viernes, 3 de agosto de 2018

Gobiernos impresentables

Cuatro gobiernos impresentables del continente americano no es una lista exhaustiva pero sí representativa de malos gobiernos. Conviene al costarricense repasar el porqué son impresentables y añadir con ello prudencia y reflexión para beneficio propio del costarricense. Hubiera querido mencionar con más detalle a Honduras, Argentina y Cuba. El primero es una dictadura descarada, fruto del fraude electoral, un régimen cavernario y homicida de su pueblo, nación expuesta a la miseria, a las enfermedades y a la violencia, todo ello bajo el alero del imperialismo yanqui. Argentina es el retorno al más aciago neoliberalismo con el agravante de que el contumaz Macri quiere sacar el ejército a las calles para reprimir la protesta social al estilo de un pasado inhumano. Y Cuba, con su partido comunista, es desde hace rato el talón de Aquiles para que la izquierda aspire a ser revolucionaria y libre en América Latina. En un principio, durante los primeros años de la Revolución, Cuba fue un factor esperanzador de rebeldía social en media Guerra Fría y con tantas y crueles dictaduras en nuestro hemisferio. Pero cuando en 1968 Cuba se alinea con la ex Unión Soviética y en contra de la China comunista, el régimen de Fidel Castro se volvió conservador y rudamente autoritario, dedicado a apoyar varios movimientos de liberación nacional en Asia, África y América Latina, asunto que le valió prestigio y respeto. Hasta cierto punto la Revolución brilló con luz propia pero sin traspasar los límites obligados e impuestos por Moscú. Hoy, sin embargo, desaparecido el campo socialista y con la grave interrogante del petróleo venezolano, la Cuba de Raúl Castro insiste en gobernar bajo un régimen de partido único que conculca las libertades de asociación y de expresión. Por este hecho el nuevo gobierno de Cuba es impresentable. Peor aún: la burocracia estalinista de Cuba le canta loas a las tiranías cuasi fascistas de Venezuela y Nicaragua. Las burguesías y oligarquías emergentes desde la “izquierda” han encontrado en el legado castrista una inspiración para saborear el poder centralizado, autoritario e irracional.
Por supuesto que ningún gobierno americano es ideal; sin embargo, me atrevo a afirmar que las instituciones democráticas y los gobiernos de Uruguay y Costa Rica comandan los primeros lugares en cuanto a cultura cívica y estabilidad democrática. Como costarricense, empero, no puedo dejar de señalar los peligros que acechan la institucionalidad democrática de la patria. La corrupción y los privilegios fiscales siguen siendo el mayor enemigo. Preocupa la corrupción incrustada en la administración de justicia y, particularmente, en su Corte Suprema. Igual preocupa el declive en calidad de la Asamblea Legislativa, en sus diputados, que no han sido ajenos al fenómeno de la corrupción.
Costa Rica se encuentra avisada de que si no corrige a tiempo los baches legales y morales en la administración pública, el país podría estar invitando a los demonios del caos y a la ingobernabilidad democrática. Dormirse en los laureles y posponer las curas a nuestras actuales deficiencias, es llevar a la nación a profundidades escabrosas. Todavía estamos a tiempo para incidir y evitar la tempestad. Y a tiempo significa, como prólogo obligado, la eliminación de las inmorales pensiones de lujo y a tiempo también significa poner ahora un tope racional a dichas erogaciones conforme a lo que somos: una nación modesta.
Si no queremos que el futuro nos depare una Venezuela u otra Nicaragua, se ha de eliminar para siempre tanta gollería inmunda de la que goza la nomenklatura tica. Las pensiones de lujo deben ser enterradas y los magistrados inmorales removidos. Costa Rica ha de entender que desde hace décadas el neoliberalismo fue una imposición foránea que incidió no solamente en la mengua dramática de las condiciones materiales de vida, sino que también fue la inauguración de una “moral” putrefacta que privilegió el descaro y el robo a expensas del erario público. El rechazo de la “moralidad” neoliberal debe ser causa de todo el pueblo, y el gobierno debe ser ultra explícito en ello, si se aspira a salvar la democracia que gozamos. Dicho lo anterior, no es mala idea  aprender lo necesario de otras experiencias, por lo que he considerado conveniente evocar dichas realidades.
He aquí, pues, cuatro gobiernos impresentables en América:
1. Estados Unidos. La elección de Donald J. Trump sigue marcando un viraje para peor no solo para los estadounidenses sino para el mundo en general. A lo interno, la guerra declarada de la administración Trump en contra de los pobres, las comunidades LGBTQ, las mujeres, los sectores de color (negros y latinos principalmente), los inmigrantes, los ambientalistas, los servicios de salud y las causas pacifistas, es frontalmente hostil y denigrante. El reverso es una política fiscal laxa para los capitalistas más poderosos del planeta, el crecimiento desmesurado en gastos de defensa, la amenaza permanente de terminar con los pocos  subsidios estatales de salud (en Estados Unidos la salud es un negocio privado).
Todavía peor: la administración Trump no se distancia de los grupos fascistas y racistas que emergen envalentonados por la retórica de ultraderecha del mismo Trump. La deshumanización de los musulmanes, los mexicanos, los haitianos y las mujeres es parte del discurso habitual del populista de Trump quien continúa explotando los sentimientos más cavernarios e impronunciables de la sociedad estadounidense.
La misión de Trump es la de instalar de hecho una dictadura global que favorezca los siniestros intereses plutocráticos del imperio. Ciertamente, en poco tiempo, su avance parece incontenible, porque ha sido capaz de doblar las rodillas de sus socios en la OTAN y en la Unión Europea. Ya no son los europeos socios del hermano mayor, sino braceros de él, esclavos de él, monigotes de él.  
No exagero al afirmar con potencia que la deplorable administración Trump bordea las aguas infestadas del fascismo. Es lamentable que no exista a nivel mundial una izquierda democrática con fuerza suficiente para ser alternativa ante tan podrida y cuasi fascista derecha. Esa es la realidad. Confío en  las reservas democráticas del propio pueblo estadounidense para que sea capaz de frenar la locura homicida de un imperio fuera de control. Tarde o temprano la revolución se hará fuerte en los Estados Unidos.
El cuasi fascismo de Trump se fundamenta en el poderío militar del imperio y tiene consecuencias devastadoras para la salud del planeta y de su medio ambiente. No otra cosa es sino una catástrofe el repudio del régimen autoritario de Trump  de los Acuerdos de París y del Protocolo de Kyoto sobre los Gases de Efecto Invernadero frente al calentamiento global. Estamos, ni más ni menos, que frente a un crimen en contra de la humanidad y la madre tierra, producto de una mente enajenada y delirante.
El actual gobierno estadounidense es el peor que recuerde la historia moderna y, sin embargo, quiero creer que en sus entrañas yace el potencial de su derrota.  No se puede esperar nada bueno de un gobierno que se ha involucrado en el secuestro de niñas y niños migrantes con métodos y propósitos terroristas, que ha tomado parte activa en la destrucción de Siria y Palestina, y que amenaza con la guerra nuclear al régimen autocrático de Irán. ¿No alcanza ello para declararlo el peor gobierno del planeta y no solo de América? Porque si de maldad global se trata, solamente el gobierno sionista de Israel compite con la crueldad de Trump.
2. MÉXICO. Aunque ya el sexenio de Enrique Peña Nieto está por concluir, con más derecho se puede decir que su administración de cabo a rabo es la más siniestra en la memoria del pueblo mexicano.  En México no solamente es el gobierno sino también el estado mismo los que naufragan juntos juntitos, destacando la maldad del ejército y la policía para coludir con los políticos corruptos que son parte del crimen organizado en los muchos espejos de la supuesta “lucha” en contra del narcotráfico. Dicha acusación llega directo a Los Pinos, casa de gobierno de Peña Nieto, como bien lo investigó Carmen Aristegui quien expuso la famosa “casa blanca” de 7 millones de dólares y que el presidente quiso ocultar, porque jamás él o su familia nunca tuvieron posibilidades de adquirirla con fondos limpios; pero no solamente el presidente se encuentra ligado a dineros injustificados, también hay un dedo índice que lo  involucra políticamente con la masacre de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, como bien lo destapó la extraordinaria y aguerrida periodista Anabel Hernández (Pluma de Oro de la Libertad) 2012 y autora del libro La verdadera noche de Iguala. Otra talentosa periodista es Lydia Cacho, descubridora de la trata de blancas y la pedofilia propias de la clase dominante mexicana y bien expuesta en su libro Los Demonios del Edén. Si estas periodistas siguen vivas es quizá por gracia de su propia valentía. Otros periodistas no han tenido igual suerte. Desde la llegada al poder EPN (2012) hasta ahora han sido asesinados 44 periodistas. México es hoy angustia y calvario: 64.700 ejecuciones en este sexenio, un promedio de 33 por día, datos que corresponden únicamente al crimen organizado. El 2017 fue un año macabro: unas 70 personas fueron asesinadas cada día, y se cometieron 25.339 homicidios dolosos. En México llueve sangre y llueve fuego, y el gobierno de EPN lejos de ser un componedor es lo contrario por sus vínculos con el crimen organizado. Lo peor  es que la impunidad sigue reinando en solitario. No sigo más porque sería de nunca acabar y con lo expuesto ya tendrán una idea de lo que le espera a López Obrador.
3. NICARAGUA.  La legitimación política y moral de la que gozaba el gobierno de Nicaragua la perdió Ortega en tres meses. Antes de los lamentables sucesos del 18 abril, el régimen Ortega-Murillo se paseaba entre sus ciudadanos con holgura por haber sido electo en unas elecciones, si bien amañadas y contrarias a la Constitución Política que expresamente prohibía la reelección presidencial, de facto reconocidas tanto al interior como al exterior de Nicaragua. Sin embargo, tras años de abusos autoritarios, importantes sectores de la población protestaron la injusticia contenida en una reforma al régimen de pensiones que fue reprimida por la policía y las fuerzas de choque del partido en el gobierno. La deslegitimación de un régimen construido  sobre un acuerdo tripartito con la empresa privada y el sindicalismo, cobró mayor vigor a como la represión y los muertos fueron aumentando hasta llegar a una escala sorprendentemente macabra. Valga decir que la insurrección popular fue del todo justificada, pues cuando un gobierno deviene en una tiranía sangrienta al pueblo le asiste el sagrado derecho a la defensa. En todo caso, el asunto lo saldó trágicamente el gobierno con cientos de muertos, heridos y detenciones arbitrarias.
La responsabilidad política de Daniel Ortega es absoluta. La cruenta represión no ocurrió sin su consentimiento. Y Ortega consintió el uso de fuerzas paramilitares - otra vez violando la Constitución Política- para quebrar la insurrección al mejor estilo fascista frente a adversarios desarmados casi en su totalidad. Ortega no será ya, nunca más, aquel legendario guerrillero socialista y valiente; hoy es él un acaudalado empresario que vela por su capital y por el de su familia y sus allegados. Lo que es el pueblo pobre y sufrido ya no le importa ni le interesa. Nicaragua es su granja. Pero no por mucho tiempo.
Ortega -al igual que Trump- vive de su narcisismo y del bajo placer que le abanica el autoritarismo y la manipulación. La insurrección no fue orquestada por el imperialismo, ni por los rusos o los chinos, ni por la derecha ni por la izquierda honesta y consecuente; la insurrección emergió de las entrañas mismas del pueblo para demostrar que la democracia y la libertad son demandas reales entre los pobres y modestos de la Tierra. Fue un estallido libertario de fina factura. El legendario Buenaventura Durruti habría estado en las barricadas y orgulloso de tan valiente pueblo.
4. VENEZUELA. Se está frente a una tragedia aberrante sin parangón, frente a un sin sentido monumental, porque el gobierno de Nicolás Maduro se las ha agenciado para retener en calidad de rehén a todo un pueblo, esclavizarlo y hacerlo obediente por hambre y con el “carnet de la patria” en mano. Son los venezolanos los nuevos siervos de la gleba, humillados y con poca esperanza, quienes deben de escuchar con el alma encogida aquella máxima draconiana que Maduro escupió a su pueblo en plena campaña electoral: “dando y dando”.  Fue como decir “yo te doy un plato de arroz a cambio de tu voto”. Y esto no tiene otro nombre más que servidumbre y humillación, situación que lleva la marca de un mafioso, la marca de un hampón extorsionista. Igualito a Trump. Porque con Maduro nada ha quedado en pie. Ni la dignidad de las mujeres. Los hombres del régimen -los sementales de la dictadura- terminaron de pudrir el negocio de “Miss Venezuela” hilando redes de prostitución, proxenetismo y corrupción como nunca antes se había visto.
Porque este desastre de “gestión” gubernamental se encubó y nació mucho antes de las sanciones yanquis, que además explican casi nada el alcance inaudito de la presente hecatombe que se vive en todos los espacios de la cotidianidad venezolana. Mejor es decir -porque es la verdad- que el madurismo le declaró la guerra económica a su pueblo, que la cúpula madurista se ha hecho inmensamente rica -junto a no pocos burgueses de la derecha tradicional- a través del contrabando, la trata de dólares y con el usufructo a quemarropa del petróleo, reduciendo a la misma industria a casi escombros.
La derecha endógena nunca fue buena oposición y también tiene una cuota de responsabilidad ante tanto cataclismo. Al igual que en la Nicaragua de Ortega, Maduro es un señor burgués “socialista” que denodadamente busca hacer la paz con los burgueses no socialistas y con el imperialismo yanqui. Pero Trump lo ignora a pesar del medio millón de dólares con el que Citgo contribuyó a la fiesta de ascensión al poder del propio chiflado. El proyecto de Chávez ya no existe, se lo tragaron los codiciosos y vendepatrias, los burgueses explotadores, “bolivarianos” o no, los que detentan el poder del estado y del gobierno, poderes que se fusionaron arbitrariamente para dar cabida a una dictadura de clase burguesa sobre el pueblo. La ANC, presidida por el cuestionado Diosdado Cabello, no es otra cosa que un vulgar apéndice de la dictadura, como lo son las Fuerzas Armadas, el Tribunal Supremo y demás aparatos constitucionales. Lamentablemente hay trabajadores pobres, no muchos pero los hay, dispuestos a inmolarse por el patrón,  existen trabajadores dispuestos a colgarse del árbol más alto al grito de “viva Nicolás y que viva mi muerte.” Son minoría y son cada vez menos.
Ante dicha tiranía el pueblo no tiene otra opción que la huelga general para expulsar al villano. El imperialismo yanqui tiene sus razones que lo enfrentan al régimen de Miraflores, son razones rastreras que obedecen a sus intereses de imperio, como rastreras son las razones oligarcas de Maduro y de su club de parásitos come dólares robados. Pero son otras las razones revolucionarias, propias  del pueblo de Venezuela, para deshacerse de él y de su tiranía. Y son éstas: alimentos, ropa, medicinas, transporte, dignidad, seguridad, democracia y libertad. Es a los trabajadores a quienes toca hacerse democráticamente del poder, pues todos los partidos políticos, sean del gobierno o contrarios, han confabulado para llevar a la patria de Bolívar a tan deplorable callejón sin salida y con una hiperinflación astronómica que cerrará en el 2018  en 1 millón por ciento.
Este asalto a mano armada no solamente es material sino también semántico. El madurismo se apropió de los símbolos del chavismo y de la verborrea izquierdista, presentándose a sí mismo como una alternativa progresista, cuando en la real realidad es todo lo contrario, cuando en la real realidad se trata de un régimen profundamente reaccionario y retrógrado.
Tener graves contradicciones con el imperialismo yanqui o con cualquier otro imperialismo, no convierte a nadie en un revolucionario, ni hay tal matrícula automática, tampoco  es una garantía de justeza o de pulcritud moral; es más, el antiimperialismo puede servir para encubrir abusos y crímenes en contra del pueblo como lo hicieron Mao y Stalin, o el resto de los dictadores del “socialismo real”, o como hoy lo hacen Ortega, Castro y Maduro. El antiimperialismo no es en sí mismo una marca de identidad, porque un revolucionario ha de distinguirse por lo que afirma y por sus obras.  De modo que gritarle cuatro cosas al imperio no vale si se practica el oprobio en contra de las masas, si se conculcan las libertades del propio pueblo.
El gran daño que sigue causando la herencia estalinista tan presente en América Latina, es la ausencia de una tradición democrática sólida y la ausencia de un respeto por lo que decidan los pueblos por encima de los intereses de los pocos en el gobierno o en el partido.  Ningún partido político ha de confundirse con el poder del estado, y ningún estado debe rendir de hambre y humillación al ciudadano. La herencia estalinista es incapaz de llamar a cualquier dictadura, dictadura y, por lo mismo, llamar libertad a la libertad. La herencia estalinista es incapaz de darle un valor absoluto a los derechos humanos y a la defensa del individuo.
El “pueblo” -esa categoría mágica que usan los demagogos de cualquier signo político- no tiene otro significado que el de señalar los esfuerzos y las inspiraciones vitales de sectores de ese mismo pueblo -muchos o pocos- y que ponen en evidencia las rutas (nunca absolutas) de la emancipación, la libertad y el bienestar común. En todo caso, es una desgracia que lo que se ha conocido históricamente como “izquierda” haya abierto los portillos a los demócratas de derecha  para que éstos reclamen, en solitario, como exclusivas las consignas de la libertad y de la justicia.
El mundo necesita y urge de una izquierda consecuente con la libertad y todos los derechos humanos.  La rica y dolida lucha de los trabajadores del mundo se encuentra entretejida, en una danza en extremo compleja y alucinante, por las constantes intersecciones entre las justas demandas sociales de los oprimidos y el mundo dictatorial y falso del “ socialismo real”. La confusión histórica de todo este embrollo  es colosal, sus consecuencias nefastas y alucinantes el millón de máscaras y espejos con que traidoramente la realidad arropó la trama. La izquierda lleva cerca de 100 años arrastrando dicho lastre. Hoy el deber es denunciarlo y superarlo. Porque si no se reconoce que el socialismo no solamente es hijo de las glorias, pero que también es hijo de la tiranía y de sus espejismos semánticos, no veo por donde se pueda rectificar con completa sinceridad y honestidad.
La “izquierda” en América es hoy profundamente analfabeta, acrítica, amante de consignas pueriles y de grandilocuencias estúpidas. No se da cuenta que en las cúspides del poder viven quienes engordan sus chequeras y quienes alardean de una falsa moral, y  que también viven ahí quienes al pueblo exigen sacrificio mientras que como poderosos hartan y beben a sus anchas, igual en Caracas como en Nueva York, igual en Managua como en París. Estos señoritos del embuste le imponen a las masas la misión de multiplicar los panes, los pececillos  y el vino en medio de la hambruna y la confusión. Porque ningún gobierno debe amanecer como nuestro dueño y ninguno debe ser señor para humillarnos. Es esto, precisamente, lo que enseña el mal gobierno de Venezuela.
Epílogo:

Nadie, pero nadie en el mundo, tiene la fórmula o una ideología política capaz de componer toda la injusticia que habita en nuestro pequeño planeta. Quien diga lo contrario, miente. Lo único que le queda al ser humano de buena fe es la integridad de ser fiel a los ideales de la libertad, la democracia y la justicia, porque al carecer el humano de fórmulas mágicas y de hechizos sobrenaturales para alcanzar el paraíso, no otra cosa puede quedar en el individuo más que el gusto por lo bello y lo libre y el horror de lo injusto. La libertad y la democracia no prometen otra cosa, y sin garantías de ninguna índole, que la de seguir luchando por ellas a sabiendas que siempre será escaso lo que se logre. Pero se ha de luchar por ellas en tiempo real y jamás supeditar dicha lucha  a promesas o a autoridad alguna. Quisiera contar una historia mejor pero no hay otra. Esta inevitable lucha semeja las olas del mar, que van y vienen, como les es costumbre desde tiempos inmemoriales.

https://www.elpais.cr/2018/08/03/gobiernos-impresentables/

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