sábado, 18 de mayo de 2019

GENE SHARP, GUAIDO Y LA GENERACION DEL 2007




No muy lejos de Cambridge, donde vivo, existe otra ciudad que se llama East Boston, que ubica al modesto local del Albert Einstein Institution (no confundirlo con el “Institute”) que, en la realidad, poco o nada tiene que ver con el famoso físico alemán y su ethos humanista.
Fue por décadas el hogar y el lugar de trabajo del profesor Gene Sharp, un cientista teórico de la política que salió de su enmohecida oscuridad a raíz de las protestas contra Slobodan Milosevic en la antigua Yugoslavia. Sharp murió en Boston hace poco más de un año, sin ningún reconocimiento serio de parte de la exigente y elitista academia de su ciudad natal. Su trayectoria académica estuvo ligada a la Universidad de Massachusetts donde se pensionó.
Este anciano frágil, de ojos claros y dulce mirada, y poseedor de un cerebro atlético y alertado, se convirtió en el gurú de toda una generación internacional de estudiantes subversivos, de derecha, que incluyó musulmanes, dispuestos a acabar de manera “no violenta” con los regímenes tiránicos de la post Guerra Fría, comunistas o no.
Dicha generación, fuera en Belgrado o en el Cairo, fue una mezcla extraña y heterodoxa de fuerzas políticas que siempre tuvieron un común denominador: una dirigencia estudiantil nacida en el momento preciso para enarbolar consignas democráticas, y convertirse en el sustrato de una nueva derecha rendida ante un neoliberalismo necesitado de oxígeno callejero y juvenil. Las derechas de todo tipo ocuparon los espacios que el estalinismo deshojaba en Serbia, o, el vacío que el déspota Mubarak dejaba en Egipto.
Las derechas dejaban de avergonzarse de sí mismas, adquiriendo con la novicia generación un frescor epopéyico, populista, del que no habían disfrutado en poco más de medio siglo. El espejo por donde se miraron, y continúan mirándose, es uno donde el péndulo de la historia ahora las favorece. Les había llegado su oportunidad para construir “castillos y héroes”, arropados por una aguda intuición del “deber” y de la “unidad”.
Las derechas se adueñaron de las calles en nombre de los derechos humanos y renovaron ellas un matrimonio arreglado con el neoliberalismo que con “baños de masa” celebraba. De ahí que las prédicas del profesor de Boston fueran muy útiles, como también convenientes resultaron los millones de dólares con los que la CIA, USAID, el Departamento de Estado y notables tanques pensantes (la Fundación Nacional para la Democracia, el Instituto Internacional Republicano y el Instituto Nacional Democrático) inyectaron a estas andanzas. La conservadora Hermandad Musulmana en Egipto, y Otpor (luego CANVAS) en Serbia, fueron referentes fundamentales de estos acontecimientos. La primera, como una hija no deseada y, el segundo, como el hijo querido, el que iba a influir en un grupo universitario de estudiantes venezolanos.
Las raíces políticas foráneas de Juan Guaidó se remontan al escenario descrito en East Boston. El enjuto joven leyó ávido el libro De la Dictadura a la Democracia y otros del mismo autor. Guaidó se fijó -según algunas personas que lo recuerdan bien- sobre todo en los 198 métodos no violentos de acción que lo inspiró a pelarse las nalgas, protestando contra Hugo Chávez en el 2007.
Cabe ahora hacer la siguiente acotación: a las simples y detalladas compilaciones de Sharp sobre la protesta no violenta, se le han endilgado erróneamente poderes “mágicos” que no tienen, ni es tampoco este compendio una guía científica para botar gobiernos como si ello pudiera existir o siquiera ser posible. En justicia Sharp siempre lo supo y siempre lo dijo.
Si las derechas se apropiaron de algunas consignas y métodos propios de la arenga “progre” fue porque supieron leer e interpretar la ira o el desasosiego radical de las masas empobrecidas por la economía global, carentes ellas de alternativas propias ante los anchurosos espacios abruptamente dejados por el estalinismo, la socialdemocracia, los movimientos de liberación nacional y sus aliados.
En consecuencia, el neoliberalismo tuvo que ensayar reinventarse paulatinamente, sacar de su armario un empolvado populismo democrático -convertido ahora en radicalismo militante- con el propósito de matricular a las masas en sus propios proyectos hegemónicos. Terminada la Guerra Fría, el neoliberalismo con sus cuestionadas consecuencias sociales se adelantó a inocularse de su propio veneno, y lo hizo creando un populismo inquieto y heterodoxo, vibrante y retórico, capaz de insurreccionar a las masas frente a sus percibidas amenazas, sea, por ejemplo, Abidine Ben Ali en Túnez o Víktor Yúshchenko en Ucrania.
Ocurrió que por esos azares de la vida los libros de Gene Sharp encuadraron bien -como anillo al dedo- en las mentes de nuevas generaciones de la post Guerra Fría que necesitaban maquillar sus revueltas con la “no violencia” para hacerlas moralmente atractivas en medio del caos. Lo que se conocería como las revoluciones de colores fueron realidades, mejor dicho, dinámicas sociales ya establecidas que sobre la marcha adoptaron algunos conceptos y algunas acciones prácticas propuestas por Sharp; dinámicas que también permitieron la emergencia de grupos como Otpor.
Gene Sharp no fue otra cosa. Este académico sin duda ideólogo de su propio pequeño círculo, tuvo una relativa eminencia porque a nivel global contribuyó a generar una semántica y un simbolismo urgentes, así como un optimismo generacional e intelectual frente a una izquierda atomizada que se encontró mentalmente dispersa, moralmente desarmada y famélica de argumentos. Las izquierdas, además de perder las calles, cedieron sus capacidades para pensar e innovar. Fueron las derechas las “empoderadas”, las que empezaron a amar el término “revolución”, tan odiado antes. América Latina fue la excepción durante un poco más de una década de gobiernos progresistas. La Revolución Bolivariana -sobre todo de la mano de Brasil y Argentina- se convirtió en una potente luz hemisférica que irritó a los Estados Unidos. En todo caso, entonces se respiraba un inédito optimismo a pesar de los enormes desafíos continentales. El socialismo de Chávez -el del siglo XXI- pareció confirmarlo en la región. Como sabemos, hoy no es así. El péndulo de la historia se aceleró.
Guaidó estuvo brevemente en Boston en el invierno del 2005. Fue una fugaz parada para un destino más lejano: Belgrado. Ya para entonces era un beneficiario de la organización serbia Centro para la Aplicación de Acciones y Estrategias No Violentas (mejor conocida como CANVAS por sus siglas en inglés y retoño internacionalista de Optor). A finales del mencionado año ya participaba o se “entrenaba”en Belgrado, sin drama alguno ni novedad, como un “cruzado” de las nuevas insurrecciones. En un par de semanas hizo su pasantía en los Balcanes, regresó a su país y terminó recibiéndose de ingeniero en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego, en el 2007, se matriculó en un programa de Administración Política y Gobernanza establecido cooperativamente entre la UCAB y la Universidad George Washington.
Fue Guaidó un desconocido de la Generación del 2007 que en parte contribuyó a la derrota del expresidente Chávez en un referéndum sobre la posibilidad de reelegirse él de forma indefinida. De igual manera, Guaidó fue un activista esforzado en las amplias protestas en contra de la clausura de Radio Caracas Televisión. Estos dos últimos acontecimientos -unidos a una creciente ruptura generacional de los milenios con Chávez- marcan un punto de inflexión en la historia de la Revolución Bolivariana que se profundizará con la muerte del caudillo.
El estudio de la Generación del 2007 es esencial para comprender lo que ahora ocurre. Es una pieza clave. Sin ella no se entendería la emergencia de Voluntad Popular y Primero Justicia, bastiones fundamentales de la derecha dura. Nombres como los de Yon Goicoechea, Ricardo Sánchez, Juan Andrés Mejía, Stalin González, Miguel Pizarro, Nixon Moreno, Freddy Guevara, David Smolansky, entre otros, dan cuenta de dicha generación y de su actual impacto.
Voluntad Popular -dirigida por Leopoldo López- del que Guaidó fue siempre un cuadro secundario, aún después de ser electo diputado suplente (2010) y diputado propietario (2015), se vio forzada a delegar en el joven político del estado Vargas la pesada responsabilidad de presidir la Asamblea Nacional. En el 2019 le correspondió a este partido liderar el Directorio y por estar sus principales líderes inhabilitados a ejercer dicho mando debido a la represión política, Guaidó fue sacado de la reserva para hacerlo, estando él en los últimos escalafones de la jerarquía. Los dos veteranos de Voluntad Popular, Leopoldo López y Carlos Vecchio, seguramente vieron en Guaidó una pieza leal, manipulable e incondicional: un cachorro.
Cabe reconocerle a Guaidó -sobre todo por su inexperiencia- que haya tenido el valor de ponerse en la boca del león, no solo por lo que el gobierno más astuto significa, sino también porque al interior de su oposición prevalecen nidos con viboras venenosas. Ello no lo exculpa, sin embargo, de sus apátridos vicios o de su horizonte antinacional.
Es de presumir que Guaidó no viajó solo a Belgrado y es creíble que quisiera conocer a Gene Sharp. Es probable que entre el pequeño grupo de estudiantes venezolanos recibidos por los fundadores de Otpor y CANVAS, Srdja Popovic y Slobodan Djinovic, se encuentren algunos nombres de los dirigentes estudiantiles antes mencionados. Lo que parece cierto es que la Generación del 2007 es la más frustrada entre sus hermanas de otras latitudes. No ha tenido dicha generación su Revolución Rosa (Georgia, 2003), o, su Revolución Naranja (Ucraniana, 2004); ni tampoco un Revolución de Tulipanes (Kirguistán, 2005), o, una como la magnánima Revolución de Terciopelo (Checoslovaquia, 1989), entre otras flores y otros colores.
Es probable que Voluntad Popular y Primero Justicia lleven a cuesta el trauma de “no ganar rápido”, por “nocaut”; es probable que en el análisis subestimaron al chavismo, todavía muy fuerte en el 2007 y al través de un quinquenio después. Tampoco administraron con sabiduría la impresionante victoria en las legislativas del 2015, hora cúspide de un pueblo cívicamente insubordinado.
Cuando escucho hablar a Juan Guaidó, y por intermedio de él a Leopoldo López, donde el primero como Presidente de la Asamblea Nacional abre la puerta a una intervención armada estadounidense, queda claro el fracaso final de la Generación del 2007. De nada le sirvieron los manuales de Gene Sharp, ni los premios Sajarov, ni los viajes costeados por Washington y sus ONGs, ni los sacrificios y riesgos corridos, ni la sombra de CANVAS, ni los muchos votos sacados, como para unificar a la oposición con un sentido de disciplina, generosidad y destino común. Al final los devoró un desquiciado sectarismo del que quizá Guaidó sea el menos responsable sino su víctima.
Mientras lo referido y mucho más acontecía, allá, superado el Caribe, en un viejo despacho de East Boston, quizá ya tarde en la penumbra y con una pequeña lámpara capaz de desnudar el reclinable y una arracimada biblioteca, alguien cavilaba solo, con inquietud, sobre la “cuestión venezolana”. Gene Sharp sabía, después de todo, que a nadie había prometido colores ni flores, ni que él siempre las esperaría tocando a su puerta.

martes, 7 de mayo de 2019

La estafa Guaidó y el adiós al madurismo




La intentona golpista del pasado 30 de abril en contra del presidente Maduro fracasó estrepitosamente. En Venezuela cualquier cosa puede ocurrir. Y sigue ocurriendo. Su envenenado ambiente político me recuerda a Comala, el torvo pueblo creado por Rulfo en Pedro Páramo. La Venezuela política es un entramado etéreo de voces fantasmagóricas, de murmullos escondidos, de alianzas inconfesables, donde lo único real entre la clase política son el oro, las dagas y el afán homicida. Y como si fuera poco, en el escenario hay un degenerado mental, mejor dicho, un psicópata, que desde las alturas de la Casa Blanca atiza un fuego endemoniado.
Uno se pregunta cómo es que un gobierno tan desastroso no haya caído, no hoy, sino desde hace rato. Pero también conviene preguntarse cómo es posible que en Venezuela todavía exista una oposición brutalmente idiota, despiadadamente apátrida, e inconmensurable en su delirio por el caos y la zozobra, peligros con el que arriesgan e hipotecan la vida física de los venezolanos. Mefistófeles se parte en dos.
No se debe ignorar que si hoy la vida en Venezuela es calamitosa, también podría ser peor, aciaga, en muchos más decibeles, si ahora no se impide la guerra. ¿Por Dios, qué pasa en ese llano donde maduristas y neofascistas se han enfrascado en destruir a Venezuela? ¿Por qué maduristas y neofascistas temen contar los votos ahora? ¿Acaso no podría ser la ONU el árbitro neutral? ¿Acaso la democracia no debe servir para evitar guerras? ¿Por qué Guaidó dice que negociar no es una opción? En la lucha por el poder la fuerza de la razón es con frecuencia la más vilipendiada de las cenicientas.
La congénita debilidad de la oposición derechista
La derecha moderada y la ultraderecha (la de Guaidó y López) desde la instauración democrática de la V República nunca pudieron superar el diabólico trauma que los ha perseguido hasta hoy. Nunca más pudieron dormir tranquilos sabiendo que ya no dominaban las palancas del Estado y, con ello, la piñata que les significaba PDVSA. En su lugar, el expresidente Hugo Chávez Frías utilizó las utilidades del crudo en ambiciosas y buenas inversiones sociales; pero también resultó claro que el Caudillo no pudo frenar de raíz el agobiante burocratismo y la cancerígena mala costumbre de la corrupción, fenómeno consustancial a la historia política venezolana de siempre y que a la postre minó la buena salud que la Revolución Bolivariana tuvo en sus primeros años.
Decir derecha es decir oligarquía, y la trombosis heredada por haber perdido el poder se tradujo en un constante ánimo putchista como si se hubieran inyectado heroína. Pocos en la derecha salvaron su cordura. El “fenómeno” Guaidó no es del todo fortuito y se explica en parte por la congénita debilidad recién aludida, que le ha impedido a las formaciones derechistas administrar con tino sus victorias electorales frente al chavismo, o, manejar bien su banda de influencia, porque hay que recordar que incluso en los mejores tiempos de Chávez, siempre ha existido una franja considerable de electores opuestos a la Revolución que son ahora, por cierto, una mayoría. Pero cuando la derecha pierde o entiende que pierde, el cuadro se hace peor, confinándose ella a retorcerse -cruel y dispersa- en el caldo de su consabido humor maníaco-depresivo, y con su típico odio de clase, su racismo y su putchismo
¿Por qué fracasó el intento de golpe de Estado fraguado por los neofascistas?
Todavía no se conoce toda la historia; es más, me atrevo a decir que los protagonistas no se encuentran en condiciones de contarla toda, no por ahora. En mucho porque el trumpismo y la derecha venezolana necesitan maquillar o disimular este monumental fiasco. No obstante ello, algo fundamental se puede decir.
Esta vez las masas le dijeron “no” a Guaidó
El pueblo no se entusiasmó con la "hazaña" de López y Guaidó. La derecha como “liderazgo” tiene un saldo histórico negativo -cosa que millones de opositores saben- por lo que las masas procuran administrar con cautela su propio protagonismo en las calles cada vez que son convocadas a marchar. Son masas nerviosas, sufridas, desconfiadas, pensantes e intuitivas. Guaidó tiene un poder de convocatoria limitado (que el ingenuo no sospechó tener) porque él es una esperanza limitada, una esperanza en la que el pueblo no deposita todo su afecto, y porque este mismo pueblo no está dispuesto a inmolarse por un advenedizo ya de dudosa reputación.
Guaidó es una turbia esperanza que no es sinónimo de pueblo. Los tiempos de Guaidó y los tiempos de su pueblo son diferentes en lo fundamental y a veces hasta opuestos. Guaidó “liberó” a Leopoldo y eso al pueblo le importa un bledo. Guaidó mira con ánimo distendido una invasión extranjera y eso al pueblo sí y sí le sobrecoge. La escogencia del operador Guaidó como fachada ha sido la mayor pifia de la Casa Blanca. Ahora en el Departamento de Estado miran a su operador de reojo y con una mueca de disgusto porque, paradójicamente, el mismo Guaidó se ha convertido, por torpe, en un obstáculo operativo mayor.
La mayoría del pueblo venezolano no vive fascinada con Guaidó -a pesar de haberse vendido su figura como la de un aparecido mesías- y cuando la masa lo sigue es porque en el alma de la mayoría del pueblo existe un hartazgo y un repudio hacia la gestión del madurismo. Y no es para menos. Poco más de 3 millones de venezolanos han emigrado y en un quinquenio el PIB se ha reducido en un 50%, y no todo es responsabilidad del cruel e inmoral bloqueo financiero imperialista, sino que en ello también influyeron factores endógenos que permitieron el casi desmantelamiento de PDVSA y una corrupción sin precedentes que se fue incubando desde antes de las sanciones, y de la que se beneficiaron tanto burgueses “revolucionarios” como opositores. Partícipe o no de estas corruptelas, el presidente Maduro es el primer responsable de ellas por ser el Jefe de Estado y de Gobierno, y porque el naufragio económico de una nación no debe ni puede pasar ignorando las severas consecuencias políticas que en justicia correspondan al mandatario.
En política los espacios no se regalan
La oposición le ha regalado al régimen de Maduro los espacios democráticos y de agitación parlamentaria que, aunque estuviesen muy atirantados, no dejaban de ser un acervo en la construcción de una oposición sólida. El capital ganado por la exMUD en las últimas justas parlamentarias ha sido dilapidado, se volvió humo en un tiempo récord, y nunca entendió esa misma derecha que las emociones del electorado son ambivalentes, que su psiquis es compleja, y cuyo temperamento oscila dramáticamente, sin lealtades sólidas e incondicionales. Si Guaidó se creyó “rey” fue porque nunca supo leer al pueblo, al opositor en particular, y por no haber distinguido entre el pueblo y su persona, tema que nunca significa lo mismo y trampa segura para los narcisistas de profesión como él y Leopoldo López. Además, parece que Guaidó nunca se preguntó en serio quién era él, pues de otro modo se habría suicidado.
La Fuerza Armada Bolivariana
La intentona rápidamente colapsó porque Guaidó es un imbécil político , porque las masas no lo apoyaron en su aventura, y porque el Ejército no se sumó a una descabellada y breve opereta de mala muerte. El régimen de Maduro resultó más inteligente y más hábil como para no caer en las provocaciones necrófilas de la piltrafa neofascista. Maduro se sobrepuso a la sorpresa y triunfó gracias a los consejos y al manejo que de la crisis hizo el general Padrino López, sin duda el militar más querido y admirado dentro de la institución castrense. No obstante ello, la humillante derrota de los neofascistas es apenas un capítulo dentro de un libro muy largo que en nada le procura a Maduro menos insomnio. Otra vez la historia vuelve a subrayar que el Presidente sigue en Miraflores merced al apoyo de la Fuerza Armada Bolivariana pues su gobierno disminuye en términos de gobernabilidad, incoherencia que con frecuencia llega a un punto de parálisis.
La cobardía neofascista
Guaidó y López huyeron de la escena golpista, dejando a medio mundo abandonado, corriendo uno a refugiarse en una embajada, y el otro, desencajado y tembloroso, buscando protección y consuelo en uno de sus niditos de Altamira. Guaidó no solamente es un cobarde, un narcisista consumado, pero también es un incorregible desleal. Fue indigno de “un comandante en jefe” el haber abandonado a los más de 300 militares rasos que por él desertaron y migraron a Cúcuta, tirados todos a la más mísera y humillante suerte. Su lucha “no violenta” es una mampara, un vulgar arreglo de relaciones públicas para embaucar a los ingenuos y hundir a otros. Desde la fallida “ayuda humanitaria” la popularidad de Guaidó viene rápidamente en descenso; su nombre ya es un chiste entre el pueblo porque sus promesas que con fanfarria anuncia nunca se cumplen. ¿Cuál nueva fecha anunciará? La derecha racional deberá desbancar a Guaidó para que lo constructivo se anime y el diálogo se haga realidad.
El antipatriotismo del “mesías”
Juan Guaidó es una entelequia puesta por Trump. No sabe lo que hace, no sabe lo que dice, no sabe lo que piensa. Fue puesto por Trump a secas. Sirve para obedecer, sirve para repetir, sirve para hacer lo que Trump le ordena que haga. Su función es la de implosionar Venezuela, la de impedir el diálogo, la de abogar por una intervención militar. Su intención es la de entregar la soberanía de Venezuela a los Estados Unidos, o, mejor dicho, a sus voraces transnacionales, porque eso es lo que Trump quiere. Juan Guaidó es Trump. Y para quienes adversamos a Maduro desde la dignidad, desde un auténtico espíritu democrático, la simbiosis con Trump es inaceptable. El pueblo opositor no está convencido de que tenga que sufrir la afrenta extranjera, ni la rendición del honor de la patria. Juan Guaidó pasará a la historia como lo que es: el más grande traidor entre todos los traidores de nuestra América y no solo de Venezuela.
Adiós al madurismo
El madurismo como una etapa del proyecto bolivariano ha muerto. La pregunta es cómo enterrarlo. Espero que se haga en paz. Creo que del madurismo quedará nada o muy poco. El chavismo y los ideales nobles de la Revolución Bolivariana seguirán presentes hasta que lo finito diga otra cosa. El madurismo quedará registrado como el período fatal de la V República. El madurismo con su cauce autoritario, su oscuro clientelismo, su catastrófico manejo de las finanzas públicas y de la economía, su burocratismo y su corrupción, dejará una sociedad en cuidados intensivos y demostrará, nuevamente, como los mejores proyectos sociales, quizá los más sublimes, pueden terminar precisamente pareciéndose a lo opuesto.
La Revolución hizo muchas cosas buenas por los humillados de siempre y los pobres de siempre. Chávez lo hizo. Los oligarcas nunca se lo perdonaron. Su error fundamental consistió, a mi juicio, en una suerte de incondicionalidad hacia al pensamiento de Fidel, a sus elucubraciones añejadas de estalinismo y mal marxismo que el Comandante cubano no pudo ni quiso superar. Chávez nunca fue un comunista ni quiso serlo; fue un caudillo pero nunca un dictador como Fidel. Sin embargo, toleró del castrismo la siniestra idea del valor relativo y secundario de las libertades individuales frente al Estado y frente al partido.
Extraño es lo anterior porque en la Venezuela de Chávez se permitió lo que en Cuba todavía no se permite. Lo mismo hicieron los gobiernos progresistas de la región. De ahí que Chávez imaginara que él bien podría perpetuarse en el poder ganando elecciones, de manera democrática sí, pero sin entender que esta matemática mágica es nociva y agobiante en el universo real latinoamericano.
La sola idea de que un partido político se concibiera como la fuerza conductora de la sociedad, y que la misma sociedad tuviera unas fuerzas armadas adscritas a la ideología de ese mismo partido, por más democrático y constitucional que hubiere sido el proceso para llegar ahí, lo cierto es que con ello se abrían grandes puertas al abuso y, eventualmente, a la tiranía. El pensamiento de Chávez anduvo extraviado en dicho sentido.
Algo parecido le ocurre al madurismo pero en una cuerda trágica, cuando ya los números financieros no cierran ni cuadran, cuando los aliados ya no son suficientes, cuando el contexto internacional le es adverso y el neoliberalismo fascistoide se haya en un ascenso global.
La solución es la paz
El pueblo clama por un cambio pero no a cualquier precio, o, por cualquier método. El venezolano de a pie ya conoce la historia de lo acontecido en Afganistán, Iraq, Libia y Siria. Sabe o intuye de que hay una gran distancia entre un infierno mayor y otro menor; está avisado de la crueldad del Pentágono.
La aplastante mayoría de los venezolanos quiere la paz y nunca una guerra civil, o, tropas extranjeras aniquilando a los nacionales en la propia patria. El dilema de “la guerra o la paz” es el tema supremo de la política que no siempre está sobre la mesa, y que en Venezuela ahora lo está, trama que alerta al mundo con una luz roja agitada, muy desesperada. Para ello el mundo debe descarrilar los planes belicistas de Washington. Espero que el Grupo de Contacto que ahora se reúne en Costa Rica a ello contribuya.
Existe en buena parte de la “comunidad” internacional la idea de que las partes en conflicto abran un espacio y se sienten a negociar unas elecciones generales adelantadas a la brevedad, supervisadas por la ONU, con el compromiso de respetar los resultados que de ella salgan. Sería magnífico que las elecciones se adelantaran para elegir absolutamente a todos los cargos de elección popular, porque la conflictuada nación necesita de una total y vigorosa renovación en todos sus mandos políticos. Los designios de Trump no son la solución; son los venezolanos quienes deben negociar el camino a unas nuevas elecciones que abran paso a una paz duradera y a la gobernabilidad democrática.
Es el pueblo quien debe tener la última palabra cuando se vive la congoja de estar entre la guerra y la paz. Consultar al pueblo, sobre todo en tiempos azarosos, es la mayor de las obligaciones democráticas. Soñar con desaparecer física y políticamente al adversario es barbarie; simplemente es inaceptable. En fin, las posibilidades de diálogo no se encuentran agotadas porque nunca es tarde intentarlas. La paz primero.
http://www.elpais.cr/2019/05/06/la-estafa-guaido-y-el-adios-al-madurismo/?

lunes, 15 de abril de 2019

El político como abusador moral


El abuso del poder político nace en del poder,en particular el poder político, puede poner de relieve lo mejor o lopeorde nosotros. En el último caso, el poder puede distorsionar la percepción de la realidad común y silvestre al punto de no reconocerse uno frente al espejo de la honestidad. Cuando ello ocurre los fines de todo se justifican ante todos.  El deshonesto llega a imaginar que hace muy bien y espera del congénere gratitudes multipElicadas. No se de algún tirano, dictador, o, de un simple político, que haya convocado a las masas para confesarles desde un balcón “he sido feo, he sido cruel, he sido injusto, he sido ignorante, y les suplicó el mayor de los perdones”.   momento en que una persona indispone su psiquis a admitir errores y abusos en privado y en público. 

El diputado Avendaño y el excandidato Alvarado, ácidamente divididos como se sabe, han sido incapaces de confesar una sola falta -ni material ni moral-, dando a entender ambos que el espíritu santo lo dividieron en dos, cada parte con su respectiva espada de pureza e imaginando que la del filo más luminoso señalaría la luz verdadera, algo así como en La Guerra de las Galaxias. Pero usted y yo sabemos que entre los simples mortales (sean o no siervos del Señor) la luz no alcanza ni a medias para tanta arrogancia.
Solamente hay una apuesta segura: que los dos erraron, mucho o poquito, pero erraron. Y es que es más que sospechoso el manejo de los fondos públicos relativos a la pasada campaña electoral, con cuentas paralelas, recaudaciones indebidas, aparentes falsedades y secretismos de dudosa estirpe, que mínimo nos llevan a cuestionar el manejo ético del negocio electoral,  que no por ser un negocio éste deba entenderse como falto de regulaciones. En otras palabras, el principio de legalidad no es ajeno al tema. Pero las partes parecen entrampadas entre recriminaciones mutuas y nuevas alegaciones.
Esta negación de uno mismo tiene un matiz trágico, pues lo indebido y abusivo se convierte en un grito supremo de autoconmiseración, dispuesto a encontrar todas las excusas y “razones” para darle crédito a lo indefendible. El abusador se victimiza y su propia trampa se convierte en un nido de conspiraciones e injusticias imaginadas en su contra.
El universo conspiró diría  él o diría ella, y en su mente lo impropio cometido nunca existió,  porque ha elaborado la falsedad de creerse el centro impoluto y privilegiado de ese mismo universo adverso.
El corrupto no solamente puede perder una objetividad mínima requerida a todo ser humano, sino que se vuelve activamente en contra de la misma, algunas veces creyendo sus propias mentiras y otras veces persiguiéndolas con plena intención. Entonces, el umbral de la honestidad se transforma completamente en un destrozo amorfo y hace inviable todo proyecto de integridad personal.
La integridad es la puesta en práctica de la honestidad, con plena intención, sinceridad y hasta donde llegue pues toda perfección nos es imposible. La integridad significa enmendar lo que necesite ser cambiado para bien; es el paso que va desde la íntima matráfula al arrebato sincero y público. Pero ello ocurre pocas veces y casi no hay funcionario público que se atreva hacerlo.
Cuando no hay honestidad ni integridad el camino siempre posible de la redención personal se vuelve arduo y cuesta arriba. El mucho poder y mal usado, conlleva figuradamente una sentencia de muerte de la que es difícil escapar, destino que es común a todas las irredentas y frecuentes corruptelas.  Admitirse equivocado o saber pedir perdón en lo público y lo privado es, por así decirlo, un don en extinción, en realidad casi extinto.

domingo, 14 de abril de 2019

En Venezuela el gato está atrapado y no hay ratones

El catastrófico infortunio venezolano no tiene parangón.  En tal derruido antipaisaje no hay nadie que se salve: ni lo que representa Maduro, ni lo que representa Guaidó, ni lo que representa el Departmento de Estado ni el senador Marco Rubio. Tampoco se salva el futuro. Gane quien gane el pueblo venezolano ya no tiene un porvenir en el mediano plazo. Sin importar los oligarcas que triunfen los platos rotos los pagará siempre el pobre, y entre más pobre el pobre peor  será su vereda y será pronta su desdicha. En cambio, Carlos Alberto Vecchio DeMari, un joven cincuentón, nombrado “embajador” de Guaidó en Washington, es el operador principal junto a Rex Tillerson de cómo disponer del botín robado sea en Texas o en Londres. Fue durante la gestión del expresidente Chávez cuando por primera vez en la historia la renta petrolera sirvió mucho al pobre; con su muerte, el derrumbe social sobrevino con la activa participación del madurismo, la oposición y el imperialismo, los tres jinetes del apocalipsis. Toda la clase política venezolana está sentada en el banquillo de los acusados, toda sin excepción acostumbrada a ver a Venezuela no como nación, sino como negocio.    
El país se encuentra postrado y astronómicamente endeudado, y en lo económico estrangulado por el sinvergüenza de Trump y los ladrones de Su Majestad. Son los pobres y no los ricos quienes pagarán los “ajustes estructurales” de rigor; no me cansaré de repetirlo. Con frecuencia me pregunto por qué los pueblos no toman ellos directamente el poder sin necesidad de mediadores, césares y mesías. ¿No es acaso lo lógico y lo democrático? ¡Ay cómo duele la Libertad que no puede llegar tan lejos!
La democracia tal como hoy la conocemos -policlasista y plutocrática- ha de servir como mínimo, Costa Rica como ejemplo, para dirimir las diferencias sociales sin tener que acudir a la guerra o los expedientes totalitarios. Pero en Venezuela dicha concepción minimalista de la convivencia social se fue al carajo. Las dos principales facciones en pugna son jacobinas, émulos del paroxismo decadente de Robespierre. Pero uno nunca sabe si estos acérrimos enemigos terminarán cohabitando En fin, una cosa parece ser cierta ahora: los políticos venezolanos (no todos) son enfermos mentales peligrosos y andan sueltos.   
Todos los déspotas -aún los déspotas que se oponen al déspota- elogian al pueblo y hablan en su nombre y falsamente encarnan sus necesidades. Bien servida tienen la mesa estos déspotas  que se odian entre sí; si algo tienen en común estos miserables es el desprecio por el pueblo, y el gusto orgiástico por el whisky, las piernas de cerdo, los viajes, el contrabando, el narcotráfico y la prostitución.
Quien esto escribe no tiene lealtades ni simpatías preconcebidas con los bandos en discordia; estas palabras las escribo para decirle al lector que no sea idiota, que no caiga de ingenuo al primer clarín propagandístico de uno y otro bando ahora que Venezuela es tema mundial; esto escribo para alertar que en buena medida las redes sociales son nudos mentirosos y oráculos del alma imbécil; finalmente, esto escribo, porque es falso el dilema que nos obliga a escoger entre  Maduro y Guaidó. Todos los oligarcas nos engañan prendando nuestras vidas ante el altar de la muerte. ¡Despertemos! Nuestras vidas han dejado de ser nuestras y no debe de ser así. No nos autoinmolemos por nadie y que sean los oligarcas en persona los que caven sus trincheras bajo el insolente calor del húmedo y fangoso estertor de la amazonia venezolana. ¡Que se pongan pantalones y dejen de mostrar el trasero!  
Los déspotas oligarcas de todos los colores se niegan atender al unísono la única salida racional para resolver en lo urgente la angustiante crisis de ingobernabilidad: la convocatoria inmediata a elecciones generales para renovar todos los puestos en la función pública, bajo el auspicio político y administrativo totales de las Naciones Unidas. ¿Pero qué pasa? Pues que ningún bando apuesta por una salida electoral inmediata, y no lo hacen porque deliran con la eliminación hasta física de sus enemigos, porque calculan que unas elecciones inmediatas y libres no les resuelve el asunto del poder con adversarios enfrente aunque la gente de a pie sea embarcada a poner los torturados y los muertos. Finalmente, no convocan a elecciones porque no están seguros de sus cálculos ni de sus números, ni de sus alianzas internas. ¡Así de bandoleros son!
Para estas oligarquías el poder debe de concebirse como total, como poder absoluto, sea bajo una formalidad democrática o bajo una sangría fascista tipo Pinochet. Como costarricense esta asquerosa tragedia me hace reflexionar mucho, porque en nuestra tierra tenemos que avanzar a pasos agigantados para rehacer a nuestra clase media, para prevenir que la insensata megalomanía de ciertas oligarquías se posicionen como sucedió en Estados Unidos y en Brasil. Lo que conviene a Costa Rica es una poderosa clase media en el contexto de una economía ágil y muy diversificada. Pero, sobre todo, una clase media culta, estudiada y con sensibilidad social; que sepa en su corazón que destrozo y el aniquilamiento del adversario es cosa de incivilizados y sátrapas.   
Afortunadamente la versión totalitaria del comunismo nunca caló y ni va a calar entre nosotros, muy a pesar de las múltiples contribuciones que hicieron en el devenir de nuestro bienestar social.  Mi anticomunismo es democrático y jamás podría ser fascista. Mi desvelo es otro. Es el neofascismo en boga lo que me desasosiega en cualquiera de sus paquetes: religioso o secular. La verdad es que la versión estalinista de comunismo -la única que gobernó en la modernidad- ya murió y se encuentra enterrada.  Los neofascistas y la ultraderecha en general, han decidido resucitar un fantasma ya imposible de encontrar para crear un adversario imaginario que les permita narrar una historia ficticia para expoliar al pobre y agotar los recursos naturales de nuestras tierras. Venezuela nunca fue -antes o después de Chávez- una comunidad socialista o comunista sino una sociedad capitalista rentista dependiente del petróleo. Así que el debate ideológico entre socialismo y capitalismo es totalmente una ficción que solamente cabe en mentes ignorantes y mentecatas.
Como Bolsonaro, como Trump, los ultras crearán personas y paisajes que sirvan a la ofensiva fascista. ¿En qué consiste el fascismo de nuevo cuño? No estamos frente al viejo fascismo del siglo XX, mussoliniano o hitleriano que clamó por la razón corporativa de Estado. Lo que hace particular al neofascismo es su nueva esencia al adoptar al neoliberalismo como su razón de ser y por su abandono de las nostalgias por el Estado-nación, todo  benefactor, que otrora sirvió al fascismo del siglo XX, o, dicho de otra manera, el fascismo del siglo XXI abjura del metarrelato utópico del fascismo clásico. En fin, el neofascismo no comulga más con el imaginario de una nación soberana y superior, como tampoco con el establecimiento de una sociedad perfecta. El neofascismo aboga por imponer -sea por la vía parlamentaria o autoritaria- un régimen caníbal de mercado y hoy, precisamente en Venezuela, lo hacen falsamente en nombre de la democracia y los derechos humanos; mucha de la trampa reside en este discurso engañoso y soterrado, como ocurre en el caso de  Venezuela a través de Voluntad Popular, la cara del neofascismo adherida a la Internacional Socialista.
El madurismo ya no es viable y los generales lo saben, pero el neofascismo no es de ninguna manera una opción segura para ellos, porque los fanáticos del entorno de Guaidó tienen los cuchillos afilados para degollarlos. Ciertamente el antipaisaje político venezolano es un marjal de hienas y dagas. Cada quien busca salvar su vida, literalmente su pellejo, sobre todo la burocracia madurista más exigida en el tablero, sin que tal angustia  deje de ser ajena al campo opuesto.
En la historia republicana de Venezuela no ha habido peor gestión de gobierno que la de Maduro, aunque su autoritarismo no se compare con el de las dictaduras de Juan Vicente Gómez y de Marcos Pérez Jiménez.  En ellas, Guaidó y sus secuaces ya estarían muertos. Por otra parte, la oposición venezolana (con algunas excepciones) es, por así decirlo, una maquinita productora de tarados psicóticos, irresponsables y violentos que no saben una coma de derechos humanos y sí de quemar gente viva.
El exdiputado Juan Guaidó es una caricatura escabrosa de estupidez. Si en algo se pusieron de acuerdo los enjambres del mal que Maduro y Guaidó representan, fue en destruir Venezuela, en saberse nerones con desabridas arpas con tal de sobrevivir en el palacio unos, o, poder asaltar el palacio los otros. Ni uno ni  otro. El pueblo (algo así como el 90%) se encuentra literalmente secuestrado, de un lado, por los designios fascistas de Voluntad Popular y su amo extranjero y, por otra parte, por la obstinada lealtad de los generales a sus propios intereses corruptos y empresariales que se resume en el estratégico apoyo que le brindan al presidente venezolano.
Los generales venezolanos no son, por cierto,  un ateneo de imberbes idiotas, sino gente formada en las complejidades del pensamiento crítico y nacionalista pero que se encuentran atrapados entre su tupida corruptela y la insolencia fascista-imperial. Cuando Guaidó, una vez juramentado sin la corona, le exigió a los militares transmutar lealtades a cambio de una amnistía, no pude menos que soltar una fragorosa risotada pues dicha oferta es lo último a decir si se ha de congraciarse con los militares particularmente sin ningún poder real. ¡Menso el jovencito! Ya Guaidó se nos presentaba entonces desnutrido y si causó entusiasmo es porque los venezolanos todavía aguardan la llegada de un mesías. El problema es que en Venezuela ahora tienen dos mesías: uno muerto y otro vivo. Pero el mesías vivo la tiene peor suerte porque necesita convertir el agua en vino y no puede hacerlo por  más que lo intente, para disgusto de sus amos gringos. El mesías muerto hizo el milagro una vez (con los altos precios del petróleo), pero como dice la Biblia “el muerto ya nada sabe”.
Es que Guaidó no tiene raíces políticas en el pueblo y no habla el idioma del pueblo; es un advenedizo de orígenes medios, proclive al fascismo, formado en Voluntad Popular y conocido ya por su incapacidad para  rescatar y organizar a los cientos de militares rasos que desertaron en Cúcuta. ¡Guaidó es una estafa!
Inculto e inexperto el joven desaprovechó casi todo a su favor y la culpa la tuvieron los gringos. Fue un pésimo cálculo foráneo como todo lo que siguió después, incluyendo la farsa de la “ayuda humanitaria”. Hoy la política neofascista de Trump consta de 5 jinetes: amenazar, destruir, conquistar, robar y humillar. En Iraq tanto como en Libia se cumplieron dichos presupuestos. Ahora el psicópata de Trump los quiere hacer valer en Venezuela. Lo que desea el régimen autoritario de Trump es la recolonización total de América Latina, el Caribe y de buena parte del mundo. Incluso Trump pisa con su bota de acero a los gobiernos “amigos”, títeres y lameculos de Honduras, Guatemala y Colombia a quienes acusa de exportar delincuentes y terroristas.  De nada le valió a Hernández y a Morales el haber trasladado las embajadas de sus países a Jerusalén. No importa cuanto colaboren estos desgraciados con el nerón de Washington y de Mar-a-Lago, que nuestros pueblos -incluyendo a sus plutócratas- seguirán siendo en su retorcida mente (la de Trump) no otra cosa que subhumanos, razas inferiores merecedoras de toda culpa y vilipendio.
Hay que ser zopenco para pensar que  Trump, Pompeo, Bolton y Abrams (la pandilla de los 4) sean adalides de los derechos humanos, cuando en la realidad son sus destructores; es una pena que se piense que le tengan amor y conmiseración a Venezuela, cuando lo que buscan por las malas es apoderarse de todos sus recursos naturales a través de un nuevo Estado vasallo. La lucha contra Maduro no debe pasar (aunque pueda ser que los traidores lo cumplan) por sumergir a Venezuela en un Estado esclavo sin decoro nacional, militarmente intervenido y sujeto a los desmanes sexuales de los marines en contra de las mujeres, nuestras madres, nuestras hermanas y de nuestros menorcitos. Al crapuloso de Guaidó esto lo tiene sin cuidado, porque su escuela es la del hediondo hedonismo, la de los dólares que espera y que le soplan por el cuello y, quizá, la deseada añoranza de saltar de insecto a ser un presidente de verdad. Empero, sus propios compañeros de ruta, tan disímiles y paranoicos como son, ya le tienen una navaja hecha a su medida para un tiempo preciso.   
¡Estamos jodidos! Desgraciadamente los simples mortales, como usted y como yo, no hemos sido invitados a colorear las avenidas de los plutócratas y oligarcas, las avenidas de los banqueros y prestamistas, y las avenidas de los generales y los fabricantes de armas; siempre hemos sido invitados al sometimiento y a la humillación, o, hemos sido “agasajados” para ser una comparsa bullanguera para deleite de nuestros propios verdugos.  
Yo soy un liberal convencido de la Libertad, de ese fantasma que a veces se encarna en uno u ocasionalmente en un pueblo. La autoridad es despreciable, la del Estado en particular, la cual ha probado ser la principal fuente de abuso y atropello; el Estado es para mí culpable de todo hasta que no se demuestre lo contrario porque, de todas formas, todo bien social proviene del ejercicio de la ciudadanía.  ¿Exagero? Es probable, pero no ando lejos. Lo del Estado es un dogma tan enraizado como la creencia en Dios; lo de Dios es materia sagrada, lo del Estado no.
La ética política correcta brota desde la defensa a ultranza del individuo; germina desde la convicción libertaria de las inconveniencias idolátricas de ofrecer “comandantes eternos”, o de la mala leche que derrama el populismo mesiánico de Guaidó, o del ultra populismo mesiánico de Voluntad Popular que invoca la llegada “milagrosa” y altanera de los marines. El mesías, si se quiere, es materia exclusiva de los templos, pero no de la Libertad con mayúscula.  
Es razonable que lo que ahora procede en Venezuela es la consulta democrática YA, urgencia que proviene de un estado de guerra no declarado pero agresivamente en marcha.  Es cierto, soy pesimista, sobre todo con Trump tratando a medio mundo como rata. Pero soy un liberal y ello me consuela, porque creo en la Libertad, en la Libertad que dignifica y no hunde. Creo en ese liberalismo que hoy defiende a Assange y que ayer estuvo con el pueblo catalán cuando votó en medio de una inmisericorde represión. Ciudadanos en España es la falsa moneda del liberalismo. Lo demostraron en Cataluña y ahora  apoyando el mesianismo neofascista de Guaidó. Ciudadanos es tan miserable como los socialistas. Han manchado con más lodo sus túnicas perversas.  ¡Así anda el mundo de irreconocible! En fin, mi posición como demócrata y como liberal es la de un rotundo no a la guerra y a la intervención militar extranjera, y por unas elecciones libres a la mayor brevedad.