la discriminación, me causan una alergia pavorosa.

Nunca, mientras viva, dejaré de asombrarme con disgusto ante el holocausto que significa ofrecer el músculo, la vitalidad y la lozana piel de los jóvenes en una guerra, con la posibilidad de perecer como moscas y destinados al sabuloso olvido.  En Diario de la Guerra Civil,  (Memoranda of the Civil War, título original), Walt Whitman  narra como periodista y enfermero, la agonía y el sufrimiento de los soldados de la Unión, heridos, muertos y deformes por amputaciones físicas inmisericordes. En 1862 fue a Washington D.C. en busca de su hermano George, quien se había unido a las tropas de Lincoln y de quien se decía estaba herido. Whitman lo encontró y él se quedó sirviendo, como enfermero,  hasta el final de la Guerra de Secesión, tres años después. El gran poeta se desplegó como un gran ser humano, quiero decir, que Whitman fue un ser provisto de una selecta sensibilidad emocional, auténticamente empática y solidaria hacia el prójimo. Y sirvió consolando al soldado hasta que la guerra terminó. Whitman procuraba dormir bien, tarde en la noche, lo que las circunstancias permitieran, para ofrecer lo mejor de sí, la mejor cara posible, a la hora de consolar al prójimo. Whitman heredó de Emerson y Thoreau ese trascendentalismo con franco sabor bostoniano, ese universalismo que proclama la fraternidad entre todos los seres, en las calles cotidianas y en los brazos humanos, en las multitudes necesitadas de rostros serenos, ese es el Whitman que cura heridas en medio de la guerra y el Whitman que celebra la vida y el desafío a la muerte irredenta.

Muero con el moribundo y nazco con el niño que recogen los pañales. Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sombrero y mis zapatos. Mira atentamente la pluralidad del universo: nada es igual y todo es bueno. Buena es la tierra, buenos los astros……. y las estrellas subalternas también. Yo no soy sólo arcilla, ni lo auxiliar de la arcilla tampoco. Soy el compañero, el semejante de ése, tan inmortal y tan insondable como yo (tal vez él no sabe que es inmortal, pero yo si lo sé).

“La mesa está puesta para el hombre. Aquí está la carne para el apetito natural. Siéntate. Que se sienten todos: el malvado y el justo. No desdeño a ninguno. Que nadie se quede a la puerta. La manceba, el parásito y el ladrón están invitados; y el negro cimarrón y el sifilítico también. No habrá diferencias ni privilegios para nadie. Que se sienten todos.”

Existen sociedades en las que por su desarrollo humano el infierno quema menos, relativamente en los países del norte de Europa , en  la propia Costa Rica o la autoritaria Cuba. Porque incluso el bien ha sido obligado a ser cómplice de alguna maldad. En Cuba, por ejemplo, el esfuerzo común se dedicó en mucho a la abolición de la miseria y a garantizar educación y salud plenas, pero sin las libertades políticas de una democracia, unas tan básicas como la libertad de prensa y la libertad de expresión. Pero los gérmenes del infierno siguen ahí presentes, modelo que a pesar de sus avances en justicia social, sigue lejano de los ideales mínimos de democracia y solidaridad. Son los países pequeños de Europa Occidental y algunos pequeños en nuestra América, los que simbolizan atisbos de decencia. El mundo anda mal y ha globalizado la maldad. Lo veo en Siria, lo vivo en América Central ante la ausencia de justicia y democracia, en Guatemala, capital del racismo en América, lo denuncio en África que existe convertida en cárcel por designio de los países ricos de Europa, lo lamento en Palestina cuyo pueblo casi que lo ha perdido todo, menos su memoria. Las tragedias son de nunca acabar.

Nuestras vidas son menos que un abrir y cerrar de ojos, somos como ciertas moscas que vuelan y mueren, pero si hay una razon para vivir es la de ser buenos los unos con los otros, la de saber que todo acto de generosidad y de compromiso de la paz en todas sus dimensiones no es otra cosa que un bello y silencioso testimonio vital. Como sociedad, los costarricenses debemos siempre renovar nuestros votos por una democracia más incluyente y justa. El camino de lo bueno no tiene fin, los espíritus de buena fe buscan su norte que a veces parece perderse entre tanto desglose absurdo, entre tanta bruma que tapa el firmamento, y entre tanto lamento rendido. Recordemos, al muy sabido de todos, al poeta sevillano Antonio Machado:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Si el mal es mal, el bien es bien y existe. El bien es el bien buscado, el bien tejido y en permanente sobresalto. Todo cambia, todo se transforma.  En el universo reinan la gravedad y el perenne movimiento. La materia. Nunca nada en el espacio deja de moverse ni el silencio puede ser total. Estas son dos premisas, fundamentales, a mi juicio, que explican la irrupción de la pregunta en el texto humano y en su devenir. Pero en nosotros, los humanos, la materia deviene en pregunta ética. La maldad  se ve reflejada en materialidades ingratas, obscenas: el holocausto de los infantes que mueren de desnutrición cada día, la pobreza extrema, la ignorancia, la guerra, la indigencia… La maldad no es una especulación abstracta, sino una realidad que con frecuencia nos enmudece, que los sillones de privilegio acomodan, porque no nos entendemos frente a una palabra desterrada, exiliada en los pantanos de la barahúnda semántica.

El mundo de las palabras es un campo minado. Las autopsias semánticas se encuentran llenas de porfías verbales. El estudio forense de las palabras nos confirma que la vida fluye y que ella se transforma de manera incesante, en una perpetua dialéctica inspirada y nacida del mundo físico material. El oleaje de todas palabras yace en el infinito mar de la vida y la muerte. Así las nociones de “izquierda” y “derecha” son rudimentos de poco valor científico, difíciles de tomar en serio para explicar la realidad. Si decidiéramos utilizar una categoría binaria, alternativa, en la política, esa sería la de “la muerte y la de la vida”, muerte en su sentido pesimista y vida entendida como bien común.

En el fondo, lo que generalmente más aflige al ser humano no es otro asunto que el de la pobreza y la guerra, y todos sus derivados. Cuando no hay un techo seguro, cuando en una familia el alimento escasea y cuando la esperanza se convierte en amargura, no otra cosa vive el pobre que su desventura, y cuando hay guerra, peor. Y en nuestra patria hay mucho de ello (pobreza) y demasiada pesadumbre, demasiada violencia en contra de la mujer, pues aparejada a la pobreza crece un ánimo de desesperanza multiplicado por mucho, sobre todo, en las zonas costeras de nuestra geografía y en las míseras barriadas de las ciudades. La maldad es la injusticia social, la maldad personal es la de convertirse en enemigo de lo bello y de la sensatez con uno mismo y con el prójimo. La bondad es encarnar el bien, todo lo que se pueda, pues todos somos hijos de los límites y las circunstancias.

Resurrección  es este bello poema de nuestro querido Jorge De Bravo:

Esta noche sedienta yo me he preguntado
quién eres y quién eres.
Porqué es triste tu carne como un leño apagado
y porqué tienes llena la boca de alfileres.

Y despacio, esta noche yo te he separado
como un árbol de amor, de las demás mujeres,
y haciendo de mi sangre un agua he bautizado
con ella tus angustias y placeres.

Y le he dicho a la muerte que no puede matarme!
Y le he dicho a la vida que no puede vencerme!
Y le he dicho a la tierra que si logra enterrarme,
a donde ella me entierre tú irás a recogerme!
Y le he dicho a la nada que si logra apagarme,

tú, con tus grandes besos, volverás a encenderme!  

sábado, 2 de junio de 2018

RESURECCION

Los seres humanos estamos hechos de razones. A todos nos gusta tener la razón. Ello es normal y necesario, El ser humano necesita de certidumbres para sostener el esqueleto emocional. Yo he buscado algunas certidumbres y las guardo, las pulo, con cariño. Pero el mundo no gira al mi alrededor y debo de coexistir en paz junto a otras razones que no son las mías.
Por ejemplo, yo tengo una certidumbre que brota de mi fe y que dice que Jesucristo literalmente resucitó; también me acompaña la certidumbre de que la religión no debe inmiscuirse en la lucha política por el control del Estado. La primera es una certidumbre nacida de la FE y no de la razón; la segunda tiene su engendro en la RAZÓN ética e histórica.
En el occidente cristiano, llegamos a la feliz idea de la democracia moderna porque concluimos de que todas las razones deben de coexistir en paz, las de la fe y la no-fe, y que para ello era indispensable el establecimiento del Estado secular o no confesional.
El máximo legado de nuestra civilización es que hay un entendimiento, un abc común, para dirimir en paz nuestros diferendos. Es cierto que con frecuencia el precepto se incumple, pero no es menos cierto que dicho alfabeto común es una joya que costó, literalmente, miles de años elaborarlo.
El alfabeto de la libertad y de su instrumento, la democracia, ciertamente no lo tenemos bien aprendido como humanidad. Y esa ignorancia espiritual nos causa mucho sufrimiento.
En cuanto a la resurrección de Jesús, mi lectura de la tradición cristiana sobre el tema es el de creerlo literalmente como cierto. Yo digo y creo que el Hijo del Hombre realmente resucitó como lo dicen los Evangelios.
Hay cristianos, no muchos pero los hay, que creen que la resurrección fue algo así como una metáfora. Están ellos condenados? Mi razón es que no. Mi lectura sobre los asuntos y textos divinos me lleva a creer que no hay delito ni pecado en las opiniones diversas, porque el Dios en el que creo no es perverso, ni narcisista o vanidoso.
El ser humano sufre la "condena" de tener que leer textos e interpretarlos. No hay otra. En ello consiste nuestra libertad,
Dios respeta todas nuestras opiniones, incluyendo las de los no-creyentes. Además, Dios no necesita ser convalidado por nuestros pareceres. Yo creo que Dios se pone triste, eso si, cuando no amamos o dejamos de amar.
Alguien me dirá “estas equivocado porque la Biblia dice…” y yo puedo replicar “tu lectura de la Biblia es deficiente por esto o aquello…” Leemos, interpretamos, un texto y del mismo podrían nacer discursos hasta opuestos. Por eso es que digo, con serenidad, que los seres humanos estamos hechos de ilimitadas razones y de certidumbres diversas. En mi caso, hoy en este bello domingo, declaro que Jesús el Cristo en verdad resucitó.