viernes, 12 de enero de 2018

DIOS, PERSONA Y TRINIDAD

Creo que el dogma de la Trinidad encuentra potentes debilidades lógicas y no por ello ahora aspiro a pensar a que sea imposible demostrarla como posibilidad de la materia. Quizá, en un futuro, la física se encuentre en condiciones de probar la existencia de los multiversos donde la eternidad desplace la muy “primitiva” concepción del tiempo lineal (pasado, presente y futuro) que la física de Einstein logró desgarrar.

En Cambridge he conversado con amigos judíos, unitarios y musulmanes que no superan la extrañeza frente al concepto cristiano de la Trinidad. Le concedo a ellos la distinción de tener, por ahora, mejores razones para argumentar desde la lógica la existencia de un Dios indivisible.

En lo personal, considero que sea cual fuere la opinión sobre el tema, ninguna debe ser tenida como sacrílega o apóstata pues ningún argumento es en sí pernicioso. Además, la fe cristiana debe de abjurar y condenar hoy en día un pasado lúgubre y acostumbrado a mandar a la hoguera a los disidentes. Me vienen a la mente nombres magnánimos como los de Miguel de Servet y Giordano Bruno. Dios los tenga en su gloria.

Dicho lo anterior, yo me pregunto si para avanzar filosóficamente habría que confrontar al dogma trinitario o apoyarlo con mejores y contundentes afirmaciones. Cada domingo que asisto a la iglesia episcopal, por lo general muy alegre, ahí recordamos la importancia del credo niceno en nuestra fe. Me atrevo a pensar que los dogmas, a veces muy necesarios en materia de fe, son ejes muy establecidos y que con buen tino marcan los puntos de partida de los debates necesarios. Puede ocurrir, a veces, que un dogma pueda ser desplazado por una mejor idea o por una no muy feliz.

Hablar de la Trinidad en su dimensión de persona atribuible a cada de sus esencias resulta problemático. No cuesta entender que si hay tres en uno y uno en tres, la lógica encuentra un contrasentido. Todavía más: si tomamos en cuenta la obligada referencia de Santo Tomás de Aquino la cual se refiere a que una persona es “una sustancia individual de naturaleza racional”, no será difícil comprender que el dogma de la Trinidad es precisamente eso: un dogma.

La lógica no me permite tomar literalmente, hasta sus últimas consecuencias, el enunciado bíblico de que los humanos fuimos creados a imagen y semejanza de Dios. No somos dioses ni pequeños dioses. Somos partícipes de la naturaleza de Dios hasta cierto punto y la prueba es que pecamos pavoneando la ignorancia. Creo que participamos de la esencia de Dios por cuanto fuimos creados-inspirados por Él y por ello gozamos de una inherente dignidad que ningún pecado nos puede arrebatar. Somos dignos a pesar de todo. Y entre toda la creación de Dios fuimos especialmente creados para habitar este planeta con su soplo de vida y el don de la palabra. No me cabe duda que lo humano es un texto dinámico, como la palabra del Altísimo también lo es. Son dos textos que se encontraron en la Creación.

Agrego a lo dicho, como hipótesis de trabajo, que no es procedente entender el concepto de persona en Dios o la Trinidad como equivalente al de persona en lo humano. Dios necesariamente es de naturaleza eterna insospechada para nosotros y la noción de persona humana languidece a la par de ella. No existe una correlación. El problema es que conceptuar a Dios en su esencia absoluta es imposible. No obstante, en el lado humano, yo siento que Dios (que tiene un lenguaje propio que no podríamos entender) ha bajado a las posibilidades de nuestro lenguaje a través de la Biblia con sus significados y significantes. Infiero que la palabra de Dios nos ha sido dada, entre otras cosas, para ser interpretada e interpreto que procede interpretar el Génesis, particularmente la parte que dice que fuimos creados a su imagen y semejanza. No puede haber Biblia sin posibilidades hermenéuticas. Debe considerarse perfectamente normal convivir con un número infinito de interpretaciones. De la lectura comparada de la Biblia no se puede implantar ninguna verdad absoluta porque sería negar su condición de texto universal sometido a estudio. Ello, no obstante, no niega mi posibilidad personal de creer en verdades absolutas como, por ejemplo, en la propia existencia de Dios.

Es mi juicio, que importa definir lo general o común a la especie humana para dilucidar lo que la hace acreedora de un estatus especial en todo el conjunto de la naturaleza. Nos une no una razón cualquiera sino una fina y compleja que nos permite distinguir entre el bien y el mal, entre los derechos y los deberes, entre la responsabilidad y la irresponsabilidad. El principio mencionado, entendido como aptitud o si se quiere como potencia, es válido en toda circunstancia humana porque prescinde de las capacidades relativas cognitivas individuales.

No hace mucho escribí lo siguiente: “El animal humano es político porque por su naturaleza cerebral puede incidir con su pensamiento inteligente -para bien o para mal- en la complejidad de las relaciones sociales. Somos políticos a la hora de externar una opinión sobre los asuntos públicos y sobre los personales que a otros conciernan o puedan concernir.” Si la definición de persona nace en la singularidad habrán tantas definiciones como seres humanos. Prefiero la alternativa inversa. Soy porque somos todos y en dicha medida también soy singular, es decir, soy un individuo único e irrepetible que comparte la naturaleza humana con toda la humanidad y, por lo tanto, soy persona. Y soy persona, no en virtud del Derecho Positivo que lo que hace es reconocer dicha dignidad natural cuando lo hace, sino por la gracia de Dios que nos creó conforme a su digna imagen y canción. Precisamente es esta inspiración de Dios con lo humano lo que establece el vínculo de encuentro entre lo sagrado y lo profano. Y la inspiración de Dios en la cultura judeo-cristiana es la Biblia.

La debilidad fundamental y filosófica de mi argumento consiste en cómo probar a Dios, en cómo probar sus designios, sobre todo, como en mi caso, en que he decido creer en el dogma Trinitario. Todavía más: en cómo calzar una noción lógica, siempre coherente, de persona con la teología cristiana.

No obstante ello, en otro aparte, derivo que la dignidad divina de la que Dios nos hace copartícipes como personas es y debe continuar siendo la base moral de la cultura occidental cristiana, la cual nace a partir de lo que yo entiendo es una persona. En su acepción no imperialista, el legado judeo-cristiano señala nuestra identidad como cultura ya milenaria. Es evidente que esta suerte de Derecho Natural es muy discutible y abierto a profundas dudas.

En consecuencia, es el campo de la ética cristiana un lugar propicio para defender y desarrollar las tareas vinculadas a los derechos humanos, la democracia y la libertad dentro de una praxis secular que debe acompañar a los Estados. La religión no debe ser ni sombra de un poder político. Dios ni los creyentes necesitamos detentarlo porque así como hay personas que creen, así también existen otras que no creen. Somos sociedades diversas y esta diversidad debe ser apreciada y respetada.

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