martes, 6 de marzo de 2018

EL FALSO CRISTIANISMO DE FABRICIO Y SUS CLERIGOS

Nunca como antes me había planteado la urgencia de resolver en mi mundo -en la órbita de mi pensamiento y de mi praxis-  la correlación de mi fe cristiana y de sus instituciones religiosas en la vida civil de mi patria. Y cuando hablo de la “vida civil” puntualizo, en este caso, que es lo que tiene que ver con el ejercicio del poder político desde el gobierno.
¿Debe una institución religiosa apropiarse del poder del estado? ¿Es ello democrático? ¿Se podrá garantizar la libertad? ¿Se desanima con ello el principio constitucional de que todo ciudadano es igual ante la ley?  Las preguntas son pertinentes pues conciernen al conjunto de la ciudadanía o al colectivo de la sociedad civil. A mí, en lo particular, me interesa también el lado teológico del asunto. En todo caso, es importante no confundir el análisis político con el teológico y viceversa.
Como creyente cristiano ha sido inevitable para mí  hacer todas estas preguntas, teniendo a la vista que hoy un partido político religioso, Restauración Nacional, bien podría ganar las elecciones y hacerse cargo del Poder Ejecutivo.
El neopentecostalismo cristiano ha hecho lo que nadie ha podido y, posiblemente, lo que casi nadie ha querido hacer. Partió al país en dos y prácticamente de manera irreconciliable. La casa de David -para usar una metáfora bíblica- vive hoy dividida, tristemente, porque no hay que olvidar que la enorme mayoría cristiana de nuestra nación no es fabricista ni acólita de Restauración Nacional. Pero es dicha minoría fabricista la que tiene en jaque a nuestra democracia.
La gran mayoría cristiana de Costa Rica es democrática (no sé si profundamente democrática) y afín a los ideales de la República. Hoy no se puede concebir un cristianismo auténtico que no se deba a la libertad, a las instituciones democráticas y al reconocimiento expreso de que para salvaguardar la absoluta libertad religiosa, el estado, y la iglesia deben de coexistir separadamente.  
El clero neopentecostal ha llevado a su importante grey al más árido desierto, a una peligrosa imprudencia, de querer para sí el poder del gobierno y el monopolio de la moral. Dicho clero se ha valido de su influencia y de toda una red de creyentes distribuida a lo largo y ancho del país.
¿Quién aspira a detentar tan importante poder? Indudablemente un clero -y no precisamente el católico o el protestante- sino un clero fanático, supersticioso y exprimidor de los bolsillos del pueblo; un clero inculto, vanidoso, manipulador de la sencillez de un pueblo que busca a Dios en medio de sus tribulaciones; y un clero cínico, desleal con el Cristo crucificado del apóstol Pablo.
Hablo de un clero que no practica el cristianismo de Cristo ni el evangelio de la redención. Me refiero al clero de Restauración Nacional, al clero de Fabricio Alvarado, a ese clero que se hace rico a costa del pobre y que vende indulgencias en forma de aceite o de agua.
Hablo de un clero corrupto que trafica almas de un lado para otro, ahí donde haya dinero fácil.  Y es dicho clero el que quiere llegar al poder del gobierno, pervirtiendo con ello las instituciones democráticas de nuestra nación.
Como cristiano protestante de vieja data, yo amonesto a ese clero por su apostasía, pues si algo está claro en los evangelios es que el cristiano no está llamado a desunir, ni a discriminar, ni hacer de la palabra de Dios un negocio y, mucho menos,  hacer del evangelio un espacio para esparcir doctrinas de odio.
¿Cómo es que llega Restauración Nacional a convertirse en una pesadilla? Por negligencia del Tribunal Supremo de Elecciones (TSE) en la persona de su presidente, Antonio Sobrado. No hay excusa que justifique la escandalosa impericia del TSE porque a decir verdad, los partidos religiosos han funcionado en varias elecciones ilegalmente a vista y paciencia de nuestra autoridades electorales.
Es un deber el amonestar y denunciar a un clero goloso y concupiscente con las “mieles” del poder, con la carne de la avaricia y con el impúdico menosprecio de la concordia. Llamar a estos políticos “cristianos” es un elogio que no merecen; son lo que son, es decir, religiosos fanáticos.
Un gobierno democrático lo es cuando representa a todos sus ciudadanos sin excepción y cuando sin excepción respeta la diversidad de sus gobernados. Un gobierno de Fabricio sería la negación de la igualdad ante la ley, la negación de la justicia y el empequeñecimiento de la libertad.
Los cristianos tenemos todo el derecho del mundo de interpretar la Biblia conforme  a nuestro entendimiento y conciencia. Pero los cristianos no podemos ni debemos apropiarnos de la palabra de Dios para constituir un gobierno. Ello sería traicionar a Cristo y mancillaría  la dignidad del resto no cristiano de nuestros conciudadanos.
En democracia el estado vela por los derechos y obligaciones de toda la gente, creyentes o no, porque el estado democrático es el garante del bien común, asunto que está por encima de nuestras particulares creencias religiosas.
Como cristiano yo le debo respeto al judío, al musulmán, al budista y al hinduista, así como al no creyente. La democracia es así y la nuestra está inscrita dentro de esos parámetros. Hoy, sin embargo, se encuentra amenazada.   
El neopentecostalismo de Restauración Nacional viola dicho parámetro y pone en peligro nuestra democracia y nuestra libertad, al violentar el principio de igualdad ciudadana consagrado en el artículo 33 de la Constitución Política.
El mundo de nuestros hermanos y hermanas musulmanes es un infierno en ciertas regiones del planeta, precisamente porque no existe una separación explícita y clara entre lo secular y lo religioso. No hay nada más odioso ni tenebroso que hacer guerras en nombre de Dios; no hay nada más insidioso que en nombre de la fe se divida una casa, y no hay pecado más elocuente que el de castigar al prójimo con la discriminación.
El Cristo que yo alabo es el Cristo de los evangelios, el Cristo de la paz, el Cristo de la misericordia y el Cristo del amor. No hay otro Cristo porque los otros son falsos. Y hoy la falsedad sigue siendo moneda común en templos e iglesias. Son muchos lo mercaderes que hay que echar del templo. No hay duda.
Dios no tiene un color político y cuando se utiliza el púlpito o la influencia del clérigo para llevar votos a una casa temporal como lo es una elección, entonces se sabrá que dicha tropelía no viene de Dios sino del mundanal ruido.
Dios nunca nos va a decir por cuál candidato votar, Dios nunca va a decidirse en favor de un equipo de fútbol en demérito de otro. Dios no es maquinita de dulces donde se echan unas monedas y  salen confites. Sostener lo contrario sería ignorancia o bandolerismo.
Restauración Nacional debe ser denunciado en los niveles político y teológico. Cuando la iglesia ha sido poder político, cuando ha detentado el poder del estado y del gobierno, el resultado ha sido dantesco en división, sufrimiento y genocidio.  Lo dicho no es broma ni exageración; baste con estudiar la lúgubre lista de las guerras religiosas.
Dios se reconoce en el amor al prójimo; este amor es una gracia para todo ser humano sea creyente o no, sea cristiano o no, sea cuerdo o sea loco.  Esta gracia perdura porque es universal y eterna para todo ser humano nacido antes de Cristo o después de Cristo, haya escuchado o no el mensaje del Redentor.  Ninguna de estas grandes murallas importa porque como hijos e hijas del Creador gozamos de su divino hálito por el solo hecho de haber nacido. Ni las fronteras ni el tiempo, ni las circunstancias ni los conflictos históricos y personales pueden cercenar y arrebatar esta dignidad.
El árbol taxonómico de la cristiandad es sorprendente por mayúsculo.   Nuestra historia como cristianos está plagada de sismos y fraccionamientos increíbles. Si nuestro deber es amar al prójimo como a uno mismo, no ha sido ocasional mandar al disidente a la hoguera y a la condena.  
La inmadurez de la cristiandad  -a pesar de sus dos mil años- tiene proporciones monumentales; sin embargo, para un cristiano el deber de amar se mantiene incólume, complementado con el deber de amar a Dios con todas las fuerzas.  
La teología de Jesús novedosamente se ocupó del alma y del mandamiento de amor para trascender las ingratitudes de nuestra corta estancia en la Tierra.  Al aspirar el cristianismo ser una confesión de fe para todas almas, nace como una prédica de universalidad redentora, es decir, el cristianismo de Jesús está dirigido a cada ser humano en particular, renunciando de antemano a todo poder político en los asuntos públicos. ”Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es la lapidaria sentencia de Jesús para partir en dos el conocimiento entre lo temporal y lo eterno.  
La cristiandad es y ha sido cruel con sus propios congéneres.  Cristianos han mandado a otros cristianos al suplicio y a la muerte; cristianos han condenado y todavía condenan a otros cristianos al tormento eterno. Conviene no olvidar cómo se usó el símbolo de la cruz contra judíos y musulmanes o en las conquistas de los pueblos originarios del planeta. Pero todo ello no ha sido obra de Jesucristo sino de sus epígonos, pues Dios no es de nadie y a todos pertenece. Apropiarse de Dios desde la política es blasfemia.
La política se confina a dilucidar el “problema del poder”, desde el único lugar desde donde puede hacerlo: desde las coordenadas de la historia, desde lo finito o lo efímero. La iglesia ha pasado prácticamente su existencia en el lado equivocado de la historia, siendo ella misma poder político con las funestas consecuencias que llevaron a sus instituciones hasta practicar el genocidio.  Las instituciones religiosas deben abandonar, a mi juicio, cualquier tentación para acariciar los poderes públicos. El poder del estado obtenido desde el evangelio es falso, corrupto y antibíblico. Jamás la doctrina de Jesús enseñó que el objetivo de su prédica fuese el poder político.Las instituciones cristianas ya no deben de existir para procurarse el poder político y ello es algo que Fabricio y sus clérigos no aceptan.  
No es que el cristiano no pueda opinar de política, ni que se inspire en sus convicciones para tomar una decisión política. Claro que está en su derecho hacerlo. Porque el cristiano o el religioso de otra tradición no solamente es  un ser religioso, sino también, como en el caso de Costa Rica, un ciudadano y, por lo tanto, un ser político de pleno derecho. Pero hablemos claramente. El proyecto de Fabricio Alvarado es el de llevar al poder del gobierno nacional a unos cuantos clérigos corruptos. Esa es la verdad. No conviene que ello suceda. No conviene a la sociedad civil ni conviene a la mayoría cristiana de nuestro país ni al pueblo en su conjunto. Un gobierno de clérigos -peor si es a la sombra- sería no otra cosa que un caos sin precedentes en nuestra historia republicana.

http://www.elpais.cr/2018/03/05/el-falso-cristianismo-de-fabricio-y-sus-clerigos/

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