martes, 26 de junio de 2018

Nicaragua: palabras deshabitadas


Existen palabras deshabitadas, tejidas con hilos desleales, que no se afirman en sus costuras, palabras que se deshilachan en el ocaso. En América Latina y en el Caribe, desconcierta la modorra de una gélida “izquierda”, insensible y pusilánime, que aspiró a ser la gran novedad del siglo XXI.  El populismo tercermundista es un hijastro malquerido del estalinismo, que heredó la odiosa costumbre de catalogar el dolor humano según conveniencias insalubres, como ahora, en Nicaragua. Conviene decir que el dolor es dolor, que el dolor parido por la injusticia es uno, sea en el norte o sea en el sur, o, en cualquier otra dirección que uno pueda imaginar.  


Ocurre que esta “izquierda”, desafortunadamente mayoritaria, es muy egoísta frente al dolor: la  empatía para el sufrido la reparte desigual y, no pocas veces, se la ha negado a otros dolientes, como a las víctimas de Ortega. Dicho lastre moral, nació hace mucho en el Kremlin, cuyo eco fúnebre todavía resuena.  No es que la derecha no pueda padecer de la misma enfermedad, o cualquier otra tolda, pero ocurre que para las “izquierdas” el tema es particularmente pertinente, por asumirse ellas la devota encarnación de los oprimidos. Al escribir la palabra “izquierda”, al entrecomillarla, la siento vacía de humanismo, desfigurada, y no pocas veces con tufos de fascismo. Para esta “izquierda” no todos los dolores son dignos de aprecio, sino los que ella escoja.  Así, el paladar por los derechos humanos, deviene en arbitrario y excluyente.


Es desconcertante el pétreo antifaz de una izquierda “progre” que no se duele ante el hecho de los jóvenes asesinados por la dictadura orteguista, ni por el gimoteo de muchas madres enlutadas. Ni se duele por el hambre en Venezuela, ni por la ausencia de la libertad de expresión en Cuba. Este progresismo es muy duro de corazón. Inadvierte a su antojo el sufrimiento de la carne y el  espíritu, le da la espalda al estertor de los huesos, y a la tibia sangre, vertida por cada vida cegada a manos del poder político.


Entre los apologistas de esta “izquierda”, la falacia es reina: si un factor es enemigo o compite con los Estados Unidos, entonces, ipso facto, dicho factor es positivo y merece su defensa. Lo mismo es Irán que Corea del Norte, lo mismo Nicaragua que Vietnam.  Probablemente, sería igual, la Revolución Cultural de Mao, como igual los Jemeres Rojos de Pol Pot. No hay más análisis. Concurre a este perfil, una “izquierda” antiintelectual, inculta, y de poco corazón.


¿Es que acaso la historia no enseña? De cualquier manera, otras preguntas lucen obligatorias: ¿Dónde quedó la sensibilidad incondicional por el dolor humano? ¿No se conmueve el alma frente al abuso de todo poder, cualquier poder? ¿No acaso el ser humano está por encima de las consignas y de la voluntad de los déspotas? Si la “izquierda” desea sobrevivir, ha de dejar su sapidez por los proyectos autocráticos y, más bien,  enarbolar de forma universal el deber de fiscalizar todo poder político, sin ninguna otra lealtad con el Estado, más que el compromiso con la democracia y la justicia social. Es inaudito que haya gente de “izquierda” diseminando la desfachatez de decir, hasta el cansancio, que la actual revolución cívica nicaragüense es obra de delincuentes. Este guión no tiene ni pies ni cabeza, es disparatado, y solamente prueba lo bajo que ha caído esta “izquierda”,  al enajenar toda su capacidad analítica en la primera zahúrda de la esquina. En no pocos casos, la “izquierda” se ha convertido en un apologista de crímenes de lesa humanidad al reivindicar feas complicidades.


Con su músculo juvenil, la Revolución Cubana, amplificó en los 60 y 70, el sonido y las luces de una puesta en escena muy real, donde confluyeron todas las aguas, menos las cristalinas. Las justas aspiraciones tercermundistas y la diatriba tramposa de Moscú y Beijing,  se encamaron dando origen a frutos prohibidos. En 1968, Fidel bendijo la invasión del Pacto de Varsovia en Praga, y lo mismo hizo con la invasión soviética de Afganistán en 1979. Cuando el estalinismo sucumbió a su propia muerte, la Revolución Cubana, y el sandinismo que triunfante se instaló también en 1979, tuvieron que reinventarse desde el poder, en solitario, olvidando aquellos días, heroicos si se quiere, cuando los definió la lucha contra el poder.


Mugabe se hizo del poder en Zimbabwe, Ortega lo ve irse en Nicaragua, Arafat pudo ver el ocaso de la OLP y Gadafi pagó la necedad con su vida. Mayor es la lista. Pero a todos se los tragó el poder. Casi todos se volvieron capitalistas, indiferentes, y arroparon la memoria con glorias pasadas, que  ofrecen a los pueblos como bebida etílica. Fidel tuvo la osadía de morir de viejo, y Chávez la mala fortuna de fenecer joven. La Revolución Cubana sobrevive con el reloj en contra y la bolivariana está muerta: Maduro la degolló.


Cuando el socialismo real se hizo añicos, sus últimas sombras empezaron a deambular en las encerronas nostálgicas de los ex movimientos anticoloniales de liberación, y en recordar los suntuosos banquetes que Tito y Nehru ofrecían a los países no alineados. Al quedar sin ideología y sin recursos financieros, muchas veces generosos,  inyectados a las causas tercermundistas, los movimientos nacionalistas y socialistas quedaron muy disminuidos, en casos al borde de la extinción, o, con una identidad deshonesta.


La gente de la “izquierda progre” hace mutis cuando mira la tragedia nica. Ni siquiera duda de Ortega, “ni un tantito así”, parafraseando al Che. Pero duda, eso sí, de la carnicería en contra del pueblo, que ya contabiliza casi  300 muertos y más de mil heridos, con centenares de arbitrarias detenciones, asunto que la tiene sin cuidado, en una suerte de anestesia moral. ¿Es gente mala? No. Es gente normal, promedio, pero enamorada de una historia que ya no existe, de un pasado que cree corpóreo y ya no lo es, amarrada a un embrujo metafísico, y a un sahumerio que hace gandul al paisano de buenos propósitos y, lo peor, que la hace mezquina frente a los dolores sociales, donde un dolor es bueno y otro no, según una matemática oportunista. Con ello, la congruencia moral se vuelve trizas, y la complicidad con el verdugo de turno manifiesta.


Toda opresión es indigna, y todo opresor es mala hierba. Como mala hierba fueron quienes asesinaron a Patricio Lumumba o al cantautor chileno, Víctor Jara. Como mala hierba es Trump al decretar, al perverso estilo de un autócrata, el secuestro disfrazado de ley de miles de infantes, o, Netanyahu, que asesina sin medida palestinos, o, Juan Orlando Hernández, el tirano usurpador de Honduras.  Si el asunto es de estar con los desheredados de la Tierra, se ha de estar con todos, completamente todos, contra todo poder, cualquier poder. Los dolores de la carne, con sus huesos y su sangre, deben ser socorridos y vindicados. Porque los dolores que hieren la piel no deben ser menores que las ideas, ni menores que el partido, ni menores que la iglesia.

¡Nicaragua vencerá! Lo que el pueblo quiere es “patria libre y vivir”, como estremecido lo dijo, entre lágrimas, el maestro Carlos Mejía Godoy. Y la “izquierda” mayoritaria no lo advierte en abierta complicidad con el opresor. Las palabras deshabitadas son esos hilos desleales, irónicos, que tejen nuestras utopías para luego, como siempre, ser deshiladas e hilar otras. Este y no otro es el significado de la libertad.

https://www.elpais.cr/byline/allen-perez/

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