viernes, 24 de agosto de 2018

El deber de marchar



Una sociedad decente no solamente se nutre del cúmulo de sus instituciones democráticas, de las dinámicas y formalidades que ellas contengan; la sociedad decente también aspira a tener entre las masas una profunda cultura democrática.
No siempre cultura e instituciones democráticas van de la mano, juntas en armonía. La disparidad entre ellas puede llegar a ser abismal. Cuando el pueblo o parte del pueblo se transforma en gentuza y turba, en vulgo amurallado por el odio y la ignorancia, ello indica que una o mil grietas se han abierto en la siempre vulnerable epidermis de la cultura democrática y de sus instituciones políticas.
Costa Rica vive hoy una etapa muy crítica. Como nunca antes, las instituciones democráticas del Estado se han deteriorado, heridas de muerte; y como nunca antes la cultura democrática de nuestro pueblo se ha ido desvaneciendo. En dos frentes de batalla se abrieron profundas heridas. La democracia sangra. Y un populacho clama por la arbitrariedad y el despotismo.
La xenofobia no es otra cosa que un abominable síntoma de una democracia gravemente enferma, necesitada de cuidados intensivos. Hay que decir: no se confunda el deber que tiene Costa Rica de procurar soluciones racionales a la crisis migratoria, con los llamados al odio en contra la población nicaragüense, llamado criminal y ajeno a toda cultura democrática, contrario a nuestro estado de Derecho y a los más preciados principios de justicia y concordia.
Hay que marchar firmes para exigir de nosotros mismos un poderoso renacimiento de la cultura democrática, un nuevo amanecer en la conciencia ciudadana. Se marche con garbo, con una dignidad de mente y de espíritu, para denunciar no otra cosa que la xenofobia es sinónima de tiranía, y de afrenta de lo que siempre debemos ser: un pueblo de sólida cultura democrática.
Se marche no solo por el prójimo que ha sido agraviado por haber nacido en otra tierra; se marche también por nosotros, los ticos, para que nuestras almas no se conviertan en vileza sino en alta gallardía. Porque el prójimo podrá haber nacido en otras tierras, mas no por ello deja de ser hermana, deja de ser hermano; mas no por ello deja de ser madre, padre, abuela, primo, amigo… Se marche, con ríos de marchantes, para dejarle a nuestros hijos una sociedad decente que les impida morir de pena. Así, pues, marchemos, como dijo el Poeta, el Poeta que todos llevamos dentro.

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