No se quien estará alistando ya un réquiem para Segunda República y bueno es que se dé prisa. Lo que formalmente se instituyó con la Constitución Política de 1949, presagiado con el portento de las conquistas de la clase obrera a principios de la década de los 40 , que fue nuestro Estado Social de Derecho, ya no existe como proyecto nacional histórico, es decir, como columna vertebral de un norte acordado por las fuerzas sociales emergentes consensuado de manera tácita o implícita.
Con el ascenso del neoliberalismo en 1982 hasta la fecha, la tónica de la gobernanza se ha caracterizado por el desmantelamiento de las conquistas sociales y de la posibilidad que tuvieron capas de nuestro pueblo para ascender en las jerarquías de nuestro entramado social. Conviene abrir los ojos porque lo apuntado ya no existe sino como un mero reflejo de un pasado político que es imposible replicar.
Lo que queda en pie de la última República son las sombras de su mejor época, de ninguna manera idílica, pero suficiente para instaurar un hilo conductor de gobernabilidad y de sanas expectativas de movilidad o ascenso social. Atónito, estupefacto, veo el descreimiento de los señores candidatos presidenciales en no querer caminar junto al cortejo fúnebre y creo que dicha ceguera le va a salir muy cara al país.
Si triunfar es para gobernar me temo que las actuales elecciones no son las correctas. Quien gane las presidenciales, en las condiciones de hoy, no va a gobernar ni queriendo ni con la mayor honestidad imaginable. Es imposible gobernar de manera seria y responsable cuando lo que se tiene a la par es un cadáver, llámese Segunda República, maquillado en exceso. El desgobierno se anuncia con letras mayores a lo ancho del horizonte. Enfrentará con mucha debilidad la crisis del país y tendrá una inhóspita Asamblea Legislativa. Quien ocupe Zapote ha de naufragar irremediablemente.
No hay que ser brujo para no darse cuenta del estado de gravedad y conflictividad de la nación, anunciado por los ciudadanos con su justa y fenomenal apatía política. Si entendemos el verdadero significado de la muerte de la Segunda República, lo demás, lo que venga, será un chiste de pésimo gusto.
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