miércoles, 20 de junio de 2018

Trump: el espejo de la crueldad


Inusual en él, Trump retrocedió y no por bueno, sino por un frío cálculo maquiavélico. Sus instrucciones para separar a los menores de sus familiares en la frontera con México, resultaron en un bochorno total para la conciencia de la humanidad. Los legisladores republicanos no pudieron acompañarlo esta vez. Trump quedó al desnudo en una indecente y macabra pose. El hombre no se sonrojó; así como ordenó lo impensable, sin remordimiento lo borró.  La foto de un hombre sin escrúpulos quedará para la historia. El problema es que nosotros, todos, vivimos en su tiempo.


En los Estados Unidos el revuelo sigue. En la costa este, por ejemplo, los gobernadores Andrew Cuomo y Charlie Baker, de Nueva York y Massachusetts, respectivamente, se declararon, hace  pocos días, en desobediencia al desafiar lo que consideran “políticas inhumanas” del presidente Trump en cuanto a separar a las familias inmigrantes, los menores de sus progenitores. Lo mismo dijo John Hickenlooper, gobernador de Colorado, para quien estas medidas son “inmorales y antiamericanas”.  Los 3 gobernadores citados tienen en común la orden de no enviar a la frontera sur la guardia nacional de sus estados, como lo había solicitado Trump, con la finalidad de hacer cumplir las nuevas políticas migratorias de “tolerancia cero”.


Trump es el espejo de la crueldad; como pocos, un extorsionista, que pidió 2.5 billones de dólares al Congreso para terminar con este secuestro y construir el muro fronterizo. Criminal. Las políticas de Washington llevan el sello de su desajustada y peligrosa personalidad.  Yo no tengo duda de que él es un psicópata “funcional”: narcisista en extremo, alguien que tiene cero empatía hacia el prójimo, que ostenta una incapacidad para sentir remordimiento, y que padece de anestesia afectiva, cuya emocionalidad gira frenéticamente alrededor de sí mismo, en toda circunstancia y a cualquier precio.  Su arrogancia -típica de un déspota- la rodeó sin inmutarse al defender su política migratoria al mejor estilo de Herodes. En el fondo, lo que ha hecho Trump con más de 2,000 niños y niñas separados de sus parientes inmediatos, desde hace 6 semanas, no fue otra cosa que un vil secuestro extorsivo.


Lo cierto es que al escribir estas líneas, la presión doméstica e internacional contra Trump ha subido como la espuma: Londres, el Vaticano y las Naciones Unidas, entre otras instancias, han condenado esta catástrofe humanitaria. El retroceso de  Trump, su “rectificación”, no solamente es producto de tener a los demócratas en su contra, sino también a muchos congresistas republicanos que necesita. En todo caso estamos avisados: el inquilino de la Casa Blanca es un maleante.


Desde una arista estrictamente legal, no existe ni existió ninguna ley que obligara a las autoridades federales siquiera considerar una medida tan draconiana, y la verdad tan terrorista, como la nacida de la pura voluntad de Trump en forma de disposición administrativa. El drama desgarrador se inicia en los propios países de origen:  Honduras, El Salvador y Guatemala. La pobreza extrema y el terror a morir de hambre y de ser asesinados por la violencia rampante en dichas naciones, obliga al éxodo masivo de seres humanos en busca de refugio y paz en tierras estadounidenses.


Trump tuvo una disposición muy clara de negociar estos “secuestros legales” con los demócratas en el Congreso, a cambio de los fondos necesarios para construir el infame muro que tiene en mente. Este fue el meollo del deleznable chantaje, la enjundia de esta colosal perversidad. Se le puede reprochar a Trump que desde finales del 2017, el gobierno perdió la pista de 1,500 menores indocumentados. Parece que su ardid terminó en un fiasco total, causando mucho daño y demasiadas víctimas.


Trump violó artero los derechos humanos, como un sátrapa a quien le importa un bledo la moral y la ética.  El es un hombre deshumanizado. Y no está solo. Jeff Sessions, el ministro de Justicia de Trump, un fanático religioso, citó Romanos 13,  un pasaje bíblico tomado fuera de contexto histórico, para justificar las órdenes de Trump y sacar a relucir su ego maléfico que personifica fielmente: su sádica persecución de los inmigrantes, particularmente de los mexicanos y centroamericanos.


Kirstjen Nielsen, la insensible ministra para la Seguridad Interior,  compareció desde la Casa Blanca en una conferencia de prensa, para reiterar con cinismo procaz una sarta de mentiras que la administración Trump se empeñó en seguir aireando sin éxito. La principal mentira es que la administración Trump cumplió con la ley al apartar los infantes de sus familiares; esa mentira es la madre de todas las mentiras porque dicha ley nunca existió. Lo cierto es que la pérfida orden fue un sucio capricho del Presidente, una emboscada en contra de los derechos humanos al estilo de un régimen totalitario. Nielsen, tanto como Sessions, se convirtieron en  solícitos verdugos del macabro ajedrez para conseguir el muro en la frontera sur. El juego propuesto por la Casa Blanca fue absolutamente inmoral y contrario a los principios cristianos enseñados por Jesús. Trump decretó, de un plumazo, la orfandad de estos niños y niñas. Y nada puede justificar el haberlos secuestrado y torturado psicológicamente.


Una encuesta hecha pública hace poco tiempo y patrocinada por la CNN, advirtió que un 67% de los estadounidenses condena la política migratoria de separación de los infantes, mientras que un 28% apenas la aprueba. Esta repulsa tenderá a crecer a como se vayan desvelando más datos de este crimen.


Las fotografías publicadas en la prensa estadounidense, siguen hiriendo la conciencia de la humanidad que atónita testimonia esta atrocidad. Niños y niñas encajados dentro de estructuras metálicas, jaulas, que asemejan calabozos, infantes aterrorizados cuando sus progenitores o parientes son detenidos y esposados, son alucinantes secuelas de tortura a los que se han visto sometidas las víctimas. Lo peor: no hay garantía alguna para que las familias puedan reunirse otra vez después de ser separadas. Este horror ha levantado el clamor de la opinión pública estadounidense y mundial.


La arbitraria rigurosidad de las medidas aludidas, no podrá disuadir a la larga a los migrantes centroamericanos de intentar llegar al norte estadounidense. El terror comienza en casa. En Honduras, por ejemplo, el pueblo pobre -que es casi todo- vive en la pobreza, y la mayoría del mismo en abyecta pobreza. La oligarquía de unas cuantas familias sostiene sus desmesurados privilegios en la explotación de sus obreros y campesinos. La “democracia” hondureña es una ficción, donde las elecciones son una fábula bien armada para simular alternancia en el poder. Las estructuras sociales de Honduras, profundamente injustas y represivas, han tenido siempre el visto bueno de Washington, y en su complicidad los Estados Unidos cuenta con una base militar que alberga permanentemente a unos 500 de sus soldados en Palmerola, a 86 kilómetros de Tegucigalpa.


El 28 de junio del 2009, los clanes oligárquicos hondureños se pusieron de acuerdo para concretar un golpe de Estado contra uno de los suyos, un representante de los latifundistas, que tuvo la osadía de tener empatía hacia los pobres. El expresidente Mel Zelaya fue fletado, literalmente, en pijamas,  a Costa Rica. Ello ilustra la prisión que es Honduras para casi todo el pueblo. Honduras es una nación-prisión, con un Estado fallido para los pobres, cuyo pueblo teme por sus vidas frente al ejército, la policía y, como si fuera poco, también es un pueblo sojuzgado por el narcotráfico y las pandillas. Entre los pobres, Honduras es un infierno. En un país donde la vida vale poco o nada, emigrar es una necesidad de sobrevivencia, como lo hicieron los irlandeses que en el siglo XIX huyeron de la hambruna, con destino a los Estados Unidos.  


No son criminales y menos deben ser tratados como criminales, los migrantes y sus hijos. Son seres humanos que merecen mínimamente un trato digno. Asistimos a un desastre humanitario, a una emergencia de derechos humanos, que tiene en el epicentro a miles de niños enfrentados al trauma de la separación forzada, y frente a la cual la comunidad internacional debe actuar. Dichosamente el Presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado, hizo público un llamado oportuno a Trump para detener esta inhumana práctica.

En los momentos actuales, cuando Trump oficializa el retiro de los Estados Unidos de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, el mundo debe unir sus mejores voces para decir que todos los migrantes de la Tierra, indocumentados o no, gozan de derechos humanos que deben protegerse y de una dignidad que nadie puede arrebatarles. Y que los niños y las niñas no pueden ser, bajo ninguna circunstancia, papel moneda.

http://www.elpais.cr/2018/06/20/trump-el-espejo-de-la-crueldad/

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