lunes, 23 de abril de 2018

Ortega debe irse

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, debe irse, dejar su cargo y por el bien de Nicaragua hallarse un confortable exilio. Nada cuesta, al menos que una nebulosa aritmética mental, fantasiosa, le obnubile el sentido de realidad, el sentido común, que indica que él ya no es indispensable ni querido para el pueblo nicaragüense.


El despotismo, con su neoliberalismo incluido, toca a su final, y el pueblo claramente se hartó de que su nación sea manejada como una vulgar finca, cuyo dueño hacía y deshacía a su antojo hasta que topó con un muro que le sobraron razones. Y es que cuando el pueblo nicaragüense se encabrita, es como si el Momotombo despertara en un día cualquiera.


La fraseología populista de Ortega ya no convence a nadie, su FSLN no es otra cosa que un recuerdo  traicionado, una hoja pálida y arrugada de otoño, y una confesión de capitalismo salvaje. Los pueblos no viven de frases y consignas, ni pueden perpetuarse con dádivas oscuras; al final la jarana sale cara cuando todo se agota y no queda otra cosa que el desvarío de un autócrata que se siente, en su imaginación, que sus gestos de caudillo han sido mal correspondidos. Pasa que a toda tiranía le gusta que le den las gracias, y hoy en Nicaragua eso se acabó.   


La crisis nica es un testimonio de que las libertades básicas conculcadas o condicionadas, como la libertad de reunión y de expresión, no son cosas menores que los pueblos olvidan y que, por el contrario, son demandas fundamentales de control ciudadano sobre sus gobernantes.  La libertad no es un lujo burgués, ni una majadería pequeño burguesa, la libertad es una necesidad vital del ser humano.


Ya la rebeldía no es únicamente por los desbarajustes que el gobierno intentó de imponer sobre las espaldas de los pensionados y sus familias, sino que también es un sentimiento generalizado de repulsa en contra del esquema orteguista de reparto del poder. Los autócratas no parecen renunciar nunca a los privilegios del poder absoluto,  incluso del más o menos absoluto, porque por algún encanto del destino se creen depositarios de todo agradecimiento y de toda eternidad.


Las cámaras patronales (COSEP), los obispos católicos y los pastores neopentecostales, rápidamente se han distanciado de un régimen del cual, si bien es cierto se bañaron gracias al mismo en privilegios y dólares, ya no tienen un aliado seguro, que es  terriblemente oneroso a la propia imagen y sus intereses. Cuando ello ocurre, uno ya intuye que el principio del fin se acerca.


“No eran delincuentes, eran estudiantes”, ha sido un justo estribillo coreado por los manifestantes. Me parece extraordinario que la juventud y los estudiantes personifiquen la resistencia, que haya tomado la bandera de los “viejitos” pensionados, para multiplicarla con las ansias de libertad y democracia de todo un pueblo. La juventud en nuestra región venía de capa caída, abrazando consignas inútiles y consumistas de mercado, alejada de las grandes causas solidarias; hoy la juventud de Nicaragua demuestra su músculo mental y físico, capaz de decirle alto a un anacronismo autoritario, contrario a todo idealismo honesto y comprometido con la justicia social.


Un querido escritor nicaragüense, muy conocido y apreciado entre los ticos, el novelista Sergio Ramírez Mercado, recién ha aceptado en persona el Premio Cervantes; él, justa gloria de nuestra lengua espanola, dijo en el acto solemne realizado en Alcalá de Henares: “Permítanme dedicar este premio a la memoria de los nicaragüenses que en los últimos días han sido asesinados en las calles por reclamar justicia y democracia, y a los miles de jóvenes que siguen luchando sin más armas que sus ideales porque Nicaragua vuelva a ser republica.”


El autor de Castigo Divino resumió en sus palabras el verdadero significado de la presente insurrección popular, y le destaca al mundo la importancia del valor de los intelectuales que no cierran sus ojos frente al oprobio y la injusticia. La denuncia oportuna de quienes con su arte saben denunciar mejor el infortunio, corresponde a un privilegio que se devuelve con generosidad al pueblo. El joven intelectual que no lo sepa o intuya, corre el grave riesgo de ser cántaro vacío.  “Escribo entre cuatro paredes, pero con las ventanas abiertas”, nos dice Sergio, como invitando al creador, al intelectual, a no escabullirse de la realidad.


La revuelta en Nicaragua es una denuncia del egoísmo y de la glotonería oligárquica, mejor condensada en la famosa pareja presidencial, quienes se repartieron el país para beneficio de unos pocos -religiosos y empresarios incluidos- y en detrimento de medio mundo al que consideraron siervo y vasallo.


La sublevación no es obra de la CIA o de instrucciones directas de la Casa Blanca, como con aspaviento declaran algunas mentes; les pasa igual que a otras mentes que ven comunistas hasta debajo de la almohada. A ciencia cierta, sabemos que esta implosión social se debe a más de una década de abusivas políticas económicas, compadrazgos y falsos discursos. Sabemos que Ortega construyó un clientelismo corrupto con el dinero venezolano, que le permitió repartir migajas al pueblo; y cuando el malversado dinero escaseó, la lógica del autoritarismo fue la de pasarle la factura a la ciudadanía. Ortega no es otra cosa que rey entre neoliberales y merecedor de una alfombra roja en Wall Street.


La experiencia nicaragüense nos enseña la importancia de cultivar y remozar nuestras instituciones democráticas, asunto que necesariamente depende de una sociedad que tenga en la mira alcanzar una  equidad colectiva en paz y libertad. Porque el todo de la política es la mayor suma de justicia para el pueblo y, además, porque conviene siempre repasar una lúcida regla de tres: que no hay peor tiranía que la que nace de las armas, la miseria y la ignorancia.  

http://www.elpais.cr/2018/04/23/ortega-debe-irse/

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