jueves, 4 de octubre de 2018

De la ira y en desagravio a Carlos Alvarado y su familia


La ira no resuelve, la ira no transforma el mal en bien, ni agrega soles donde no los hay. Los racimos de la ira son como inmisericordes Atilas.  A su paso dejan solo estelas de desolación. La ira es tortura para el que la padece, injuria para el que la recibe, y del paisaje es común tristeza.  La ira es la sin razón de todas las razones.
En la política la ira es vana y llave homicida del espíritu.  En el amor la ira es destierro. ¿Cómo encontrar justicia donde la ira reina como océano?  Uno también se pregunta, ¿hay derecho a la ira? y yo contesto que sí, que la hay,  la hay porque ocurre entre nosotros, porque de ella no somos sus extraños, y porque reside en el humano básico que adentro llevamos; pero no hay derecho a lucir en la ira sus peores ropajes y  sus ojos desorbitados, ni la espuma rabiosa que induce a lo fatal y tremebundo.
El miércoles fue un día muy triste, y decir triste es poco, por lo que el Presidente sufrió, en su carne y en sus huesos, y en su corazón.  La protesta siempre será válida pero al secuestro de otro ser humano nadie tiene un derecho, ni un título moral, menos si dicho acto enhiesto luce siniestro el puñal de la ira.  
A los huelguistas les asisten buenas razones, preocupaciones justas, pero los métodos coercitivos de algunos de ellos son ingratos a los derechos de otros ciudadanos. La huelga del “todo o nada” no se justifica. La intransigencia sindical no es la mejor ruta. Empero, esta huelga tiene la virtud de haber obligado a un debate nacional. Nos lleva a debatir sobre la justicia o no de los impuestos, sobre las exoneraciones, sobre la deuda pública y la evasión fiscal pero, sobre todo, sobre la evasión de un sector de grandes capitalistas que no tributan ni su renta ni sus ganancias. Esta huelga, finalmente, nos ha llevado al debate moral de cómo se lucha y para qué se lucha. En fin, del porqué se lucha.
Uno comprende el mal trance por el que pasa la patria que el abismo bordea. Literalmente es un problema de todos. Pero ni el poder es solo mío en lo que valga mi pequeño poder, ni la razón es entera mía en lo que pese mi pequeña razón.  No soy Dios ni ningún Hércules para saber de todo y cambiar de un cuajo el mucho mundo sufrido y la mucha extravagancia de lo injusto y de lo absurdo. Sea que el desánimo me abata, o que la frustración hiele mis huesos, no he darle refugio ni posada a la peste de la ira. No hay mejor camino, en lo posible, que el de la serenidad; y cuando de ella nos alejemos y nos perdamos, no hay mejor retorno que volver a lo íntimo sereno, a la casa del activista que con su cerebro lucha por la justicia social con denuedo y pasión. Sin ira la pasión se ilumina. Sin ira el músculo se multiplica.
Porque hemos nacido para ser rebeldes y afirmar la libertad; porque hemos nacido para desafiar lo injusto, para desafiar la enfermedad, para desafiar la marginación social, y los horrores de la pobreza con sus guerras y sus otras crueldades.
¿Quién puede complacerse con el mundo como es? El mundo que rodea a la pequeña y frágil Costa Rica es severo y hostil, anula al débil y es poderosa borrachera del poderoso; es el mundo donde anida el conflicto violento con sus razones y sus sinrazones, como una fea infección  en la piel de la humanidad. En nuestro medio no cabe la mezquindad. Lo que de bueno tenga nuestra sociedad hay que preservarlo. Entre sus virtudes, la que más admiro, es su gusto por la libertad, la paz, y la tolerancia por la opinión ajena. Unas más, otras menos, pero existe, sin que los ecos históricos que la fundaron nos abandonaran en los momentos críticos de nuestra biografía social.  
A mi me tuerce la nuca que los sindicatos sean incapaces de tener sus propios diputados y sus propias aspiraciones de gobierno.  Que el gremialismo de los asalariados no tenga su propio partido político me parece ingrato e ingrato también que no aspire él mismo en ser gobierno, sino cliente de una democracia que sigue siendo injusta, de una democracia que necesita ser transformada, para lograr el equilibrio entre trabajadores subordinados y empresarios. Si los grandes capitalistas tienen sus propios partidos políticos, los gremios de los trabajadores deben tener los propios, para que en una democracia policlasista y pluralista, tenga ella un contenido social y solidario.  Es en democracia donde la revolución de lo posible es posible.
Costa Rica no es el cielo ni sus ciudadanos somos arcángeles; nuestro hogar común, con sus puertas desvencijadas y sus pisos polvorientos, con un  florero agrietado en la sala, es la casa que hay que reparar y pintar con cálidos colores porque no otra casa tenemos. No es fácil ni será fácil hacerlo. Pero no otro camino queda. El camino es seguir construyendo una sólida cultura democrática, con instituciones fuertes y democráticas, ávidas de justicia social y de lustre espiritual.  El país sabrá construir un sindicalismo novedoso, fuerte y coherente; uno que sea democrático y que sirva de contrapeso al poder de los plutócratas que en nuestra democracia tienen su lugar.
Debe entenderse, pienso yo, que importantes coordenadas de nuestro destino inmediato las determinan factores allende nuestras fronteras, sobre los cuales no tenemos control; sin embargo, como sociedad contamos con el poder de definir cómo nos vamos a relacionar como la comunidad que somos, con sus altos y sus bajos, con sus límites y potencias, y siempre debatiendo y dirimiendo en paz los alcances de nuestra convivencia común.
Costa Rica es eso: la posibilidad de albergar con civilidad toda crítica y todo disenso.  Así hemos avanzado y así hemos retrocedido. Pero siempre será el marco de nuestro contrato social. Hagamos la revolución posible. Los grandes cambios son graduales, la revolución genuina es gradual, porque las voluntades de una sociedad son infinitas como para aprisionarlas y son tan dispersas como el polvo en los aires.
Nada ganaron los huelguistas ayer con sus desplantes y su matonismo; perdieron, y mucho, exhibiendo ante el país una protuberancia nada buena, nada ética. No reflejaron al trabajador revolucionario del siglo XXI y de los siglos que  sigan. No pudo haber sido peor. Empero, la vida sigue su curso y el sol seguirá apareciendo al este, en su eterno este.
El Presidente será muchas cosas menos un tirano. Su legitimidad nació de las urnas y nuestra legitimación como electores se engendró con nuestro voto.  El voto es el testimonio de nuestra responsabilidad, mala o buena, pero responsabilidad que debe asumirse con madurez si de adversar al Presidente se trata o cuando se le apoye.  Yo no soy un incondicional del Presidente, ni su “yes man” o algo parecido. Cuando lo he discrepado lo critico y cuando he criticado el paquete fiscal lo he dicho en público y por escrito.  Es mi deber y es mi coherencia.
La ira blandida como duro metal no es responsable ni madura. La ira es el mal consejero de la patria nueva, de la patria justa. Al presidente, al joven Carlos Alvarado, al que se sienta en un sillón de clavos que él mismo se procuró con esmero, a él y a su esposa Claudia, a su hijo Gabriel, sean para ustedes estas palabras de afecto y desagravio.

http://www.elpais.cr/2018/10/04/de-la-ira-y-en-desagravio-a-carlos-alvarado-y-su-familia/



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