sábado, 18 de mayo de 2019

GENE SHARP, GUAIDO Y LA GENERACION DEL 2007




No muy lejos de Cambridge, donde vivo, existe otra ciudad que se llama East Boston, que ubica al modesto local del Albert Einstein Institution (no confundirlo con el “Institute”) que, en la realidad, poco o nada tiene que ver con el famoso físico alemán y su ethos humanista.
Fue por décadas el hogar y el lugar de trabajo del profesor Gene Sharp, un cientista teórico de la política que salió de su enmohecida oscuridad a raíz de las protestas contra Slobodan Milosevic en la antigua Yugoslavia. Sharp murió en Boston hace poco más de un año, sin ningún reconocimiento serio de parte de la exigente y elitista academia de su ciudad natal. Su trayectoria académica estuvo ligada a la Universidad de Massachusetts donde se pensionó.
Este anciano frágil, de ojos claros y dulce mirada, y poseedor de un cerebro atlético y alertado, se convirtió en el gurú de toda una generación internacional de estudiantes subversivos, de derecha, que incluyó musulmanes, dispuestos a acabar de manera “no violenta” con los regímenes tiránicos de la post Guerra Fría, comunistas o no.
Dicha generación, fuera en Belgrado o en el Cairo, fue una mezcla extraña y heterodoxa de fuerzas políticas que siempre tuvieron un común denominador: una dirigencia estudiantil nacida en el momento preciso para enarbolar consignas democráticas, y convertirse en el sustrato de una nueva derecha rendida ante un neoliberalismo necesitado de oxígeno callejero y juvenil. Las derechas de todo tipo ocuparon los espacios que el estalinismo deshojaba en Serbia, o, el vacío que el déspota Mubarak dejaba en Egipto.
Las derechas dejaban de avergonzarse de sí mismas, adquiriendo con la novicia generación un frescor epopéyico, populista, del que no habían disfrutado en poco más de medio siglo. El espejo por donde se miraron, y continúan mirándose, es uno donde el péndulo de la historia ahora las favorece. Les había llegado su oportunidad para construir “castillos y héroes”, arropados por una aguda intuición del “deber” y de la “unidad”.
Las derechas se adueñaron de las calles en nombre de los derechos humanos y renovaron ellas un matrimonio arreglado con el neoliberalismo que con “baños de masa” celebraba. De ahí que las prédicas del profesor de Boston fueran muy útiles, como también convenientes resultaron los millones de dólares con los que la CIA, USAID, el Departamento de Estado y notables tanques pensantes (la Fundación Nacional para la Democracia, el Instituto Internacional Republicano y el Instituto Nacional Democrático) inyectaron a estas andanzas. La conservadora Hermandad Musulmana en Egipto, y Otpor (luego CANVAS) en Serbia, fueron referentes fundamentales de estos acontecimientos. La primera, como una hija no deseada y, el segundo, como el hijo querido, el que iba a influir en un grupo universitario de estudiantes venezolanos.
Las raíces políticas foráneas de Juan Guaidó se remontan al escenario descrito en East Boston. El enjuto joven leyó ávido el libro De la Dictadura a la Democracia y otros del mismo autor. Guaidó se fijó -según algunas personas que lo recuerdan bien- sobre todo en los 198 métodos no violentos de acción que lo inspiró a pelarse las nalgas, protestando contra Hugo Chávez en el 2007.
Cabe ahora hacer la siguiente acotación: a las simples y detalladas compilaciones de Sharp sobre la protesta no violenta, se le han endilgado erróneamente poderes “mágicos” que no tienen, ni es tampoco este compendio una guía científica para botar gobiernos como si ello pudiera existir o siquiera ser posible. En justicia Sharp siempre lo supo y siempre lo dijo.
Si las derechas se apropiaron de algunas consignas y métodos propios de la arenga “progre” fue porque supieron leer e interpretar la ira o el desasosiego radical de las masas empobrecidas por la economía global, carentes ellas de alternativas propias ante los anchurosos espacios abruptamente dejados por el estalinismo, la socialdemocracia, los movimientos de liberación nacional y sus aliados.
En consecuencia, el neoliberalismo tuvo que ensayar reinventarse paulatinamente, sacar de su armario un empolvado populismo democrático -convertido ahora en radicalismo militante- con el propósito de matricular a las masas en sus propios proyectos hegemónicos. Terminada la Guerra Fría, el neoliberalismo con sus cuestionadas consecuencias sociales se adelantó a inocularse de su propio veneno, y lo hizo creando un populismo inquieto y heterodoxo, vibrante y retórico, capaz de insurreccionar a las masas frente a sus percibidas amenazas, sea, por ejemplo, Abidine Ben Ali en Túnez o Víktor Yúshchenko en Ucrania.
Ocurrió que por esos azares de la vida los libros de Gene Sharp encuadraron bien -como anillo al dedo- en las mentes de nuevas generaciones de la post Guerra Fría que necesitaban maquillar sus revueltas con la “no violencia” para hacerlas moralmente atractivas en medio del caos. Lo que se conocería como las revoluciones de colores fueron realidades, mejor dicho, dinámicas sociales ya establecidas que sobre la marcha adoptaron algunos conceptos y algunas acciones prácticas propuestas por Sharp; dinámicas que también permitieron la emergencia de grupos como Otpor.
Gene Sharp no fue otra cosa. Este académico sin duda ideólogo de su propio pequeño círculo, tuvo una relativa eminencia porque a nivel global contribuyó a generar una semántica y un simbolismo urgentes, así como un optimismo generacional e intelectual frente a una izquierda atomizada que se encontró mentalmente dispersa, moralmente desarmada y famélica de argumentos. Las izquierdas, además de perder las calles, cedieron sus capacidades para pensar e innovar. Fueron las derechas las “empoderadas”, las que empezaron a amar el término “revolución”, tan odiado antes. América Latina fue la excepción durante un poco más de una década de gobiernos progresistas. La Revolución Bolivariana -sobre todo de la mano de Brasil y Argentina- se convirtió en una potente luz hemisférica que irritó a los Estados Unidos. En todo caso, entonces se respiraba un inédito optimismo a pesar de los enormes desafíos continentales. El socialismo de Chávez -el del siglo XXI- pareció confirmarlo en la región. Como sabemos, hoy no es así. El péndulo de la historia se aceleró.
Guaidó estuvo brevemente en Boston en el invierno del 2005. Fue una fugaz parada para un destino más lejano: Belgrado. Ya para entonces era un beneficiario de la organización serbia Centro para la Aplicación de Acciones y Estrategias No Violentas (mejor conocida como CANVAS por sus siglas en inglés y retoño internacionalista de Optor). A finales del mencionado año ya participaba o se “entrenaba”en Belgrado, sin drama alguno ni novedad, como un “cruzado” de las nuevas insurrecciones. En un par de semanas hizo su pasantía en los Balcanes, regresó a su país y terminó recibiéndose de ingeniero en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego, en el 2007, se matriculó en un programa de Administración Política y Gobernanza establecido cooperativamente entre la UCAB y la Universidad George Washington.
Fue Guaidó un desconocido de la Generación del 2007 que en parte contribuyó a la derrota del expresidente Chávez en un referéndum sobre la posibilidad de reelegirse él de forma indefinida. De igual manera, Guaidó fue un activista esforzado en las amplias protestas en contra de la clausura de Radio Caracas Televisión. Estos dos últimos acontecimientos -unidos a una creciente ruptura generacional de los milenios con Chávez- marcan un punto de inflexión en la historia de la Revolución Bolivariana que se profundizará con la muerte del caudillo.
El estudio de la Generación del 2007 es esencial para comprender lo que ahora ocurre. Es una pieza clave. Sin ella no se entendería la emergencia de Voluntad Popular y Primero Justicia, bastiones fundamentales de la derecha dura. Nombres como los de Yon Goicoechea, Ricardo Sánchez, Juan Andrés Mejía, Stalin González, Miguel Pizarro, Nixon Moreno, Freddy Guevara, David Smolansky, entre otros, dan cuenta de dicha generación y de su actual impacto.
Voluntad Popular -dirigida por Leopoldo López- del que Guaidó fue siempre un cuadro secundario, aún después de ser electo diputado suplente (2010) y diputado propietario (2015), se vio forzada a delegar en el joven político del estado Vargas la pesada responsabilidad de presidir la Asamblea Nacional. En el 2019 le correspondió a este partido liderar el Directorio y por estar sus principales líderes inhabilitados a ejercer dicho mando debido a la represión política, Guaidó fue sacado de la reserva para hacerlo, estando él en los últimos escalafones de la jerarquía. Los dos veteranos de Voluntad Popular, Leopoldo López y Carlos Vecchio, seguramente vieron en Guaidó una pieza leal, manipulable e incondicional: un cachorro.
Cabe reconocerle a Guaidó -sobre todo por su inexperiencia- que haya tenido el valor de ponerse en la boca del león, no solo por lo que el gobierno más astuto significa, sino también porque al interior de su oposición prevalecen nidos con viboras venenosas. Ello no lo exculpa, sin embargo, de sus apátridos vicios o de su horizonte antinacional.
Es de presumir que Guaidó no viajó solo a Belgrado y es creíble que quisiera conocer a Gene Sharp. Es probable que entre el pequeño grupo de estudiantes venezolanos recibidos por los fundadores de Otpor y CANVAS, Srdja Popovic y Slobodan Djinovic, se encuentren algunos nombres de los dirigentes estudiantiles antes mencionados. Lo que parece cierto es que la Generación del 2007 es la más frustrada entre sus hermanas de otras latitudes. No ha tenido dicha generación su Revolución Rosa (Georgia, 2003), o, su Revolución Naranja (Ucraniana, 2004); ni tampoco un Revolución de Tulipanes (Kirguistán, 2005), o, una como la magnánima Revolución de Terciopelo (Checoslovaquia, 1989), entre otras flores y otros colores.
Es probable que Voluntad Popular y Primero Justicia lleven a cuesta el trauma de “no ganar rápido”, por “nocaut”; es probable que en el análisis subestimaron al chavismo, todavía muy fuerte en el 2007 y al través de un quinquenio después. Tampoco administraron con sabiduría la impresionante victoria en las legislativas del 2015, hora cúspide de un pueblo cívicamente insubordinado.
Cuando escucho hablar a Juan Guaidó, y por intermedio de él a Leopoldo López, donde el primero como Presidente de la Asamblea Nacional abre la puerta a una intervención armada estadounidense, queda claro el fracaso final de la Generación del 2007. De nada le sirvieron los manuales de Gene Sharp, ni los premios Sajarov, ni los viajes costeados por Washington y sus ONGs, ni los sacrificios y riesgos corridos, ni la sombra de CANVAS, ni los muchos votos sacados, como para unificar a la oposición con un sentido de disciplina, generosidad y destino común. Al final los devoró un desquiciado sectarismo del que quizá Guaidó sea el menos responsable sino su víctima.
Mientras lo referido y mucho más acontecía, allá, superado el Caribe, en un viejo despacho de East Boston, quizá ya tarde en la penumbra y con una pequeña lámpara capaz de desnudar el reclinable y una arracimada biblioteca, alguien cavilaba solo, con inquietud, sobre la “cuestión venezolana”. Gene Sharp sabía, después de todo, que a nadie había prometido colores ni flores, ni que él siempre las esperaría tocando a su puerta.

martes, 7 de mayo de 2019

La estafa Guaidó y el adiós al madurismo




La intentona golpista del pasado 30 de abril en contra del presidente Maduro fracasó estrepitosamente. En Venezuela cualquier cosa puede ocurrir. Y sigue ocurriendo. Su envenenado ambiente político me recuerda a Comala, el torvo pueblo creado por Rulfo en Pedro Páramo. La Venezuela política es un entramado etéreo de voces fantasmagóricas, de murmullos escondidos, de alianzas inconfesables, donde lo único real entre la clase política son el oro, las dagas y el afán homicida. Y como si fuera poco, en el escenario hay un degenerado mental, mejor dicho, un psicópata, que desde las alturas de la Casa Blanca atiza un fuego endemoniado.
Uno se pregunta cómo es que un gobierno tan desastroso no haya caído, no hoy, sino desde hace rato. Pero también conviene preguntarse cómo es posible que en Venezuela todavía exista una oposición brutalmente idiota, despiadadamente apátrida, e inconmensurable en su delirio por el caos y la zozobra, peligros con el que arriesgan e hipotecan la vida física de los venezolanos. Mefistófeles se parte en dos.
No se debe ignorar que si hoy la vida en Venezuela es calamitosa, también podría ser peor, aciaga, en muchos más decibeles, si ahora no se impide la guerra. ¿Por Dios, qué pasa en ese llano donde maduristas y neofascistas se han enfrascado en destruir a Venezuela? ¿Por qué maduristas y neofascistas temen contar los votos ahora? ¿Acaso no podría ser la ONU el árbitro neutral? ¿Acaso la democracia no debe servir para evitar guerras? ¿Por qué Guaidó dice que negociar no es una opción? En la lucha por el poder la fuerza de la razón es con frecuencia la más vilipendiada de las cenicientas.
La congénita debilidad de la oposición derechista
La derecha moderada y la ultraderecha (la de Guaidó y López) desde la instauración democrática de la V República nunca pudieron superar el diabólico trauma que los ha perseguido hasta hoy. Nunca más pudieron dormir tranquilos sabiendo que ya no dominaban las palancas del Estado y, con ello, la piñata que les significaba PDVSA. En su lugar, el expresidente Hugo Chávez Frías utilizó las utilidades del crudo en ambiciosas y buenas inversiones sociales; pero también resultó claro que el Caudillo no pudo frenar de raíz el agobiante burocratismo y la cancerígena mala costumbre de la corrupción, fenómeno consustancial a la historia política venezolana de siempre y que a la postre minó la buena salud que la Revolución Bolivariana tuvo en sus primeros años.
Decir derecha es decir oligarquía, y la trombosis heredada por haber perdido el poder se tradujo en un constante ánimo putchista como si se hubieran inyectado heroína. Pocos en la derecha salvaron su cordura. El “fenómeno” Guaidó no es del todo fortuito y se explica en parte por la congénita debilidad recién aludida, que le ha impedido a las formaciones derechistas administrar con tino sus victorias electorales frente al chavismo, o, manejar bien su banda de influencia, porque hay que recordar que incluso en los mejores tiempos de Chávez, siempre ha existido una franja considerable de electores opuestos a la Revolución que son ahora, por cierto, una mayoría. Pero cuando la derecha pierde o entiende que pierde, el cuadro se hace peor, confinándose ella a retorcerse -cruel y dispersa- en el caldo de su consabido humor maníaco-depresivo, y con su típico odio de clase, su racismo y su putchismo
¿Por qué fracasó el intento de golpe de Estado fraguado por los neofascistas?
Todavía no se conoce toda la historia; es más, me atrevo a decir que los protagonistas no se encuentran en condiciones de contarla toda, no por ahora. En mucho porque el trumpismo y la derecha venezolana necesitan maquillar o disimular este monumental fiasco. No obstante ello, algo fundamental se puede decir.
Esta vez las masas le dijeron “no” a Guaidó
El pueblo no se entusiasmó con la "hazaña" de López y Guaidó. La derecha como “liderazgo” tiene un saldo histórico negativo -cosa que millones de opositores saben- por lo que las masas procuran administrar con cautela su propio protagonismo en las calles cada vez que son convocadas a marchar. Son masas nerviosas, sufridas, desconfiadas, pensantes e intuitivas. Guaidó tiene un poder de convocatoria limitado (que el ingenuo no sospechó tener) porque él es una esperanza limitada, una esperanza en la que el pueblo no deposita todo su afecto, y porque este mismo pueblo no está dispuesto a inmolarse por un advenedizo ya de dudosa reputación.
Guaidó es una turbia esperanza que no es sinónimo de pueblo. Los tiempos de Guaidó y los tiempos de su pueblo son diferentes en lo fundamental y a veces hasta opuestos. Guaidó “liberó” a Leopoldo y eso al pueblo le importa un bledo. Guaidó mira con ánimo distendido una invasión extranjera y eso al pueblo sí y sí le sobrecoge. La escogencia del operador Guaidó como fachada ha sido la mayor pifia de la Casa Blanca. Ahora en el Departamento de Estado miran a su operador de reojo y con una mueca de disgusto porque, paradójicamente, el mismo Guaidó se ha convertido, por torpe, en un obstáculo operativo mayor.
La mayoría del pueblo venezolano no vive fascinada con Guaidó -a pesar de haberse vendido su figura como la de un aparecido mesías- y cuando la masa lo sigue es porque en el alma de la mayoría del pueblo existe un hartazgo y un repudio hacia la gestión del madurismo. Y no es para menos. Poco más de 3 millones de venezolanos han emigrado y en un quinquenio el PIB se ha reducido en un 50%, y no todo es responsabilidad del cruel e inmoral bloqueo financiero imperialista, sino que en ello también influyeron factores endógenos que permitieron el casi desmantelamiento de PDVSA y una corrupción sin precedentes que se fue incubando desde antes de las sanciones, y de la que se beneficiaron tanto burgueses “revolucionarios” como opositores. Partícipe o no de estas corruptelas, el presidente Maduro es el primer responsable de ellas por ser el Jefe de Estado y de Gobierno, y porque el naufragio económico de una nación no debe ni puede pasar ignorando las severas consecuencias políticas que en justicia correspondan al mandatario.
En política los espacios no se regalan
La oposición le ha regalado al régimen de Maduro los espacios democráticos y de agitación parlamentaria que, aunque estuviesen muy atirantados, no dejaban de ser un acervo en la construcción de una oposición sólida. El capital ganado por la exMUD en las últimas justas parlamentarias ha sido dilapidado, se volvió humo en un tiempo récord, y nunca entendió esa misma derecha que las emociones del electorado son ambivalentes, que su psiquis es compleja, y cuyo temperamento oscila dramáticamente, sin lealtades sólidas e incondicionales. Si Guaidó se creyó “rey” fue porque nunca supo leer al pueblo, al opositor en particular, y por no haber distinguido entre el pueblo y su persona, tema que nunca significa lo mismo y trampa segura para los narcisistas de profesión como él y Leopoldo López. Además, parece que Guaidó nunca se preguntó en serio quién era él, pues de otro modo se habría suicidado.
La Fuerza Armada Bolivariana
La intentona rápidamente colapsó porque Guaidó es un imbécil político , porque las masas no lo apoyaron en su aventura, y porque el Ejército no se sumó a una descabellada y breve opereta de mala muerte. El régimen de Maduro resultó más inteligente y más hábil como para no caer en las provocaciones necrófilas de la piltrafa neofascista. Maduro se sobrepuso a la sorpresa y triunfó gracias a los consejos y al manejo que de la crisis hizo el general Padrino López, sin duda el militar más querido y admirado dentro de la institución castrense. No obstante ello, la humillante derrota de los neofascistas es apenas un capítulo dentro de un libro muy largo que en nada le procura a Maduro menos insomnio. Otra vez la historia vuelve a subrayar que el Presidente sigue en Miraflores merced al apoyo de la Fuerza Armada Bolivariana pues su gobierno disminuye en términos de gobernabilidad, incoherencia que con frecuencia llega a un punto de parálisis.
La cobardía neofascista
Guaidó y López huyeron de la escena golpista, dejando a medio mundo abandonado, corriendo uno a refugiarse en una embajada, y el otro, desencajado y tembloroso, buscando protección y consuelo en uno de sus niditos de Altamira. Guaidó no solamente es un cobarde, un narcisista consumado, pero también es un incorregible desleal. Fue indigno de “un comandante en jefe” el haber abandonado a los más de 300 militares rasos que por él desertaron y migraron a Cúcuta, tirados todos a la más mísera y humillante suerte. Su lucha “no violenta” es una mampara, un vulgar arreglo de relaciones públicas para embaucar a los ingenuos y hundir a otros. Desde la fallida “ayuda humanitaria” la popularidad de Guaidó viene rápidamente en descenso; su nombre ya es un chiste entre el pueblo porque sus promesas que con fanfarria anuncia nunca se cumplen. ¿Cuál nueva fecha anunciará? La derecha racional deberá desbancar a Guaidó para que lo constructivo se anime y el diálogo se haga realidad.
El antipatriotismo del “mesías”
Juan Guaidó es una entelequia puesta por Trump. No sabe lo que hace, no sabe lo que dice, no sabe lo que piensa. Fue puesto por Trump a secas. Sirve para obedecer, sirve para repetir, sirve para hacer lo que Trump le ordena que haga. Su función es la de implosionar Venezuela, la de impedir el diálogo, la de abogar por una intervención militar. Su intención es la de entregar la soberanía de Venezuela a los Estados Unidos, o, mejor dicho, a sus voraces transnacionales, porque eso es lo que Trump quiere. Juan Guaidó es Trump. Y para quienes adversamos a Maduro desde la dignidad, desde un auténtico espíritu democrático, la simbiosis con Trump es inaceptable. El pueblo opositor no está convencido de que tenga que sufrir la afrenta extranjera, ni la rendición del honor de la patria. Juan Guaidó pasará a la historia como lo que es: el más grande traidor entre todos los traidores de nuestra América y no solo de Venezuela.
Adiós al madurismo
El madurismo como una etapa del proyecto bolivariano ha muerto. La pregunta es cómo enterrarlo. Espero que se haga en paz. Creo que del madurismo quedará nada o muy poco. El chavismo y los ideales nobles de la Revolución Bolivariana seguirán presentes hasta que lo finito diga otra cosa. El madurismo quedará registrado como el período fatal de la V República. El madurismo con su cauce autoritario, su oscuro clientelismo, su catastrófico manejo de las finanzas públicas y de la economía, su burocratismo y su corrupción, dejará una sociedad en cuidados intensivos y demostrará, nuevamente, como los mejores proyectos sociales, quizá los más sublimes, pueden terminar precisamente pareciéndose a lo opuesto.
La Revolución hizo muchas cosas buenas por los humillados de siempre y los pobres de siempre. Chávez lo hizo. Los oligarcas nunca se lo perdonaron. Su error fundamental consistió, a mi juicio, en una suerte de incondicionalidad hacia al pensamiento de Fidel, a sus elucubraciones añejadas de estalinismo y mal marxismo que el Comandante cubano no pudo ni quiso superar. Chávez nunca fue un comunista ni quiso serlo; fue un caudillo pero nunca un dictador como Fidel. Sin embargo, toleró del castrismo la siniestra idea del valor relativo y secundario de las libertades individuales frente al Estado y frente al partido.
Extraño es lo anterior porque en la Venezuela de Chávez se permitió lo que en Cuba todavía no se permite. Lo mismo hicieron los gobiernos progresistas de la región. De ahí que Chávez imaginara que él bien podría perpetuarse en el poder ganando elecciones, de manera democrática sí, pero sin entender que esta matemática mágica es nociva y agobiante en el universo real latinoamericano.
La sola idea de que un partido político se concibiera como la fuerza conductora de la sociedad, y que la misma sociedad tuviera unas fuerzas armadas adscritas a la ideología de ese mismo partido, por más democrático y constitucional que hubiere sido el proceso para llegar ahí, lo cierto es que con ello se abrían grandes puertas al abuso y, eventualmente, a la tiranía. El pensamiento de Chávez anduvo extraviado en dicho sentido.
Algo parecido le ocurre al madurismo pero en una cuerda trágica, cuando ya los números financieros no cierran ni cuadran, cuando los aliados ya no son suficientes, cuando el contexto internacional le es adverso y el neoliberalismo fascistoide se haya en un ascenso global.
La solución es la paz
El pueblo clama por un cambio pero no a cualquier precio, o, por cualquier método. El venezolano de a pie ya conoce la historia de lo acontecido en Afganistán, Iraq, Libia y Siria. Sabe o intuye de que hay una gran distancia entre un infierno mayor y otro menor; está avisado de la crueldad del Pentágono.
La aplastante mayoría de los venezolanos quiere la paz y nunca una guerra civil, o, tropas extranjeras aniquilando a los nacionales en la propia patria. El dilema de “la guerra o la paz” es el tema supremo de la política que no siempre está sobre la mesa, y que en Venezuela ahora lo está, trama que alerta al mundo con una luz roja agitada, muy desesperada. Para ello el mundo debe descarrilar los planes belicistas de Washington. Espero que el Grupo de Contacto que ahora se reúne en Costa Rica a ello contribuya.
Existe en buena parte de la “comunidad” internacional la idea de que las partes en conflicto abran un espacio y se sienten a negociar unas elecciones generales adelantadas a la brevedad, supervisadas por la ONU, con el compromiso de respetar los resultados que de ella salgan. Sería magnífico que las elecciones se adelantaran para elegir absolutamente a todos los cargos de elección popular, porque la conflictuada nación necesita de una total y vigorosa renovación en todos sus mandos políticos. Los designios de Trump no son la solución; son los venezolanos quienes deben negociar el camino a unas nuevas elecciones que abran paso a una paz duradera y a la gobernabilidad democrática.
Es el pueblo quien debe tener la última palabra cuando se vive la congoja de estar entre la guerra y la paz. Consultar al pueblo, sobre todo en tiempos azarosos, es la mayor de las obligaciones democráticas. Soñar con desaparecer física y políticamente al adversario es barbarie; simplemente es inaceptable. En fin, las posibilidades de diálogo no se encuentran agotadas porque nunca es tarde intentarlas. La paz primero.
http://www.elpais.cr/2019/05/06/la-estafa-guaido-y-el-adios-al-madurismo/?