jueves, 26 de abril de 2018

En honor a los periodistas y comunicadores


“Nací de noche pero no anoche”, dice un popular refrán. Por supuesto que hace mucho tiempo que me di cuenta que los medios de información colectiva, en general, son empresas comerciales que responden a una cierta visión de sus propietarios, sobre todo de los asuntos políticos. Otra posibilidad, es que la vida sea recreada por órganos periodísticos afectos al Estado, al partido o a algún gremio, citando ejemplos conocidos.
En todo caso, el poder tiene mucho que ver con el ejercicio de la libertad de expresión, pues bien puede marcar una tendencia a reflejar una particular visión, los límites, de quienes tengan la autoridad de decidir qué se publica y qué no se publica. Esa es la realidad en cualquier parte del mundo, y la traigo a conversación porque todos hemos vivido el placer de gustar cómo algo se reporta, o, la repugnancia por el sesgo periodístico de un acontecimiento. Nadie escapa de haber experimentado estos dos extremos. Por ejemplo, en general, yo amo los reportajes del Semanario Universidad, detesto las entrevistas agresivas de periodistas y presentadores de la CNN, y me quedo a medio camino con no pocos editoriales de La Nación.
La libertad de prensa es alivio y dolor de cabeza, y uno escoge la manera de lidiar con ella. La libertad de prensa, como todo en la vida, no puede ni debe ser un frac hecho a la medida de uno. ¿Qué podemos hacer cuando un medio periodístico se excede, según nuestro entendimiento, en prejuicios y mentiras? Bueno, podemos hacer varias cosas, desde pedir un derecho de respuesta hasta demandar al medio de comunicación, es decir, se puede hacer todo lo que la ley nos faculta a incoar y, dichosamente, en Costa Rica, lo que no podemos hacer es implantar alegremente la censura, mucho menos la censura previa, conforme al artículo 13 de la Convención Americana de Derechos Humanos que, no es ocioso recordar, forma parte integral de nuestra legislación.
La queja, común por cierto, de que los medios de comunicación son parciales y abusivos de la “verdad”, puede ser legítima pero insuficiente para poder develar una fórmula mágica que elimine el riesgo. En nuestra realidad humana, esta queja, se encuentra destinada a ser perpetua. Tenemos que aprender a vivir con esta realidad porque la “verdad”, aún si existiese, no puede ser impuesta al ser humano. La libertad es como el agua, aún en los conglomerados mediáticos más capitalistas que uno pueda imaginar o en los medios estatales más rígidos y totalitarios, el espíritu humano ha encontrado oportunidades y hendijas para ser disonante.
La libertad de prensa siempre es y será una aspiración en construcción, un ideal que jamás será acabado, una insatisfacción permanente, que nos permite transitar mejor como por las veredas de la información y frente a una realidad que con frecuencia se escabulle, se esconde y se altera como es su costumbre. Con lo dicho, se entenderá mejor que la libertad de prensa es el derecho que tienen los medios de comunicación de investigar e informar sin limitaciones o coacciones, como la censura previa, el acoso o el hostigamiento.
No existe una libertad de prensa en abstracto; la que conocemos universalmente tiene que ver con la libertad de empresa, la propiedad privada, y la otra, tiene su correlato en la prensa oficial, la del Estado. Entre estos dos paralelos discurren otras manifestaciones alternativas de prensa. Lo importante a destacar es que, en cualquier caso, la libertad de prensa suprema, impoluta y sobrecogedora, no existe ni podrá existir, porque la vida, nuestra vida, es de una complejidad suntuosa que enredó al mismo Dios cuando nos creó.
Perdonen la disgregación, pero lo que quiero decir, es que no existe un mundo humano donde se puedan materializar las ideas puras. En el más feliz de los casos, digamos, que los ideales abstractos son estrellas muy lejanas que nos sirven para caminar en nuestro brevísimo paso por todo este enredo mundano, que es la matrícula obligada de existir. Es más, una consigna tan sonada como la de “libertad, igualdad y fraternidad”, es todo un hito histórico, pero la consigna en sí misma carece de una esencia autosuficiente para ser pura en la realidad y, paradójicamente, es esa misma realidad real la que le ofrece un lugar oscuro, incompleto y sesgado, no puro, para existir en el mundo de las posibilidades posibles, con una redundancia que no es accidental de mi parte. No me he ido por la tangente, lo que trato de decir es que un derecho que tenga vigencia de necesidad entre los mortales, no es cosa muerta, sino una aspiración viva, cuyo vigor dependerá del amor que le destinen los ciudadanos, porque nunca será obra terminada y siempre será aspiración.
La libertad de prensa no es excepción. Lo práctico de los enunciados antes dichos, es que entenderlos nos alivia de procurar lo social imposible en el tiempo y en el espacio, condición que a su vez nos permite enfocarnos en lo posible. Dicho enfoque es, en el fondo, el músculo de los sueños posibles y de las realidades transformables. De modo que la libertad de prensa es una conquista viva de la humanidad, y que está en nosotros defenderla y fortalecerla a pesar de su lejanía de las estrellas o de los imaginados conceptos puros, que no encuentro mal imaginarlos, si entendemos que son poemas vitales.
No pocos autócratas, para quienes limitar la libertad de prensa es distracción, terminan en su ocaso no reconociendo las fronteras entre la mala poética auto infligida y la realidad no psicótica. Y por ello han muerto incontables periodistas para que usted y yo, sepamos algo, mucho o poco, de una realidad rocambolesca que con frecuencia hiere las mejores partes de nuestra sensibilidad. Pienso en las víctimas de la Penca, pienso en Pedro Joaquín Chamorro Barrios, asesinado por el somocismo; pienso en los más de 100 periodistas mexicanos caídos, en el cumplimiento de su deber, a manos del crimen organizado y del Estado; pienso en las decenas de periodistas hondureños asesinados por el espanto de un régimen dinosaurio y retrógrado de derecha; pienso en los recién liquidados periodistas ecuatorianos por obra de la guerrilla; pienso en las decenas de periodistas silenciados en Colombia; en fin, pienso en los 65 periodistas asesinados el año pasado en todo el mundo, cifra contada con cuidado por la organización Reporteros sin Fronteras.
Espero haber convencido a los lectores de que la libertad de prensa es fundamental para para que una democracia tenga sentido. Es un derecho que siempre hay que defender y fortalecer, sin importar las circunstancias. La libertad de prensa con frecuencia me irrita, porque desapruebo esto o aquello, que un determinado medio publica, pero a la vez reconozco que mi berrinche es poca cosa a la par de la libertad tutelada, y que es mejor ponerse rojo de ira que ver cerrado o censurado un medio de comunicación.
A mí, en lo particular, me sigue irritando que nuestros medios principales, escritos y no escritos, no cubrieran con la misma pasión dedicada a Nicaragua, los hechos y el monumental fraude electoral ocurridos en Honduras. Porque lo que ocurrió en Honduras es vil, es atroz, tanto que la Oficina de Derechos Humanos de la ONU confirmó la muerte de 21 civiles y 55 heridos con armas de fuego, todos víctimas del terror del régimen hondureño, entre el 29 de noviembre y el 22 de diciembre del 2017. Este ejemplo, doloroso, es una llamada de atención para que nuestro pueblo, como consumidor de noticias que es, exiga más rigor noticioso y editorial en situaciones gravísimas que nos afectan a nosotros, los centroamericanos. Por otra parte, hay que seguir empeñados en construir medios alternativos para seguir expandiendo la libertad de expresión y de prensa.

Con todo, hay que decir con entera convicción y valentía que, sin importar nuestras desavenencias con la prensa, es inmoral e inhumano censurar y clausurar cualquier medio de información colectiva. La libertad de prensa se defiende a muerte. Y debe denunciarse cualquier limitación a la misma. El periodista en sus funciones deber ser un protegido de todos los costarricenses, sin excepción, aunque nos irrite y nos caiga mal. La función de ellos y ellas es informar y opinar y, por lo mismo, son esenciales a nuestra democracia. Respetemos la labor del periodista, ensanchemos la libertad de prensa, y nunca olvidemos que la misma fue posible gracias a la contribución de sus mártires, que con mi comentario de ahora honro, aunque no sea el día internacional del periodista.

http://www.elpais.cr/2018/04/26/en-honor-a-los-periodistas-y-comunicadores/

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