jueves, 12 de julio de 2018

Propuesta de crítica del socialismo desde la izquierda (parte II y final)

Cuando he hecho mención al “socialismo democrático”, no quiero significar a la socialdemocracia que hoy se conoce, la Internacional Socialista, que ya hace tiempo perdió su norte decente, quizá menos en algunas repúblicas del norte de Europa. La socialdemocracia europea, la latinoamericana y caribeña, y la africana donde sobresalen los casos de Ghana y Senegal, con  Kwame Nkrumah y Leopoldo Sedar Senghor, parece extinta, disipada ante la ola reaccionaria global que no ha dejado de fortalecerse desde hace 40 años. Del legado de ellos queda muy poco o nada. Para algunos de las viejas generaciones, citar a Michael Manley, a Francois Mitterrand, a Olof Palme, Juan Bosch, Víctor Raúl Haya de la Torre o a Víctor Paz Estenssoro, son ecos que suenan en la lejanía de un pasado extraviado, y para las nuevas generaciones significan nada o muy poco.  
Parecido pasa en nuestra tierra con Pepe Figueres, Rodrigo Facio o Daniel Oduber. Ninguna de las personas mencionadas fue beata o candidata a ser beata, pero tuvieron en común el concepto político de la solidaridad social y la convicción de concebir al estado como ente promotor del bien común. La caída aparatosa del comunismo trituró sus empeños, transformó para mal a la socialdemocracia, a los movimientos de los trabajadores, y amputó el espíritu progresista y rebelde de las juventudes.
La hecatombe sufrida por el universo comunista no solamente comportó la desintegración de él, sino la horripilante transformación de su adversarios socialdemócratas y el nacimiento de un nuevo conservadurismo en los movimientos de liberación nacional.  El triunfante neoliberalismo se hizo sentir como rugir de león, implacable, vozarrón que logró desarticular el discurso de izquierda y el de los trabajadores del mundo. De ahí que la prédica de Chávez fuera recibida con alborozo por una internacional huérfana y desorientada. La euforia no era para menos: la izquierda resucitaba desde el poder, con un lider hiper carismático, y con un proyecto político inundado de petrodólares.   
Los vientos conservadores se impusieron,  y personajes como Oscar Arias, Alan García y Felipe González, renegaron de un pasado político inspirador. Si bien no abjuraron de la democracia, sí abjuraron de la justicia, de toda crítica moral del neoliberalismo; porque, en efecto, existen democracias sin justicia social y sin una moral presentable. Echaron por la borda, incluso, el cuestionamiento moral del capitalismo en sus siniestras versiones, porque para el socialista la injusticia es, sobre todo, una rabiosa desgracia moral que propone resolver a través de la política, de la política revolucionaria, porque todo acto que proponga y defienda la libertad y la justicia, es un acto revolucionario y un compromiso con el máximo posible de verdad.
La izquierda no comunista también se perdió irreconocible frente al espejo de la historia, donde creyó que por practicar la democracia política,  se encontraría exenta de reproches ante su complicidad con el neoliberalismo y que, visto de otro modo sensato, no es más que autoritarismo solapado y disfrazado de números.  
El socialismo no es la eliminación de las clases sociales, ni su promesa, no es el cielo libre de aflicciones. El socialismo es un aquí y un ahora, es una ética personal y colectiva, es una sensibilidad particular por el bien común y por el excluido, que mira al poder político con desconfianza y que, sin embargo, apuesta por la política para hacer políticas públicas en paz y en democracia. El socialismo no es el diseño de maravillosas utopías; el socialismo es la revolución posible. El socialismo no podrá ser lo viejo: un entendimiento lineal de la historia, tampoco el gusto dictatorial por el poder político.
En esta exposición, me voy a permitir poner sobre la mesa la posibilidad de que el socialismo del siglo XXI deba su fracaso, fundamentalmente, a través de un hilo histórico autoritario que se encarnó en la historia del movimiento obrero y popular, y en los movimientos anti neocoloniales y de liberación nacional, asunto heredado del estalinismo antes de la muerte de Stalin y después de su muerte. Importa señalar que Cuba, la que conocemos como solidaria y con índices de desarrollo humano ventajosos, nunca ha querido renunciar al autoritarismo, al caudillismo y a la represión del disidente. Finalmente, deseo explorar como dicho hilo autoritario ha tomado forma, vía Cuba, en el madurismo y en el orteguismo.
Sería insensato negar el rol sangriento que el imperialismo ha jugado en estas lides, asunto profundamente documentado, con la advertencia, eso sí, de que las acusaciones en contra del imperialismo yanqui no deben utilizarse para desviar la atención de los propios crímenes caseros y de las falencias domésticas.
Las injusticias imperiales no deben confrontarse con mentiras, con generalizaciones que se blandidas como navaja para achacarle todos los males al imperio y a la derecha, fingiendo el agraviado absoluta inocencia y ninguna responsabilidad. No es sensato endosar todos los males de la propia casa, hechos en casa, al vecino inquieto de enfrente. Existen culpas que son atribuibles al enemigo y otras que no lo son, porque una evaluación responsable de un asunto crítico demanda asignar las responsabilidades de manera correcta y precisa.
No cabe duda que Cuba, Nicaragua y Venezuela obedecen a capítulos muy propios de cada uno, producto particularidades individuales en el tiempo y el espacio. Después de la Revolución Mexicana, la Revolución Cubana tuvo impacto no solamente regional, sino también universal: los hombres y mujeres de la Sierra Maestra desafiaron al imperio, y al correr de la Revolución expropiaron a los capitalistas del campo y la ciudad. Ello fue todo un acontecimiento mundial que los propios soviéticos vieron con curiosidad y recelo.
Si hay una historia vibrante, epopéyica, esa es la Revolución Cubana, y si hay un Ulises en toda ella, ese es  Fidel Castro Ruz. Pero ahora no me ocupo ni me interesa narrar hazañas ni de endiosar al humano, sino en preguntarme sobre el agotamiento de la Revolución Cubana y por el fracaso del “socialismo del siglo XXI”. Preguntas que hago desde de la izquierda para irritación de la izquierda mayoritaria.
La Revolución Cubana se fragua de a poco, no solamente dentro del contexto de la Guerra Fría, sino dentro de las planicies de los movimientos anticoloniales y de  liberación en Asia, África y América Latina. A diferencia de Europa del Este, Cuba no fue producto del reparto territorial de la II Guerra Mundial, sino que obedeció su lucha a causas endógenas y a sus notables contradicciones con el imperialismo yanqui.
Me va a perdonar el lector al introducir la primera persona en este hilo narrativo, porque como individuo nada me causó tanta felicidad como la Revolución Cubana, y a nadie celebré tanto como a Fidel.  Los que hemos estudiado a fondo la Revolución Cubana, y los que de alguna manera la vivimos como propia, sabemos que ella nació cuando en América, con el beneplácito del imperialismo yanqui, se instalaron dictaduras genocidas. Probablemente las nuevas generaciones no sepan lo solitaria que estuvo Costa Rica en medio de tanta barbarie. Entonces, desde muy joven, el antiimperialismo brotó en mi persona de manera extrovertida, y las simpatías por Fidel se convirtieron en un grito por la justicia.  En este contexto, yo como muchas otras personas, nos hicimos de la vista gorda con el sistema de partido único, y no por maldad, sino creyendo que el partido único era un mal pequeño, un detalle a soportar para defender las conquistas de la Revolución, y que el partido único resolvía la injusta formalidad de la democracia burguesa.
Praga 1968, fecha simbólica, es cuando Cuba se “sovietiza” con gala, al haber apoyado la invasión del Pacto de Varsovia de la entonces Checoslovaquia a pesar de no tener “visos de legalidad”, según palabras textuales de Fidel. Desde ese momento la Revolución se alineó radicalmente con la dictadura del Kremlin. El propio Partido Comunista Cubano (fundado en 1965) adquiere la estructura y los dogmas propios del estalinismo. Vale la pena acotar que las denuncias de Jruschov ante el 20 Congreso del Partido Comunista de la URSS (el PCUS) en 1956, no fueron para terminar con las prácticas dictatoriales del partido, sino para apuntalar en el poder a una facción en detrimento de otra, bajo la denuncia de Stalin.  
El próximo mes, el 21 de agosto, se cumplirá el 50 aniversario de la Primavera de Praga, acontecimiento que no debe olvidarse a la hora de repasar críticamente la historia del socialismo, invasión que suscitó las condenas de George Marchais y Enrico Berlinguer, líderes de los partidos comunistas más grandes y poderosos de Occidente, el francés y el italiano. Ceausescu de Rumania, con poco de estar en el poder, la fustigó en un gigante acto de masas; parecida censura fue la de su par albanés, Enver Hoxha. Pero Cuba socialista no solamente no condenó la agresión, sino que la apoyó a sabiendas de su ilegalidad. La libertad de asociación y de expresión son necesidades vitales como el pan y el techo. Son derechos humanos. La ortodoxia prosovietica del Partido Comunista de Cuba lo llevó claramente a condenar  el eurocomunismo, a condonar las agresiones del Pacto de Varsovia y a ponerse del lado del Kremlin en contra de los estalinistas chinos.
Esta incondicionalidad de la Habana con Moscú se explicó, en gran medida, por la fragilidad de la economía cubana, dependiente del azúcar y de un mercado que la URSS le proporcionó con precios por encima de la norma internacional. Históricamente con la Revolución, la economía cubana no ha tenido la cualidad de poder pagar con su propio esfuerzo productivo el grueso de lo que consume. Dependió desde un principio de la ayuda soviética, estuvo sola y cercana a la debacle durante el Periodo Especial, y volvió a respirar con el petróleo venezolano. Casi todo el tiempo, los gastos de la Revolución los ha pagado otro país. Este hecho hizo que las relaciones con Chávez, y ahora con Maduro,  fueran de una estrategia vital para la sobrevivencia del régimen.
Cuba heredó las pautas de pensamiento único y  la idea de regimentar la vida cotidiana. Pero eso se pasaba por alto, más con el carisma de Fidel, que vengaba con su verbo y acción ingratitudes tan salvajes como la de Pinochet en Chile. Eran los tiempos del generoso apoyo cubano en África, de la contribución militar para liberar a Namibia y Angola, hecho que abrió el paso para la abolición del apartheid en Sudáfrica. Mandela siempre lo agradeció y vió a Fidel como a un hermano. Millones de personas honestas que de corazón siguieron a la Revolución, tuvieron difícil poder plantearse una versión crítica de lo que ocurría en la Cuba de entonces cuando incluso el imperialismo parecía en retroceso.
Fidel nunca se imaginó a Cuba sin el campo socialista hasta que lo intuyó cuando Gorbachov empezó la perestroika, y presumió hasta entonces que la manera estalinista de concebir el poder duraría siempre.  En ocasiones, Fidel tuvo desencuentros ácidos con Moscú, pero nunca fueron suficientes como para poner en duda la superioridad del partido en el escalafón del poder, ni la hegemonía de su palabra en los asuntos donde tuviera que opinar. Pienso que fue Fidel fue un hombre muy curioso, una suerte de estadista con mucha sensibilidad social y una fuerte apetencia por el autocratismo. El marxismo-leninismo le permitió dicho lujo.
En el área económica, el dogma del socialismo de estado, es decir, de uno que capta casi toda la renta de la actividad productiva para financiar todos los servicios públicos, se ha convertido en una barrera para la modernización del propio estado que tiende a existir sin entusiasmo, sin aspiraciones dinámicas, y con una subutilización de los propios recursos humanos y naturales.
Cuba necesita estimular su renta interna y depender mucho menos de la renta externa producto de los subsidios que otrora le brindó la URSS y que hoy le brinda el petróleo venezolano. Para ello es necesaria la democracia, el despliegue libre de las energías pensantes, para resolver el rompecabezas del mercado interno e internacional. Porque Cuba lo importa casi todo y porque debe transar en divisas fuertes que, a su vez, se ve urgida captar en la propia isla, no tiene otra salida racional que la de estimular la iniciativa capitalista y la modernización productiva. El dogma no debe ser una barrera  y para ello la nación a mayores libertades. El bloqueo financiero es una de las razones de sus dificultades económicas, pero no es la única ni la principal; las razones fundamentales se encuentran a lo interno, en sus hipertrofias.
El asunto, lo que no ha cambiado en el sistema político cubano, es la naturaleza autoritaria del régimen que se sigue sosteniendo sobre la base del partido único que en no poco sustituye al propio estado. Incluso Raúl Castro ha abogado en separar las funciones de cada ente. No solamente el partido peca de monopólico, también lo hacen las llamadas organizaciones de masas.  En fin, es de esperar el momento conveniente para que los comunistas cubanos se deshagan de ideas políticas que, lejos de dinamizar la economía, la estancan y hacen patente su fragilidad.
Uno puede reconocer el rostro amable de la Revolución Cubana, su solidaridad con los parias del mundo, su aspecto tropical y a Martí que se tiene como estandarte, pero también existe otro rostro, uno vergonzante, que consistió en un abyecto modus operandi de control social. Pienso en Reinaldo Arenas, sin duda un gran escritor, que tuvo que sudar con terror su homosexualidad, y cuya mente independiente le costó el ostracismo y la represión del régimen. Y como él muchos más. No se trata de ser derecha, sino de ser humano. Se trata de analizar, criticar y extirpar la herencia estalinista.  El imperio acecha, es cierto, pero no por ello se vale hacerse el ciego y el sordo.
Hoy, sin el campo socialista, Cuba no ha virado hacia la democracia, mejor hacia el socialismo democrático, sino que su aparato burocrático todavía se aferra a la dictadura del partido. Los comunistas cubanos, sus nuevas generaciones, tienen la oportunidad de convertir a Cuba en una sociedad democrática, sobre todo, por el extraordinario capital humano de la isla. Solo necesitan los vientos de la libertad. En síntesis: el modelo cubano en dictadura y dogma tiene el tiempo contado, no es viable, y si ha sobrevivido es gracias al petróleo venezolano. Cuba podría transitar hacia la democracia sin renunciar a su nacionalismo, a su sentido de pertenencia, pues ello no solamente es propio de los comunistas, sino de una cubanidad multicolor que considera el tema de la soberanía de la isla un rasgo distintivo que debe llevarse con orgullo.
Nicaragua. Ortega heredó de los cubanos aquello de “dirección nacional ordene”. Heredó el ideal del poder corporativo omnipresente. Ortega gobernó la última década como si Nicaragua fuera una finca. Se apropió de todo un país, se lo repartió con los empresarios de la COSEP e hizo propias las consignas reaccionarias del cristianismo institucional. Es más: Ortega le ha ofrecido al capital transnacional los recursos naturales de la patria. Que lo diga Wang Jing y su abortado plan con el canal interoceánico. En fin, Ortega, como presidente la república, se ha deslegitimado del todo. La presente deslegitimación proviene de sus  muertos. Porque si en Colombia, en el término de 2 años y medio, han sido asesinados 311 activistas sociales, Ortega ha matado poco más de 300 en tres meses.
El régimen le ha ordenado a los francotiradores disparar en contra de ciudadanos desarmados.  Eso es criminal. Más del 90% de las víctimas es pueblo opositor. El amor de mucha izquierda por Ortega no me lo explico de manera sensata. Porque ni siquiera existe una revolución. Lamento que el Partido Comunista de Cuba se haya solidarizado con el tirano. El PCC se ha convertido, como el FMLN, en cómplice del dolor de todo un pueblo. Y los socialistas libres no podemos aplaudir semejante complicidad.
No se debe atribuir a las fuerzas conservadoras la presente insurrección. No creo que se le deba dar tanto mérito a lo que dicen es derecha, porque si derecha significa empresarios e iglesia, baste con saber que ellos fueron, junto con Ortega, los primeros sorprendidos con el alzamiento popular y los menos interesados en incendiar la casa.  Ningún empresario en sus cinco sentidos hubiera atizado los fuegos de la protesta pública, pues estaban mejor que cómodos.
En tres meses, Ortega pasó de un presidente electo con los votos, (mal que bien y a pesar de todos los arreglos) a ser un vulgar dictador. Y el apoyo de Cuba es geopolítica. La verdad es que la burocracia del PCC vela por sus propios intereses económicos, por lo que se ve obligada en apoyar a Ortega, y por similar razón, también  apoya a Maduro, quien le asegura el suministro de petróleo. El interés por los ideales es secundario, lo que cuenta es sobrevivir sin disyuntivas halagüeñas.
Cuba sabe jugar, sabe medir y sabe ganar, su burocracia esta curtida en los afanes de la sobrevivencia, pero su socialismo también escoge por cuáles oprimidos se duele y por cuáles no, escoge también cuáles dictaduras son buenas y cuáles no, dejando tirado en el suelo toda poesía revolucionaria. Cuba se encuentra hoy muy lejana de aquella carta del Che a sus hijos, donde les dijo: “Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida en contra de cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.”
La debacle es Venezuela. Aquí agrego un después de Chávez. Yo fui un entusiasta del expresidente Chávez. Esa tenacidad de Chávez para unir al latinoamericano y caribeño me pareció inspirador y llegó a Miraflores en momentos cuando otras causas progresistas llegaron también al poder. La parafernalia y los proyectos bolivarianos integradores fueron causas muy sentidas y urgidas. Considero que fue un pálido demócrata , un hombre entusiasmado por las urnas, el arquitecto de una fabulosa Constitución (1999), y alguien que en verdad no necesitó ser tan incondicional de Fidel porque no tenía porque serlo, sino al revés.
Fidel tuvo esa casi mágica habilidad de engatusar a medio mundo, desde la más rancia derecha a la ultraizquierda.  No dudo que hubiera sido el mejor encantador de serpientes de la historia. De modo que no es extraña la actitud condescendiente y casi sacramental de muchas democracias hacia el Comandante. Lo cierto es que Chávez se convirtió en un discípulo de Fidel con proyectos sociales y económicos muy diferentes, excepto en su paternalismo, unidos por un nacionalismo solidario y un antiimperialismo altisonante. Cuba se benefició en lo económico y en lo político con el socialismo del siglo  XXI. Chávez logró posicionar y legitimar a Cuba en América, captando para ella formidables alianzas en Sudamérica y en el Caribe. Con Chávez, Cuba dejó de ser el “patito feo” del vecindario que con inteligencia evitó integrarse a la O.E.A.
Fue el petróleo venezolano el que financió toda esta danza. El pueblo de Venezuela se benefició de ella, así como muchos gobiernos del área. Cuando en diciembre del 2007 Chávez es derrotado, en un referéndum que buscaba concederle poderes más amplios y suprimir las barreras que impedían las reelecciones consecutivas,  derrota que asumió con dolor y desilusión, me pareció que se dejó ver algo de Fidel en él: la convicción de creerse absolutamente indispensable y la vocación por un gobierno ininterrumpido. Sus rasgos de autócrata salieron a relucir dentro del marco constitucional.
Al morir Chávez siguió Maduro, el hombre que sigue sepultando la obra de Chávez, con el agravante de haber secuestrado a toda una nación en suplicio y bajo un mando  autocrático. El madurismo ha retorcido todo para seguir en el poder, haciendo de la democracia de Chávez una mera referencia del pasado. Completamente cierto es que la derecha existe anulada por sí misma, y como ninguna ha sido incapaz de señalar un derrotero para arribar a cierta normalidad institucional.
Estados Unidos no es el responsable de la crisis venezolana, sino el madurismo preso de una corrupción interna fuera de proporción,  corrupción patente desde años atrás, que el Fiscal General sigue investigando y que es de una factura de no pocos billones de dólares.  Síntesis: no veo como Maduro pueda completar su mandato. Los números no cierran, la situación es desesperada en todos los órdenes y la industria petrolera sigue en picada. La corrupción y el criminal manejo de PDVSA terminó  por desintegrar el proyecto bolivariano.
Corolario: el socialismo del siglo XXI fracasó.  El ciclo de la euforia se cerró y el del dinero venezolano se esfumó a manos de bandidos que desde Chávez venían operando, como sigue denunciando el fiscal general, Tarek William Saab.  
Fue el dinero venezolano el que le dio lustre, luces y decorado a la epopéyica quijotada del Comandante Hugo Chávez.  Sin ese dinero la aventura habría sido imposible. Chávez mereció mejor suerte, no creo que él habría sepultado la Revolución con la intensidad y velocidad con que lo hizo Maduro.
Con Chávez el problema fue otro: su carisma y autoridad no tuvieron contrapeso. Fue un demócrata, pero un demócrata con más poder que el debido. Al igual que Fidel, gozó de una autoridad  carismática sin parangón, y su personalidad autocrática y caudillista fue imposible de disimular. La desventaja del caudillo hiper carismático e hiper poderoso, es que anula al pueblo, y en lugar de depender el pueblo de múltiples factores, depende de uno, por más que el caudillo intente lo opuesto, por más que declare el reino del poder popular.
El caudillismo es nuestro peor enemigo, y el caudillismo de izquierda el más nefasto espejismo. Sin decir el nombre de Stalin, sin proponérselo, el populismo de izquierda encontró en el estalinismo inspiración para dotar de método a las fuertes personalidades autocráticas.  Y dicho método lo transfirió Fidel al socialismo del siglo XXI y fue Chávez su mejor discípulo. Igual, desde hace mucho Fidel lo hizo con el déspota Ortega.
De Correa, Mujica, Cristina, Evo y Lula no es mucho lo que ahora pudiera decir pues desempeñaron y algunos desempeñan sus cargos siguiendo el hilo democrático.  Pepe Mujica fue con creces fue el más consecuente con los ideales democráticos, y Evo junto a Correa, los más tentados por el autoritarismo, sin convertirse en autócratas.  
El paisaje para el socialismo es de sombras y despeñaderos. Pero el paisaje es lo que es. En lugar de deprimirse, la izquierda debe levantarse y andar y, como Sísifo, volver a intentarlo todo desde abajo, una y otra vez.

http://www.elpais.cr/2018/07/12/propuesta-critica-del-socialismo-desde-la-izquierda-segunda-parte

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