miércoles, 22 de agosto de 2018

Nosotros y la Primavera de Praga

https://www.elpais.cr/2018/08/21/nosotros-y-la-primavera-de-praga/

El distinguido periodista tico, Francisco Gamboa, hombre bueno,  y alto dirigente del comunismo histórico criollo, de la estirpe del querido don Manuel Mora Valverde, describió el paisaje de Praga como patético, lúgubre, con henchidas penumbras y largas avenidas de soledad, con olor a moho y a empolvados anaqueles.

En su calidad de periodista y militante comunista, trabajó para la Revista Internacional, la publicación teórica y de noticias más importante de toda la hermandad prosoviética mundial de entonces. Sus tres años consecutivos (1986-1989) de vida común y profesional en lo que se conoció como Checoslovaquia,  lo hizo también testigo de primera fila del final de la dictadura estalinista de Gustáv Husák. El pueblo acometió una revolución democrática y la llamó Revolución de Terciopelo, 40  años después del nacimiento de la República Socialista y 21 años adelante de la Primavera de Praga.

Este 20 de agosto se cumplió el 50 aniversario de la Primavera de Praga, acontecimiento que fue una oda a la libertad. 1968 fue un año intenso y de mucha trascendencia histórica. El Mayo Francés con sus demandas claramente libertarias; en México, la Masacre de Tlatelolco, donde cientos de estudiantes perdieron sus vidas en pro de una nación democrática y, antes, en abril, del mismo año,  sucedió el asesinato del Rev. Martin Luther King Jr., el líder de más renombre del movimiento de los derechos civiles. Es  el año en que también es asesinado Robert Kennedy.

Fue un año, ciertamente, de máxima vehemencia para quienes lo vivieron con intensidad cultural y política.  La canción de los Beatles Hey Jude es la número uno del “Billboard 100” y “2001: A Space Odyssey”, se estrena, película exquisita, obra cumbre del cine, una de las que hace época e historia a lo grande, dirigida por el genial e incomparable Stanley Kubrick. https://www.youtube.com/watch?v=yS4Xu6FeWNY

La trágica y aberrante Revolución Cultural de Mao estaba en su culmen paroxístico, y el heroico pueblo de Vietnam, bajo la ejida del gobierno de Hanoi y el Vietcong, iniciaba la extraordinaria Ofensiva Tet  en más de 100 pueblos y ciudades del sur vietnamita, bajo control del imperialismo estadounidense.

Escribo ahora sobre la Primavera de Praga, en su belleza y en el estupor que causó su violento abatimiento, porque  si hay una causa cierta y verdadera, ella es la de la libertad, asunto que no es una abstracción, sino una necesidad inmediata, traducible a todos los idiomas y a todas las circunstancias.  

No  otra cosa define a la libertad más que la perpetuidad de su movimiento que protesta  las insatisfacciones materiales y espirituales en el ser humano. La libertad no deambula por la vida como una exigencia incorpórea  y aislada de la cotidianidad.
La libertad es la protesta en contra de los nudos insensibles de la ordinaria existencia. La libertad no contempla ni la posibilidad de ser una ecuación o una ingeniería del alma, porque su naturaleza  reside en el tiempo presente, en el instante del aquí y del ahora, pues es de suyo tener una bondad especulativa que la hace sorprendente, tangible y sentida.

Pues bien, los checos y los eslovacos pidieron libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de asociación, libertad para organizar eventos y libertad para viajar. La sociedad se estremeció con su disfrute, y no en pocos casos se necesitó de un preámbulo mental para ajustarse a la nuevas y más amplias fronteras. El vuelo de la libertad es así de ancho y de profundas estelas en el horizonte.

Dubchek, https://youtu.be/jbnGiiPL3VI,  el nuevo líder comunista, el hombre de la primavera y la libertad, se entregó a una secuencia de reformas democráticas limitadas pero inéditas, que entusiasmaron como nunca al conjunto de la sociedad y que horrorizó a la nomenclatura en Moscú y a sus satélites del Pacto de Varsovia.

Temieron que el partido checoslovaco perdiera el poder, que sucumbiera ante la democracia y que desdibujara el equilibrio militar entre el este estalinista y el occidente capitalista, y que la OTAN se extendiera a  las puras puertas de la entonces URSS. La dictadura estalinista de Moscú tenía razón. La libertad ponía en mucho riesgo los intereses históricos y estratégicos que Leonid Brezhnev, Alexander Kosygin y el resto del politburó del PCUS representaban.

En la madrugada del 20 de agosto, medio millón de soldados del Pacto de Varsovia invadieron la Checoslovaquia comunista que probaba las mieles de la libertad. Sus tanques fueron confrontados en las calles de Praga por decenas de miles de civiles, tanques que en un número de 2.300 pusieron fin a un laboratorio libertario, de casi 8 meses, que nunca se planteó el derrocamiento del “socialismo”, pero que aspiró a dotar al comunismo de un “rostro humano”.  El eslovaco de Dubcek fue apresado, fletado a Moscú y obligado a firmar los documentos de la rendición de proyecto democrático.

Mientras tanto en nuestra América, en Cuba, se sellaba el destino totalitario de la revolución castrista.  A muy pocos días de ocurrida la triste y célebre invasión, el 23 de agosto, Fidel aprovecha la ocasión para aplaudir ante su nación, como necesario para la sobrevivencia del socialismo, el aplastamiento a sangre y fuego de las ansias democráticas de checos y eslovacos.

No solo eso, lo apuntado. La ocasión sirvió para matricular a Cuba, definitivamente, en los entresijos políticos del imperialismo soviético y para reafirmar el carácter marxista-leninista del régimen, con la consabida lealtad al dogma de partido único y al control absoluto de la vida personal y social por parte del Estado.

Para Fidel la invasión no solamente fue ilegal, sino totalmente ilegal. “Estamos aquí esta noche para analizar la situación de Checoslovaquia. (...) Lo que no puede negarse es que la soberanía del estado checoslovaco  ha sido violada. Desde un punto de vista legal, esto no tiene justificación. No hubo ni el más mínimo rastro de legalidad.”

Fidel nunca revisó  ni cuestionó su posición.  Muchos años después el conocido periodista Ignacio Ramonet  le preguntó: “¿Lamenta usted, por ejemplo, su aprobación de la entrada de los tanques del Pacto de Varsovia en Praga en agosto de 1968 que tanta sorpresa causó entre los admiradores de la Revolución Cubana?”, Fidel Castro le respondió que “(…) nosotros aceptamos la amarga necesidad del envío de fuerzas a Checoslovaquia y no condenamos a los países socialistas que tomaron esa decisión”.

No solamente en Europa del Este, Fidel tuvo una actitud vergonzosa. También,  el Comandante, ni empatía pudo exhibir, sino solo un cómplice silencio frente a la masacre perpetrada por Díaz Ordaz en Tlatelolco. La izquierda mexicana no ha dimensionado bien, con un certero dedo índice acusatorio, el deleznable contubernio histórico entre la Habana y la dictadura del PRI.  

El dictador Videla, en Argentina, tuvo la “generosa comprensión” del Kremlin, del Partido Comunista Argentino y el de su homólogo cubano.  Ni rusos ni cubanos cerraron sus embajadas en Argentina. Cuba nunca votó una condena en contra de la dictadura argentina, y la URSS percibió de ella mucho trigo.  Silencio total.

Los chinos no fueron mejores. En su ciega competencia para disputarle espacios a la URSS, los comunistas chinos trataron de meter en su bolsillo al dictador Videla y al genocida de Pinochet.

Los comunistas, sean los de Beijing o los de Moscú, incluso los menores de Bucarest, Tirana y Belgrado, estafaron con un decorado falso y harto obsceno a los trabajadores del mundo, a sus obreros y campesinos, que buscaron resistir las injusticias del capital, la de sus burgueses y sus plutócratas, que aliados con el poder militar causaron mucho daño y mucha muerte entre las masas oprimidas.

Lo peor, sin embargo, es que el poder imperial de los nuevos zares y los nuevos mandarines, secuestró el imaginario y la “organización” de una humanidad, de trabajadores e intelectuales, la mayoría gente de honra y buena fe, que sucumbió a los artilugios de una realidad aterradora, envuelta entre espejos mentirosos y fantasmagóricas apariciones.

Lamentablemente Cuba fue parte nada inocente de esta farsa, farsa que abrazó el Comandante con cinismo y convicción, con ardor y con sus “razones”. Cuando él murió yo no sentí alegría sino tristeza, porque crecí cercano, durante décadas, a su leyenda de estadista comprometido con las causas nobles de la humanidad y me ha llevado tiempo cultivar la libertad para poder criticarlo.  Fidel fue un tirano habilidoso para hacer de su figura un producto acabado y atractivo, un producto tejido con medias verdades y medias mentiras.

No fue un poco más generoso que los soviéticos. Quiso implantar su prestigio y el de su pequeño imperio en África, en Asia y en América Latina. Su portentosa inteligencia, su frialdad, su faraónica capacidad manipuladora, sus desorbitadas y poco disimuladas necesidades megalómanas, su inflado prestigio, fueron todos ellos elementos del mito encarnado, arropado como se arropó con las consignas por él secuestradas a los parias de la Tierra.   

Pero su hipocresía a veces tocaba con cerca. La Primavera de Praga fue una de esas ocasiones. Tuvo que aceptarse de verdugo y de cómplice del imperialismo soviético. La Cuba revolucionaria nunca fue independiente, a excepción durante el miserable Periodo Especial, cuando la isla quedó sola, sin las subvenciones del campo socialista; la Cuba revolucionaria jamás fue libre. Esa Cuba fue el reino absoluto de Fidel. Ni siquiera el partido fue mayor que él.   

El estalinismo nunca desapareció a partir de la muerte de Stalin. Cuando la Revolución Cubana se autoproclamó marxista-leninista, utilizando la fórmula mágica ideada por Stalin, Fidel abandonaba todo vestigio democrático si alguna vez lo tuvo. El Comandante emuló el camino de Stalin y lo adaptó a gusto de su necesidades narcisistas.

1994 fue un año de mal augurio para Venezuela. Chávez se entregó públicamente ante los “encantos” de Fidel, y éste, en su condición de viejo testarudo, no solamente no renunció a su obsesión de ser el emperador de la plebe, sino que convirtió a su corte en una especie de internacional castrista. Ahí confluyeron no pocos.

Pero el diamante de la corona fue el petróleo venezolano. Había que cazar a Chávez. Y Fidel lo hizo como el lobo que engatusa a un pollito.  Chavez cayó en la trampa y se creyó la trampa. Cuba pasó a ser, años después, en una mantenida de Caracas.

Fidel es Fidel. Porque sin tener un poder real llegó a instrumentalizar a su favor a no pocas naciones de la región, principalmente a través del ALBA y otros mecanismos multilaterales.

Nunca he sabido de un imperialismo tan sui generis como del cubano, y me arriesgo a explicarlo por la genialidad maquiavélica de un fuera de serie como Fidel.  Empero, no sé si para ventura de Cuba, el oro negro parece alejarse lentamente de sus costas.

Lo cierto, por  ejemplo, es que el apoyo de Cuba al dictador Ortega no es otro que un eco claro de ese 1968, cuando a Fidel le pareció “digno” cortar por la yugular el grito de libertad del pueblo checoslovaco. Ni Raúl, ni Maduro, ni Evo, ni Correa, ni Cristina, han derramado una sola lágrima por los nuevos mártires nicaragüenses.  Esa es la “sensibilidad” que Fidel les heredó a ellos, una que dice que “el fin justifica los medios”. Una que destina empatía para unos y que niega a otros.

El “fin” fue siempre en Cuba no otro que Fidel mismo. Y no de otra cosa consigna se alimentan Ortega y Maduro. Y no otra cosa quiere ser Evo o Correa si más reelecciones les fueran permitidas. El autoritarismo ya no debe ser el futuro de una nueva izquierda; se trata de analizar 150 años de logros y tragedias en el movimiento de los oprimidos, para jamás repetir el penoso papel de ser dictadura. !Gloria a la libertad!


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