viernes, 11 de enero de 2019

El "Grupo de Lima": una pésima junta




Venezuela no tiene que ser un frente diplomático para Costa Rica. Nada gana Costa Rica estando en el “Grupo de Lima”. Si Costa Rica tuviera que decir algo, debería hacerlo donde corresponde: dentro de los canales formales del sistema interamericano de justicia. Y lo ha hecho y lo sigue haciendo. Entonces, con más razón, este Grupo no justifica nuestra participación en él.

En nada contribuye a los intereses de todos los costarricenses nuestra presencia oficial dentro del “Grupo de Lima”. Todavía más: el hecho es una  aberración, un sinsentido, contrario a una política de Estado seria y coherente sobre cómo normar las relaciones entre Estados soberanos. Pero, además, ¿cómo siquiera congeniar con la peste de Bolsonaro?

El “Grupo de Lima” es un frente ideológico con hegemonía de una derecha nada ilustrada, burda y antojadiza, que le disputa el territorio político de América Latina y el Caribe  a otro engendro fatal: la izquierda represiva, autoritaria y hueca.

La bronca de ellos es entre ellos, no es nuestra.  Ridículo es, a todas luces, darle órdenes al mafioso cartel de Miraflores, y resulta estrafalario indicarle al dictador que le entregue el poder a sus enemigos. Nuestro norte, en relaciones exteriores, es el centro, la moderación y la prudencia, con una sobrada malicia.

Lamentablemente, no solamente Costa Rica, la democracia más ejemplar y duradera de América Latina, sino también Canadá, cuna de libertades y de progreso, han cometido el desacierto de haberse matriculado en dicho Grupo, que no es otra cosa que un velado irrespeto a todos los bloques que conforman la diversidad política en el seno de la OEA. Esa es la razón por la que dicho grupo es un rejuntado: una combinación de democracias respetables con otras que son parias.

Sea como sea, fue el mismo día en que Maduro se juramentó para su nuevo mandato, que la OEA votó favorablemente una resolución, en votos dividida, para no reconocer al nuevo gobierno de Caracas.  Es lo que es, no me parece contraproducente, pero Costa Rica debió de abstenerse.

Los criterios de México y Uruguay los juzgo atinentes, mesurados y constructivos, para bien del sistema de convivencia interamericano. Subrayaron estos países el deber de no abandonar los ejes de la no intervención y los del uso de los canales diplomáticos adecuados que permitan, ciertamente, enfrentar a los regímenes díscolos que violentan los derechos humanos y el libre ejercicio de la democracia.

Nuestro país, por sus virtudes, es vulnerable por no tener ejército y por ser profundamente democrático, por ser modesto y por ser pequeño, por tener vecinos autoritarios, y todas ellas son razones para contar con una doctrina en las relaciones exteriores profundamente apegada a Derecho, institucional, conservadora y consecuente.  

Nuestra debida ortodoxia tiene una piedra fundacional sólida: el principio de la no intervención en los asuntos internos de otros Estados. Dicho principio nos conviene alabarlo, mantenerlo y practicarlo, sobre todo por las condiciones políticas de fragmentación y poca integración que subyace en el continente americano.

El caso europeo es muy distinto. El mismo ha permitido -merced a su evolución social- “la interferencia mutua en los tradicionales asuntos internos, la creciente irrelevancia de las fronteras y la seguridad basada en la transparencia, la independencia, la apertura y la vulnerabilidad mutuas”, com bien se ha dicho. Pero lo que es bueno para Europa no es bueno para América.

La América contemporánea, particularmente la ubicada al sur del continente y la que abriga al Caribe, puede recordar a la Italia de Nicolás Maquiavelo: división, traición, corrupción y una lucha desaforada por el poder. El canibalismo político en nuestra región es ostensible y grave. Costa Rica no tiene espacio para confiar en nadie y, a la vez, tiene la prioridad de cultivar las mejores relaciones diplomáticas posibles, en primer lugar, con los Estados Unidos y el resto de los Estados del área americana, sin dejar nuestro país de tener voz propia e intereses nacionales propios.

¿Cuál es el mayor de nuestros intereses, adentro y afuera? No hay duda que la paz. Y con la paz sus alas: la democracia y la equidad social. Dicho lo anterior, también es cierto que Costa Rica no debe ser el recadero de nadie, que Costa Rica no puede andar por el mundo, menos en nuestra región, “evangelizando” a gobiernos ásperos y furiosos con las virtudes de la democracia, la honestidad y la transparencia. Suficiente es con tener al tirano de Ortega a la par.

El prestigio de Costa Rica no es omnipotente ni disuasivo; por ello mismo, nuestra política exterior camina mejor bajo el alero de una ortodoxia pujante y discreta, o, mejor dicho, humilde, enfocada en lo estratégico, y sin histriónicas proclamas, porque no somos, ni en sueños, alma de toda América, menos de sus desvelos. Con Nicaragua se ha navegado con prudencia. Es un vecino incómodo que podría invadirnos y que nos obliga a una diplomacia especial, siempre dentro de la legalidad del sistema interamericano. Nuestro interés internacional debe de ir encaminado a preservar, defender y aumentar lo que nos es sagrado: nuestra paz, nuestra democracia y nuestras libertades. El “Grupo de Lima” no nos conviene, no va con nosotros, y debemos abandonarlo por la misma puerta por donde entramos ligeramente.

Con la victoria de Bolsonaro, la situación se pone color de hormiga. Es capaz que a este lunático le da por invadir Venezuela. Y nadie en sus cabales querría eso. Las relaciones con Venezuela son de Estado a Estado y ello es independiente de la química entre gobiernos. Costa Rica no tiene que andar firmando papelitos y recados indicando lo que pueden o no hacer gobiernos ajenos a nuestro espacio político. Si un gobierno extranjero se queda o se va no es asunto nuestro; son sus connacionales quienes deben decidirlo.

A Costa Rica le conviene emular la posición de México, enarbolando el principio de no intervención en los asuntos internos de otros Estados. Bien se sabe que López Obrador no simpatiza con Maduro e hizo bien en no unirse en suscribir la resolución del “Grupo de Lima”, porque lo último que quiere México es que Estados Unidos le aplique medidas intervencionistas. Las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua caerán por su propio peso y el final de ellas será obra de sus propios pueblos. Para nosotros lo mejor es decirle adiós al rejuntado de Lima porque, además, en sus entrañas, habita lo impresentable.

El rejunte de Lima cuenta en su haber a un conspicuo forajido, y hablo de Juan Orlando Hernández, presidente de Honduras, quien usurpa la presidencia. Es este siniestro personaje un déspota consumado, que impuso su voluntad a través de un descarado y sonoro fraude electoral, con la perversa complicidad de los Estados Unidos.

Como si fuera poco, el tal JOH, bandido de alto calibre, de quien se sospecha tiene lazos con su hermano, el narcotraficante Tony Hernández, hoy bajo arresto y en manos de la justicia estadounidense, es el responsable principal del éxodo masivo de miles de hondureños a norteamérica. Juan Orlando Hernández, de semblante corrupto y de corazón estafador, merece la cárcel y el destierro, ojalá en alguna de esas gélidas prisiones siberianas.  

Deseable sería, en cualquier caso, que el nuevo canciller de nuestra Costa Rica, el distinguido y apreciado don Manuel Ventura Robles, jurista encomiable, pudiera sopesar los graves inconvenientes de formar parte del “Grupo de Lima”. Porque, ¿cuál es la gracia de andar “evangelizando” a gobiernos irredentos y a podridos patricios?

https://www.elpais.cr/2019/01/10/el-grupo-de-lima-una-pesima-junta/

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