lunes, 29 de enero de 2018

CARTA ABIERTA A CARLOS ALVARADO


Estimado Carlos:
Le escribo respetuosamente en mi condición de ciudadano independiente y quien desde 1978 ha depositado su voto responsablemente en cada campaña electoral.  Al correr de los años he visto muchas cosas y me fui acostumbrando a razonar mi voto con cuidado, con prudencia y mesura. Hace cuatro años voté por don Luis Guillermo Solís y no me arrepiento; el ha sido un buen presidente y de ello habla su empeño y su obra. Siéntase usted orgulloso de haber sido su ministro.


En estas elecciones voy a votar por usted. Y lo haré con mucha esperanza.  No será de ninguna manera un voto insípido por el menos malo; será un voto por el mejor, el mejor en todo. Lo congratulo honestamente. Felicitarlo es mucho decir para mí,  pues si hay alguien tosco o hasta agrio con los políticos, ese soy yo. El movimiento electoral que usted encabeza lo considero una energía, un sentimiento y un proyecto democrático. No se trata de endilgarle a usted sustantivos bonitos y sonoros, sino de subrayar el extraordinario potencial humano que existe entre los sectores medios y profesionales de nuestra patria. Usted es un hijo de dicho potencial humano.  Usted es un caballero inteligente, preparado, sensible y que goza de las portentosas energías que le otorga su edad.  Ocurre que usted no es solo eso. Usted representa un sentimiento colectivo democrático, abierto a lo mejor del mundo, una visión de tolerancia y libertad tanto como un genuino deseo de justicia para todos y para todas. Porque si hemos de convivir en esta nación, lo debemos hacer en paz, en libertad, y con un apegado respeto a la naturaleza diversa de nuestra sociedad.


La coyuntura electoral actual no es fácil; enfrentamos una ola de conservadurismo social que a mi juicio juicio es inconveniente. Esta reacción viene precedida por casi cuatro décadas de neoliberalismo atroz, frente al cual el costarricense ha sido estoico y lento en corregir.  En su desesperación, una parte muy significativa de la población coquetea con el integrismo religioso, el populismo autoritario y con la corruptela de tradición. Estos tres jinetes deben ser vencidos, por el bien de la democracia, en buena lid, pacíficamente y con sólidos argumentos. Esto último no lo mencioné en un sentido abstracto o pintoresco, lo hice porque hoy en medio de tanto nihilismo y descomposición social,  el sistema democrático de convivencia que nos cobija se encuentra gravemente amenazado, inclusive más allá de estas elecciones.


Apelo a todos los independientes e indecisos a que vislumbren a tiempo la peligrosa encrucijada en la que se encuentra el país ahora mismo, y tomen el derrotero correcto de apoyarlo a usted ante tanta amenaza conservadora y demagógica. El apoyo que con cariño le extiendo no es, por supuesto, un cheque en blanco, ni tiene como objetivo idealizar su humanidad o vestirla de santa. Los tiempos aquellos de  “mesiánicos e iluminados políticos” son hoy historia y casi sin excepción un mal recuerdo. Le toca a usted, Carlos, como persona, con la sencillez que lo caracteriza, unir a esta nación con una visión democrática universal, es decir, con una en la que nadie se encuentre obligado a perecer por falta de techo, comida y salud.  Por otra parte, la modestia, la sobriedad en el vivir, debe ser expuesta como suprema virtud en el discurso ciudadano. Hace falta. Le pido que lo predique y lo practique.  La modestia no incomoda cuando en lo social hay justicia y tampoco riñe con  nuestras posibilidades materiales limitadas como pueblo. Un síntoma pernicioso en cualquier sociedad es la corrupción y la ostentación, el uso de la religion para enriquecerse, porque el germen de mucho mal nace de la codicia, del dinero fácil y del narcisismo que anida en la ostentación. Y  si de moral social hay que hablar, hablemos de la inconveniencia de la ostentacion, de ese disparate de lujos dantescos que no pocas veces ha salido de la costilla del erario público y que lastima al pueblo. La lujuria por los excesos materiales de la que ha hecho gala cierta oligarquía y sus corifeos en el Estado, debe acabarse en lo público y como ejemplo a emular por el pueblo. Nuestra moral es otra y se basa en la modestia del empresario visionario, en la honradez del servidor público y en el despliegue creativo de los trabajadores.


¿Cómo justificar que el 0.1 % de la población consuma casi el 10% del presupuesto nacional para pagar la idílica odisea de los pensionados de lujo?  Ha sido necesario que a raíz del emblema crediticio de un banco, se haya producido una catarsis inevitable en el país, eso sí, con el inconveniente catastrófico menos visto, cual es el trepidante desmembramiento del orden emocional y ético de una hastiada ciudadanía.


Lo apoyo, Carlos,  para que no quite su mirada en los más pobres, para que los escuche, para que les converse en términos de ellos y emprenda junto a ellos la concreción de soluciones sostenibles en el tiempo. Nuestro pueblo, el más humilde, no es caridad lo que necesita sino mucha inversión pública en salud, vivienda y educación.  Y como en el capitalismo nada es gratis, hay que buscar la inversión necesaria para crear fuentes de trabajo, pero no al precio de permitir que existan empresas que violenten el derecho al  salario mínimo y a la organización.


Lo felicito por matricularse con los sueños legítimos de una juventud que aspira a no ser burócrata sino emprendedora, crítica y creadora de su propio sustento y de sus fuentes de trabajo. Este sueño de los jóvenes costarricenses contrasta con el egoísmo neoliberal de circunscribir para unos cuantos plutócratas la legítima aspiración democrática de ser empresario. Porque nuestra juventud no puede ni debe estar en el aparato burocrático del Estado. Hay que decirle al joven que se puede ser empresario y que se puede ser honesto; hay que decirle que la rectitud de carácter y una visión honesta de la vida no debe reñir las ansias de renovar y emprender.  Hay que decirle, finalmente, que el empresario honesto no tiene porque andar comprando los favores de los bancos ni de los políticos de turno. Carlos, usted ha demostrado creer en lo que digo y por eso lo apoyo. A mis compatriotas indecisos les ruego que dejen la duda atrás y nos acompañen camino a la victoria. Costa Rica lo merece.


Finalmente, Carlos, en lo que queda de campaña, cuando todavía hay un millón de votos en disputa, le aconsejo respetuosamente que enfile sus esfuerzos invocando la esperanza entre los sectores que menos tienen, sin demagogia ni populismo, pero en el claro entendido que sin los trabajadores pobres de las comunidades urbanas y rurales es imposible levantar las columnas de una nueva y pujante democracia, así como las de la victoria que hoy se busca. Los votos que faltan se encuentran ahí. La gente PAC debe erguirse como el sentimiento unificador no sectario del país, como la opción de todas y todos, como el movimiento que pone de primero la unidad nacional y el diálogo para resolver cualquier diferencia. Se trata de cantar “todas las voces todas” de tal forma que se convierta ella en el mantra de los últimos días de ajetreo electoral, en la sinergia convocante. La victoria es posible porque hay todo un espacio para avanzar de manera realista; la victoria es posible porque la gente PAC tiene la voluntad y el músculo para llegar victoriosa a la meta.


Dicho lo anterior, le reitero, Carlos, mi sesudo apoyo para que se convierta en nuestro próximo presidente por representar usted una energía, un sentimiento y una esperanza social. Que la modestia siga siendo su norte y que la derrota de la miseria sea nuestra lucha común.


Sinceramente,

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