viernes, 13 de abril de 2018

Las trampas del poder en Costa Rica

La destitución del exmagistrado Gamboa me ha llamado a la meditación serena. El poder tienta los sentidos. El poder público de ser juez,  más si se trata de un magistrado, es de una realidad simbólica apabullante. Cuántas cosas no debieron haber sido dichas, o escuchadas o vistas, o quizá saboreadas o sentidas sin el olor de un freno de mano. Por los sentidos entran dichas y desgracias. Alto.
Recuerdo hace 35 años que tuve la oportunidad de aspirar a una plaza de defensor público. Entonces, uno tenía que ir de magistrado en magistrado buscando agradar para ser electo en una votación de la Corte Plena. Recuerdo aquellas oficinas lujosas, anchas y espaciosas, alfombradas, silenciosas, que olían como a nuevo. Uno caminaba lo que parecían interminables pasillos, como ausentes, que poco decían del destino buscado. Uno tragaba saliva, tocaba la puerta para después abrirla tímidamente. “Pase..”.
Uno iba de magistrado en magistrado, uno imaginando cómo serían ellos porque no recuerdo por esos años que hubiera una magistrada, como las hay ahora. Traté de no imaginar mucho porque eso atentaba en demérito de mi tes nerviosa. Recuerdo que la solemnidad mental que me embargaba era absoluta, multiplicada al entrar al magnífico edificio de mármol para presentarme en el primer piso y ser autorizado a subir.  
En la vida todo es práctica. Después haber conversado con tres o cuatro magistrados, adquirí un mejor temple. Recuerdo al magistrado Fernando Coto Albán, un caballero, que me escuchó con una atención no fingida, un detalle que siempre le agradecí. Don Fernando es recordado por su don de gentes y por su rectitud profesional, un hombre sabio a quien el prestigio nunca encegueció. Don Fernando era entonces el Presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Me vienen los recuerdos y las preguntas sobre lo que significa ostentar un cargo de mucho poder y prestigio, donde lo que sobra son alfombras rojas.  ¿Puede un ser humano investido de poder y prestigio resistirse a lo indebido? Yo creo que sí. Lo creo porque he conocido de personas que son felices ejemplos. Y no es que quiera idealizarlos y darles una visa de santidad. No. Es que he observado que hay seres humanos talentosos de espíritu, capaces de tener una conversación sincera consigo mismo, a pesar de las vicisitudes de la vida y los propios defectos.
Yo me pregunto si la extrema sinceridad interior, esa sinceridad que es absolutamente secreta y feroz, es un privilegio reservado a unos cuantos mortales. Me pregunto si la paga de ese posible privilegio no es otra cosa que “ser”, sin garantías de reconocimiento y un destino feliz. El destino es extraño, mustio, ajeno a las reglas de la lógica y la correspondencia moral. Existen seres humanos nefastos que mueren con honores y otros que son santos y fallecen martirizados. Hay otros, como Napoleón, que disfrutaron las luces del poder absoluto para terminar en un abyecto ocaso.
El ser humano es defectuoso por naturaleza; su único y auténtico heroísmo reside en no serlo tanto. El defecto es nuestra pizarra y la tiza la posibilidad de nuestra fortaleza.  Quien aspire a un cargo público debe examinar su conciencia a profundidad; sus defectos y virtudes, examinar a cuánta mentira se expone su más secreto interior. No hay peor cosa que imaginar creerse el centro del universo, el non plus ultra de cuanta fantasía puedan tejer los intrigantes sentidos. Pasa, incluso, que haya gente capaz de creerse y encarnar sus propias mentiras, de hacer malabares con argucias y timos, por encima de todo recato moral. El poder puede llegar a ser una droga letal capaz de anestesiar la cordura de juicio.

El poder, en particular el poder político, puede poner de relieve lo mejor o lo peor de nosotros. En el último caso, el poder puede distorsionar la percepción de la realidad común y silvestre al punto de no reconocerse uno frente al espejo de la honestidad. Esta negación de uno mismo tiene un matiz trágico, pues lo indebido y abusivo se convierte en un grito de conmiseración supremo, dispuesto a encontrar todas las excusas y “razones” para darle crédito a lo indefendible. El abusador se victimiza y su propia trampa se convierte en un nido de conspiraciones e injusticias hechas en su contra. El universo conspiró contra él o ella, y en su mente ello es inadmisible porque ha elaborado la falsedad de que es el centro privilegiado de ese mismo universo adverso.

El corrupto no solamente puede perder una objetividad mínima requerida a todo ser humano, sino que se vuelve activamente en contra de la misma, algunas veces creyendo sus propias mentiras y otras veces persiguiéndolas con plena intención. Entonces, el umbral de la honestidad ha sido completamente destrozado y hace inviable todo proyecto de integridad personal. La integridad es la puesta en práctica de la honestidad. La integridad significa enmendar lo que necesite cambiado para bien, más allá de los pensamientos íntimos honestos cocidos en la contradicción y el conflicto. Cuando no hay honestidad ni integridad el camino siempre posible de la redención personal se vuelve arduo y cuesta arriba. El mucho poder y mal usado, conlleva figuradamente una sentencia de muerte de la que es difícil escapar. Bien podría ser el destino común del corrupto y el tirano.

¿Por qué? ¿Para qué? Son dos preguntas de oro, faros perennes de toda obra.  La lisonja y el aplauso, el incienso del poder, son factores que subyugan los sentidos y la pertinencia de realidad.  ¿Por qué? ¿Para qué? Son dos preguntas que un jefe de gobierno debe hacerse tanto como la pareja que ensaya arreglar su vida en una boda o en una casa común.
La sinceridad es el camino angosto a la integridad. Si la integridad es deseable en todo ser humano, más lo es en un diputado, en un ministro o en un magistrado.
Nuestro país jamás podrá avanzar sin integridad institucional. La integridad no es un lujo sino una necesidad que siempre apremia. Cuando se sucumbe a las mieles del poder, a la falsa aurora de un decorado, se está a un pie del abismo y del trágico abandono de unas huestes que una vez juraron devoción. En fin, esta es la moraleja que no es nueva, que más bien es tan vieja como el Génesis.

http://www.elpais.cr/2018/04/12/las-trampas-del-poder-en-costa-rica/

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