miércoles, 30 de mayo de 2018

Reflexiones sobre la Biblia y Dios

La Biblia (el Libro) es una memoria o una crónica espiritual escrita por el ser humano, en una conversación entre lo moral y la búsqueda de Dios. Buscar y encarnar la identidad de Dios es el camino correcto, es el bien supremo, pero es una identidad que necesita ser buscada, encontrada a cuentagotas -como lo testimonia la historia- en el propio corazón humano y recorrida en el accidentado camino de los milenios, solo para darse cuenta uno de los pocos pasos de párvulo recorridos. Dios será reconocido cuando el bien personal y el bien común ya no sean barreras infranqueables entre sí, cuando la paz sea la norma entre los seres humanos y la de los seres humanos con la naturaleza.


Dios es la búsqueda de la utopía y de su realización.  Así como el ilustre Marx hablaba de la conciencia de clase, la palabra de Dios busca la conciencia libertaria de todo el género humano y la de su justicia en todo ámbito. El creyente no solamente busca creer sino ser, no solamente busca leer sino hacer. La Biblia  es toda una narración sobre la justicia y la injusticia, sobre el amor y el desamor, sobre el oprimido y el opresor, en fin, sobre el bien y el mal, todos asuntos necesitados de ser superados en la voz de sus autores. La voz de Dios no puede ser la del tirano, ni la del capitalismo, ni la de los autócratas que hablan en nombre de las utopías.  El proyecto de Dios es el reino de la paz, la inclusión y la libertad. La lectura e interpretación de la Biblia, tiene hoy la posibilidad de ser más finamente elaborada por el progreso democrático y la noción moderna de persona, porque el ideal de Dios no tiene sentido sin la apertura discursiva de los movimientos sociales que dieron campo a tanta demanda democrática frente al señor feudal y frente al señor capitalista. No tengo duda que el discurso democrático universalizante, nos permite en estos momentos hacer una interpretación de la Biblia más amorosa e inclusiva.   


A riesgo de contrariar a los entendidos, la Biblia no es tanto un libro sobre Dios sino un texto sobre  la condición humana. ¿Por qué Caín asesina a su hermano y no a un extraño? La Biblia es un libro de conflictos, es el libro de las grandes preguntas y se pregunta del porqué del ser humano. Puede ser que el humano sea desasosegado y territorial por naturaleza. Desasosegado porque lo intimida la naturaleza y el congénere, la escasez material y la muerte; territorial porque en ello consolida inciertamente su sobrevivencia. Y aunque ya no esté su vida amenazada sigue actuando como si lo estuviera. Es como si los ecos de un pasado perdido y trepidante estuvieran activos en alguna parte del cerebro. De la caverna al presente, guerra y territorio parecen ser la marca indeleble de todo en el mundo narrado, y que el interminable camino a Dios intenta derrotar.   


La utopía de Dios es la más utópica de todas, la más ambiciosa y la más derrotada. Convencer al género humano de que estamos obligados a desplegar el bien y el amor en toda circunstancia sin excepción, es algo que la humanidad en su conjunto no ha podido implantar en su conciencia como norma de comportamiento. La utopía de Marx es, a mi juicio, la utopía más culta y mejor fundamentada de todos los tiempos,  una que no pasa su mejor momento, fundamentalmente porque no pudo superar la más importante dicotomía del poder, que yace de la contradicción entre despotismo y pueblo, entre dirigentes y dirigidos. Quién no sabe que el poder, sea en sus cumbres o en su sabana, corrompe con frecuencia el corazón humano, a tal grado que por dichas “mieles” el Hombre oprime y mata. En la concupiscencia anida el mal, en la soberbia,  la ira y la avaricia se manifiesta el abuso del poder. La democracia no es otra cosa que un intento para poner freno a las arbitrariedades de los gobiernos y los poderosos, freno que a veces sirve y a veces no.


El camino a Dios se inició mucho antes de los relatos de la Biblia, en una ceguera casi total de lo divino, y cubierto por una oscuridad con pocas estrellas, si bien ya desafiada por un continuo esfuerzo milenario, que no nos exime a nosotros de oscuridad, aunque se adivinen rayos de luz en su firmamento. En las cavernas, en los inhóspitos tiempos del miedo y la sobrevivencia, el ser humano se imaginó un “algo” divino de todo cuanto le sobrecogió. Quizá ese fue el inicio de la gran búsqueda de Dios que perdura hasta hoy, pues es de reconocer que sin las piedras fundacionales del politeísmo y el animismo, el Dios personal de la Biblia no habría sido posible.  


La Biblia es, ante todo, el libro de las dudas, los dilemas y los esfuerzos para dar con el paradero de Dios. Ubicar el paradero de Dios no solamente es una labor para identificarlo, sino también una tarea para ubicarlo en infinidad de contextos. Las narraciones orales y luego los textos y mitos que se plasmaron en la Biblia, recogen miles de años de memorias y tradiciones semitas en el contexto económico de la esclavitud. La Biblia no es un libro de historia aunque esté ubicado en la historia, aunque contenga hechos históricos; la Biblia es una cosmogonía y una colección de libros sobre la moralidad y no sobre filosofía. La exégesis bíblica es una tarea lenta y común de la humanidad, como pasa con los más antiguos textos del hinduismo, los Vedas, o, los del budismo en idioma Pali, o, más recientemente, -hace más de mil años-, el Corán. Como todo texto, éstos nacieron para ser interpretados; es más, si no hay interpretación no hay texto. Por ello, en el horizonte extraviado de las estrellas, incontables “verdades” anidan perdidas en el infinito porque todo texto -escrito y no escrito- ha sido interpretado, incluyendo el más secreto y el único sabido por su autor. Los textos sagrados son patrimonio de la humanidad.


El Viejo Testamento (para los cristianos) y la Biblia judía han tenido y tienen un enorme impacto en el devenir de Occidente. La gran virtud de la Biblia es que no pierde vigencia. Su permanencia reside en poner de manifiesto conflictos morales avasalladores, y a su capacidad para demostrar que las múltiples disyunciones morales de hoy siguen siendo parecidas, sino igual, a las de hace miles años. En la Biblia hay mucha sabiduría concentrada, y es una gran fuente de inspiración para normar el pensamiento y el comportamiento propio.


Sucederá, siempre, que existan seres humanos para quienes el bien no esté condicionado a la existencia de Dios o al reconocimiento moral de dicho Dios si existiese. Ello no tiene nada de malo, pues simplemente representan puntos de vista y, de paso, nos recuerdan que es en el hacer donde el bien encuentra su corona. El Dios que yo busco, el que yo admiro, tiene por esencia a la libertad y al goce del bien. Lo que es innegable, sin embargo, es que la humanidad, como un todo, desde tiempos inmemoriales, es un asiduo creyente en la génesis divina del mundo percibido y no percibido. Este punto de vista, conlleva para la humanidad una desventaja mayúscula, y ella consiste en aceptar caminar a pequeños pasos de susurro un esfuerzo continuado, pero torpe y hasta cruel, para dar con la identidad y el paradero de Dios; la ventaja, nada minúscula, es cuando se produce un entendimiento interior del bien -por pequeño que sea-  y éste se expresa en las propias emociones y el propio quehacer en una suerte de satisfacción interior.


Cómo no decir que Dios está presente en todo y, a su vez, casi ausente en la conciencia de la humanidad. Empero, el ser humano sigue con sus ejercicios religiosos, con su sed de búsqueda  de lo divino y perfecto, a años luz, muchos años luz, de desvelar en su corazón la naturaleza perfecta de este Dios con nombre y desconocido. La gran mayoría de los creyentes esperan que el Mesías venga pronto y que con un rayo destruya todas las causas del sufrimiento. Me temo que la ecuación de Dios no sea tan simple, pues Dios no es un asunto de magia, ni la suma del menor esfuerzo, porque no hay Dios sin historia, sin los percances y limitaciones de esa misma historia.


El Dios monoteísta de judíos, musulmanes y cristianos, es un Dios desconocido, claro no del todo, pero fundamentalmente desconocido todavía.  Quiero decir: la Biblia nos suministra importantes pistas sobre quién es Dios y los estudios teológicos contemporáneos son sistemáticos y hasta eruditos pero, y aquí reside el gran “pero”, la distancia entre la teoría y la  práctica es abismal. La humanidad no ha logrado encarnar las prédicas de amor, paz y justicia de los grandes Maestros Porque si la humanidad conociese a Dios en su corazón, no habrían guerras ni hambrunas, ni injusticia social; la colaboración sería la norma social y la religión ya no fuera necesaria. El desconocer la humanidad a Dios en su corazón, nos indica consideraciones sobre el pasado, el presente y el futuro. El pasado enseña que el esfuerzo por identificar a Dios en el corazón, es una tarea lentisima, dificultosa, tramposa, como lo demuestran los siglos Fe, plagados de aberraciones y de injusticias  declaradas en nombre de Dios. Por otra parte, en medio de las tinieblas surgen notables espíritus que denuncian la crueldad y la injusticia, capaces de enfrentar a la propia Iglesia, como Francisco de Asís o Miguel De Servet, cada uno de manera diferente; porque ellos contribuyeron a molturar fino mejores argumentos en la búsqueda de Dios.


En el presente, se puede afirmar que la búsqueda de la identidad  y el paradero de Dios, es ya un esfuerzo milenario que apenas inicia. No estamos ni de cerca el  poder establecer un punto final a la búsqueda de Dios y puede que nunca ocurra bajo nuestros supuestos; “los molinos de Dios muelen despacio, muy despacio, pero fino, finito.” Es difícil interiorizar nuestra colosal insignificancia en el esquema de la vida y en la propia historia humana. Simplemente el tiempo no nos alcanza, con lo poco que vive una generación, o, mil generaciones, el poder contar con respuestas definitivas ante tanta interrogante. Hace miles de años empezó la conversación con el Dios monoteísta,  y tardará nuestra civilización quizá otros miles de años para identificar el rostro de Dios en nuestros corazones y en todo nuestro ser. En relación al futuro, es mejor adivinarlo con un rotundo “no sé”, pues, a ciencia cierta, nadie sabe cómo en concreto sería la iluminación de la humanidad en su conjunto. En realidad no se trata de esperar mucho tiempo, pues con la muerte la espera ya nada significa; el problema, como humanidad, es destruir el planeta primero antes de llegar a la aurora de Dios, antes que en nosotros se revele su gloria.  El problema es nuestra lentitud para vernos reflejados en Dios, cuya belleza reside en amar sin egoísmo y en paz. El estado lamentable en que tenemos a nuestro planeta es el principal distintivo de nuestro pecado. El “infierno” es nuestra obra y se encuentra a vista y paciencia de todos; de igual manera, el “cielo” será obra mancomunada de la humanidad aquí en la Tierra. En esto existe una cierta coincidencia con las utopías socialistas y anarquistas.


Los ateos incultos, sin lustre, sacan a relucir cuanta perversidad e iniquidad explícita hay en el Dios de la Biblia, pasando por alto que la búsqueda del Dios buscado de Israel se originó en un remoto pasado donde la lucha tribal por hacerse de territorio y esclavos era la norma de la economía y la crueldad era la norma de la guerra. Olvidan que la Biblia fue escrita por los hombres, que la narraciones están incrustadas en la historia, con los ejemplos y las palabras que les permitió el tiempo y la geografía. De hecho, la Biblia, continúa escribiéndose porque la búsqueda de Dios no ha cesado; la realidad de que la Biblia tenga un comienzo y un final, un acabado de libro definitivo, para nada significa que la conversación con Dios se encuentre terminada.  Dicha conversación incluye a la gente éticamente responsable para quienes Dios no existe, para quienes se preguntan sobre el bien y hacen el bien. A mi entender, aunque mucha gente no lo sepa o no lo comprenda, o no lo crea, Dios se ocupa de todo y de cada ser, y hay gloria cuando la ciencia explica y descubre alguno de los incalculables secretos de la naturaleza y el mundo cósmico. Dios no tiene ninguna necesidad de enemistarse ni con la ciencia ni con la cultura en general; la esencia de Dios es el bien, de donde se derivan tantas y hermosas virtudes, cualidades también necesarias para salvar este planeta. Porque no habrá “cielo” con un planeta extinto o muerto. Con esto quiero decir, que el camino a Dios trasciende las paredes de toda institución religiosa, y comprende todo acto humano encaminado al bien, sin sectarismo de ningún tipo, menos doctrinal. El camino a Dios no reside en la exégesis sacra, por más afortunada que sea, sino el el simple hecho de ser.   El ser bueno no es tarea fácil. Es un asunto que demanda mucha honestidad interna, autocrítica y buena ética para rectificar.  


La búsqueda del Dios buscado no ha sido ajena a la apropiación cultural y a la conquista económica y militar. El esfuerzo por revelar el contorno de Dios nace en la profusa espesura de la historia, de sus condiciones materiales y de sus confines emocionales tanto como culturales. Los miles de años que cubre la lectura interpretativa de la Biblia, no son más que el testimonio del matrimonio entre las Sagradas Escrituras y las realidades de poder de cada tiempo. La lectura posible de la Biblia viene condicionada por la concretud de los tiempos que limita el entendimiento del lector y del intérprete. ¿No acaso algún ejército dijera que su Dios no es el menor, sino el mayor? Todo pueblo ha dicho que su Dios es el verdadero. Hoy en día dicha afirmación no se justifica. Con el advenimiento de la Revolución Francesa y luego con la aceptación universal de los derechos humanos, la pertenencia a Dios se ha democratizado, la teología hoy goza de escenarios mayores e inéditos espacios para consolidar la universalidad del Evangelio, y la certidumbre de que la Fe encuentra abrigo en una sociedad pluralista y democrática. A contrapelo de mucha bulla pregonada, el Estado laico es una de las manifestaciones del bien, del bien común, pues facilita el tránsito de valores queridos, como son los de la paz, la tolerancia y la libertad, en las vidas de los creyentes y los no creyentes.

Todo el mundo quiere un final feliz y pronto, pero  creo que no existimos dentro de dichas perspectivas. Las coordenadas del humanista y el creyente son otras. Hay que aprender a amar el bien por el mismo bien y sin esperar recompensa. Arar el camino a Dios, con un silencio genuino y desinteresado es la ruta a seguir, sabiendo de antemano que somos polvo del viento y destinados a un magno propósito de amor y justicia.  Puede ser que esté equivocado en mucho de las cosas dichas, y ello no me sorprendería, pues el camino a Dios esta pavimentado de pifias de las que nadie ha escapado. La Biblia es un entramado de pistas a Dios y Dios es en sí mismo una pista, la más querida y entrañable de la humanidad.  En otra ocasión escribiré sobre el significado de Cristo en toda esta urdimbre.


http://www.elpais.cr/2018/05/30/reflexiones-sobre-la-biblia-y-dios/

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