jueves, 7 de junio de 2018

LA MALDAD

No hay verdad mas amarga que la de saber que la humanidad, como un todo, nunca ha tenido un norte decente, uno de colaboración, entendimiento y paz. No es que hayamos retrocedido; pasa que llevamos miles de años estancados en una narrativa de violencia por territorios, poder y conocimiento. La “lógica” maniquea del saqueo se ha impuesto desde siempre. Hay quienes han tratado de definir qué se entiende por maldad, y he notado en dichos esfuerzos el afán de reducir el mal a ciertos comportamientos antisociales. Yo tengo mis dudas. Sospecho que definir la maldad, como definir lo que se entiende por un círculo, tendería a exculpar muchos universos de actos indebidos y crueles que hoy se disimulan necesarias. Quizás todos estamos locos en alguna medida. Dicha exculpación también tendería ha legitimar ciertas aberraciones humanas  como la guerra con todas sus consecuencias. El cromosoma X que fabrica MAO-A, ha sido estudiado como un elemento biológico parcialmente promotor de la crueldad. Los estudios están lejos de ser concluyentes, además se refieren a un grupo muy reducido de seres humanos.

El infierno ha estado aquí, en el mundo, desde siempre. La ignorancia y los bajos instintos anidan en el ser humano; lo milagroso es que hayan seres humanos que lo sepan, que hayan seres humanos que denuncien este infierno, que hayan seres humanos que busquen trascenderlo y que existan proyectos de un mundo bueno. Esto es en sí mismo todo un milagro y nuestra mayor fuente de esperanza.  El heroísmo de individuos y comunidades que disienten del libreto milenario de la violencia y la guerra, han de ser tenidos como joyas en extremo preciosas. La gran esperanza de la humanidad es subvertir el “orden” del infierno, su maldad dictatorial y su secuela de sufrimiento. Si hay una palabra que describe la experiencia humana milenaria, esa palabra es agonía. Desde tiempos inmemoriales vivimos en agonía.  Quizá sea mejor no saberlo y ser como ciertas moscas que viven escasamente un día sin que se percaten que hay más días adelante. Pero cuando sucumbimos frente al hecho milenario de que nunca nos precedió un paraíso, nos unimos a Lo Fatal de Rubén Darío:

“Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,

!y no saber adónde vamos,
ni de donde venimos!...”

La guerra es la medida de nuestra crueldad, la medida de nuestra ignorancia y la medida nuestra psicosis colectiva. Las etiquetas políticas de todos los colores han sucumbido a su demonio. Incluso el bien ha recurrido a algún tipo maldad para contestarle al mal. ¿Acaso  pudo haberlo hecho mejor Espartaco en contra de sus amos? ¿O los obreros rusos en contra del zar y su familia? ¿O nuestras batallas en contra del filibustero? ¿O las decenas de millones de ciudadanos soviéticos y de otras nacionalidades que murieron para aniquilar al nazismo? Yo tengo una duda emocional, un algo en mi corazón que no me permite celebrar ni las guerras justas, aunque a veces éstas sean necesarias. Me aterra que lo humano se parezca a las moscas que viven escasamente un día y que nos muramos antes de tiempo y en manada, como incontables racimos lanzados con desprecio a una hoguera.  Las guerras -ni las justas ni las necesarias- puedo celebrar, porque resulta lacerante que para defender un derecho humano fundamental, como lo es el derecho a la vida, un pueblo se vea empujado al conflicto armado, a la muerte. Comprendo, pero me choca cuando ello ocurre, porque no cuadra que el ser humano tenga que morir para preservar la dignidad de vivir, asunto que denuncia el estado de locura de la humanidad en su conjunto, de sus estructuras políticas y de poder en toda parte y sin distingo de credo ideológico. Los nacionalismos infecundos, el fanatismo religioso, la exaltación del estado y del partido, las fronteras y la discriminación, me causan una alergia pavorosa.

Nunca, mientras viva, dejaré de asombrarme con disgusto ante el holocausto que significa ofrecer el músculo, la vitalidad y la lozana piel de los jóvenes en una guerra, con la posibilidad de perecer como moscas y destinados al sabuloso olvido.  En Diario de la Guerra Civil,  (Memoranda of the Civil War, título original), Walt Whitman  narra como periodista y enfermero, la agonía y el sufrimiento de los soldados de la Unión, heridos, muertos y deformes por amputaciones físicas inmisericordes. En 1862 fue a Washington D.C. en busca de su hermano George, quien se había unido a las tropas de Lincoln y de quien se decía estaba herido. Whitman lo encontró y él se quedó sirviendo, como enfermero,  hasta el final de la Guerra de Secesión, tres años después. El gran poeta se desplegó como un gran ser humano, quiero decir, que Whitman fue un ser provisto de una selecta sensibilidad emocional, auténticamente empática y solidaria hacia el prójimo. Y sirvió consolando al soldado hasta que la guerra terminó. Whitman procuraba dormir bien, tarde en la noche, lo que las circunstancias permitieran, para ofrecer lo mejor de sí, la mejor cara posible, a la hora de consolar al prójimo. Whitman heredó de Emerson y Thoreau ese trascendentalismo con franco sabor bostoniano, ese universalismo que proclama la fraternidad entre todos los seres, en las calles cotidianas y en los brazos humanos, en las multitudes necesitadas de rostros serenos, ese es el Whitman que cura heridas en medio de la guerra y el Whitman que celebra la vida y el desafío a la muerte irredenta.

Muero con el moribundo y nazco con el niño que recogen los pañales. Yo no soy sólo esto que se alarga entre mi sombrero y mis zapatos. Mira atentamente la pluralidad del universo: nada es igual y todo es bueno. Buena es la tierra, buenos los astros……. y las estrellas subalternas también. Yo no soy sólo arcilla, ni lo auxiliar de la arcilla tampoco. Soy el compañero, el semejante de ése, tan inmortal y tan insondable como yo (tal vez él no sabe que es inmortal, pero yo si lo sé).

“La mesa está puesta para el hombre. Aquí está la carne para el apetito natural. Siéntate. Que se sienten todos: el malvado y el justo. No desdeño a ninguno. Que nadie se quede a la puerta. La manceba, el parásito y el ladrón están invitados; y el negro cimarrón y el sifilítico también. No habrá diferencias ni privilegios para nadie. Que se sienten todos.”

Existen sociedades en las que por su desarrollo humano el infierno quema menos, relativamente en los países del norte de Europa , en  la propia Costa Rica o la autoritaria Cuba. Porque incluso el bien ha sido obligado a ser cómplice de alguna maldad. En Cuba, por ejemplo, el esfuerzo común se dedicó en mucho a la abolición de la miseria y a garantizar educación y salud plenas, pero sin las libertades políticas de una democracia, unas tan básicas como la libertad de prensa y la libertad de expresión. Pero los gérmenes del infierno siguen ahí presentes, modelo que a pesar de sus avances en justicia social, sigue lejano de los ideales mínimos de democracia y solidaridad. Son los países pequeños de Europa Occidental y algunos pequeños en nuestra América, los que simbolizan atisbos de decencia. El mundo anda mal y ha globalizado la maldad. Lo veo en Siria, lo vivo en América Central ante la ausencia de justicia y democracia, en Guatemala, capital del racismo en América, lo denuncio en África que existe convertida en cárcel por designio de los países ricos de Europa, lo lamento en Palestina cuyo pueblo casi que lo ha perdido todo, menos su memoria. Las tragedias son de nunca acabar.

Nuestras vidas son menos que un abrir y cerrar de ojos, somos como ciertas moscas que vuelan y mueren, pero si hay una razon para vivir es la de ser buenos los unos con los otros, la de saber que todo acto de generosidad y de compromiso de la paz en todas sus dimensiones no es otra cosa que un bello y silencioso testimonio vital. Como sociedad, los costarricenses debemos siempre renovar nuestros votos por una democracia más incluyente y justa. El camino de lo bueno no tiene fin, los espíritus de buena fe buscan su norte que a veces parece perderse entre tanto desglose absurdo, entre tanta bruma que tapa el firmamento, y entre tanto lamento rendido. Recordemos, al muy sabido de todos, al poeta sevillano Antonio Machado:

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.

Si el mal es mal, el bien es bien y existe. El bien es el bien buscado, el bien tejido y en permanente sobresalto. Todo cambia, todo se transforma.  En el universo reinan la gravedad y el perenne movimiento. La materia. Nunca nada en el espacio deja de moverse ni el silencio puede ser total. Estas son dos premisas, fundamentales, a mi juicio, que explican la irrupción de la pregunta en el texto humano y en su devenir. Pero en nosotros, los humanos, la materia deviene en pregunta ética. La maldad  se ve reflejada en materialidades ingratas, obscenas: el holocausto de los infantes que mueren de desnutrición cada día, la pobreza extrema, la ignorancia, la guerra, la indigencia… La maldad no es una especulación abstracta, sino una realidad que con frecuencia nos enmudece, que los sillones de privilegio acomodan, porque no nos entendemos frente a una palabra desterrada, exiliada en los pantanos de la barahúnda semántica.

El mundo de las palabras es un campo minado. Las autopsias semánticas se encuentran llenas de porfías verbales. El estudio forense de las palabras nos confirma que la vida fluye y que ella se transforma de manera incesante, en una perpetua dialéctica inspirada y nacida del mundo físico material. El oleaje de todas palabras yace en el infinito mar de la vida y la muerte. Así las nociones de “izquierda” y “derecha” son rudimentos de poco valor científico, difíciles de tomar en serio para explicar la realidad. Si decidiéramos utilizar una categoría binaria, alternativa, en la política, esa sería la de “la muerte y la de la vida”, muerte en su sentido pesimista y vida entendida como bien común.

En el fondo, lo que generalmente más aflige al ser humano no es otro asunto que el de la pobreza y la guerra, y todos sus derivados. Cuando no hay un techo seguro, cuando en una familia el alimento escasea y cuando la esperanza se convierte en amargura, no otra cosa vive el pobre que su desventura, y cuando hay guerra, peor. Y en nuestra patria hay mucho de ello (pobreza) y demasiada pesadumbre, demasiada violencia en contra de la mujer, pues aparejada a la pobreza crece un ánimo de desesperanza multiplicado por mucho, sobre todo, en las zonas costeras de nuestra geografía y en las míseras barriadas de las ciudades. La maldad es la injusticia social, la maldad personal es la de convertirse en enemigo de lo bello y de la sensatez con uno mismo y con el prójimo. La bondad es encarnar el bien, todo lo que se pueda, pues todos somos hijos de los límites y las circunstancias.

Resurrección  es este bello poema de nuestro querido Jorge De Bravo:

Esta noche sedienta yo me he preguntado
quién eres y quién eres.
Porqué es triste tu carne como un leño apagado
y porqué tienes llena la boca de alfileres.

Y despacio, esta noche yo te he separado
como un árbol de amor, de las demás mujeres,
y haciendo de mi sangre un agua he bautizado
con ella tus angustias y placeres.

Y le he dicho a la muerte que no puede matarme!
Y le he dicho a la vida que no puede vencerme!
Y le he dicho a la tierra que si logra enterrarme,
a donde ella me entierre tú irás a recogerme!
Y le he dicho a la nada que si logra apagarme,

tú, con tus grandes besos, volverás a encenderme!  

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