miércoles, 30 de mayo de 2018

Reflexiones sobre la Biblia y Dios

La Biblia (el Libro) es una memoria o una crónica espiritual escrita por el ser humano, en una conversación entre lo moral y la búsqueda de Dios. Buscar y encarnar la identidad de Dios es el camino correcto, es el bien supremo, pero es una identidad que necesita ser buscada, encontrada a cuentagotas -como lo testimonia la historia- en el propio corazón humano y recorrida en el accidentado camino de los milenios, solo para darse cuenta uno de los pocos pasos de párvulo recorridos. Dios será reconocido cuando el bien personal y el bien común ya no sean barreras infranqueables entre sí, cuando la paz sea la norma entre los seres humanos y la de los seres humanos con la naturaleza.


Dios es la búsqueda de la utopía y de su realización.  Así como el ilustre Marx hablaba de la conciencia de clase, la palabra de Dios busca la conciencia libertaria de todo el género humano y la de su justicia en todo ámbito. El creyente no solamente busca creer sino ser, no solamente busca leer sino hacer. La Biblia  es toda una narración sobre la justicia y la injusticia, sobre el amor y el desamor, sobre el oprimido y el opresor, en fin, sobre el bien y el mal, todos asuntos necesitados de ser superados en la voz de sus autores. La voz de Dios no puede ser la del tirano, ni la del capitalismo, ni la de los autócratas que hablan en nombre de las utopías.  El proyecto de Dios es el reino de la paz, la inclusión y la libertad. La lectura e interpretación de la Biblia, tiene hoy la posibilidad de ser más finamente elaborada por el progreso democrático y la noción moderna de persona, porque el ideal de Dios no tiene sentido sin la apertura discursiva de los movimientos sociales que dieron campo a tanta demanda democrática frente al señor feudal y frente al señor capitalista. No tengo duda que el discurso democrático universalizante, nos permite en estos momentos hacer una interpretación de la Biblia más amorosa e inclusiva.   


A riesgo de contrariar a los entendidos, la Biblia no es tanto un libro sobre Dios sino un texto sobre  la condición humana. ¿Por qué Caín asesina a su hermano y no a un extraño? La Biblia es un libro de conflictos, es el libro de las grandes preguntas y se pregunta del porqué del ser humano. Puede ser que el humano sea desasosegado y territorial por naturaleza. Desasosegado porque lo intimida la naturaleza y el congénere, la escasez material y la muerte; territorial porque en ello consolida inciertamente su sobrevivencia. Y aunque ya no esté su vida amenazada sigue actuando como si lo estuviera. Es como si los ecos de un pasado perdido y trepidante estuvieran activos en alguna parte del cerebro. De la caverna al presente, guerra y territorio parecen ser la marca indeleble de todo en el mundo narrado, y que el interminable camino a Dios intenta derrotar.   


La utopía de Dios es la más utópica de todas, la más ambiciosa y la más derrotada. Convencer al género humano de que estamos obligados a desplegar el bien y el amor en toda circunstancia sin excepción, es algo que la humanidad en su conjunto no ha podido implantar en su conciencia como norma de comportamiento. La utopía de Marx es, a mi juicio, la utopía más culta y mejor fundamentada de todos los tiempos,  una que no pasa su mejor momento, fundamentalmente porque no pudo superar la más importante dicotomía del poder, que yace de la contradicción entre despotismo y pueblo, entre dirigentes y dirigidos. Quién no sabe que el poder, sea en sus cumbres o en su sabana, corrompe con frecuencia el corazón humano, a tal grado que por dichas “mieles” el Hombre oprime y mata. En la concupiscencia anida el mal, en la soberbia,  la ira y la avaricia se manifiesta el abuso del poder. La democracia no es otra cosa que un intento para poner freno a las arbitrariedades de los gobiernos y los poderosos, freno que a veces sirve y a veces no.


El camino a Dios se inició mucho antes de los relatos de la Biblia, en una ceguera casi total de lo divino, y cubierto por una oscuridad con pocas estrellas, si bien ya desafiada por un continuo esfuerzo milenario, que no nos exime a nosotros de oscuridad, aunque se adivinen rayos de luz en su firmamento. En las cavernas, en los inhóspitos tiempos del miedo y la sobrevivencia, el ser humano se imaginó un “algo” divino de todo cuanto le sobrecogió. Quizá ese fue el inicio de la gran búsqueda de Dios que perdura hasta hoy, pues es de reconocer que sin las piedras fundacionales del politeísmo y el animismo, el Dios personal de la Biblia no habría sido posible.  


La Biblia es, ante todo, el libro de las dudas, los dilemas y los esfuerzos para dar con el paradero de Dios. Ubicar el paradero de Dios no solamente es una labor para identificarlo, sino también una tarea para ubicarlo en infinidad de contextos. Las narraciones orales y luego los textos y mitos que se plasmaron en la Biblia, recogen miles de años de memorias y tradiciones semitas en el contexto económico de la esclavitud. La Biblia no es un libro de historia aunque esté ubicado en la historia, aunque contenga hechos históricos; la Biblia es una cosmogonía y una colección de libros sobre la moralidad y no sobre filosofía. La exégesis bíblica es una tarea lenta y común de la humanidad, como pasa con los más antiguos textos del hinduismo, los Vedas, o, los del budismo en idioma Pali, o, más recientemente, -hace más de mil años-, el Corán. Como todo texto, éstos nacieron para ser interpretados; es más, si no hay interpretación no hay texto. Por ello, en el horizonte extraviado de las estrellas, incontables “verdades” anidan perdidas en el infinito porque todo texto -escrito y no escrito- ha sido interpretado, incluyendo el más secreto y el único sabido por su autor. Los textos sagrados son patrimonio de la humanidad.


El Viejo Testamento (para los cristianos) y la Biblia judía han tenido y tienen un enorme impacto en el devenir de Occidente. La gran virtud de la Biblia es que no pierde vigencia. Su permanencia reside en poner de manifiesto conflictos morales avasalladores, y a su capacidad para demostrar que las múltiples disyunciones morales de hoy siguen siendo parecidas, sino igual, a las de hace miles años. En la Biblia hay mucha sabiduría concentrada, y es una gran fuente de inspiración para normar el pensamiento y el comportamiento propio.


Sucederá, siempre, que existan seres humanos para quienes el bien no esté condicionado a la existencia de Dios o al reconocimiento moral de dicho Dios si existiese. Ello no tiene nada de malo, pues simplemente representan puntos de vista y, de paso, nos recuerdan que es en el hacer donde el bien encuentra su corona. El Dios que yo busco, el que yo admiro, tiene por esencia a la libertad y al goce del bien. Lo que es innegable, sin embargo, es que la humanidad, como un todo, desde tiempos inmemoriales, es un asiduo creyente en la génesis divina del mundo percibido y no percibido. Este punto de vista, conlleva para la humanidad una desventaja mayúscula, y ella consiste en aceptar caminar a pequeños pasos de susurro un esfuerzo continuado, pero torpe y hasta cruel, para dar con la identidad y el paradero de Dios; la ventaja, nada minúscula, es cuando se produce un entendimiento interior del bien -por pequeño que sea-  y éste se expresa en las propias emociones y el propio quehacer en una suerte de satisfacción interior.


Cómo no decir que Dios está presente en todo y, a su vez, casi ausente en la conciencia de la humanidad. Empero, el ser humano sigue con sus ejercicios religiosos, con su sed de búsqueda  de lo divino y perfecto, a años luz, muchos años luz, de desvelar en su corazón la naturaleza perfecta de este Dios con nombre y desconocido. La gran mayoría de los creyentes esperan que el Mesías venga pronto y que con un rayo destruya todas las causas del sufrimiento. Me temo que la ecuación de Dios no sea tan simple, pues Dios no es un asunto de magia, ni la suma del menor esfuerzo, porque no hay Dios sin historia, sin los percances y limitaciones de esa misma historia.


El Dios monoteísta de judíos, musulmanes y cristianos, es un Dios desconocido, claro no del todo, pero fundamentalmente desconocido todavía.  Quiero decir: la Biblia nos suministra importantes pistas sobre quién es Dios y los estudios teológicos contemporáneos son sistemáticos y hasta eruditos pero, y aquí reside el gran “pero”, la distancia entre la teoría y la  práctica es abismal. La humanidad no ha logrado encarnar las prédicas de amor, paz y justicia de los grandes Maestros Porque si la humanidad conociese a Dios en su corazón, no habrían guerras ni hambrunas, ni injusticia social; la colaboración sería la norma social y la religión ya no fuera necesaria. El desconocer la humanidad a Dios en su corazón, nos indica consideraciones sobre el pasado, el presente y el futuro. El pasado enseña que el esfuerzo por identificar a Dios en el corazón, es una tarea lentisima, dificultosa, tramposa, como lo demuestran los siglos Fe, plagados de aberraciones y de injusticias  declaradas en nombre de Dios. Por otra parte, en medio de las tinieblas surgen notables espíritus que denuncian la crueldad y la injusticia, capaces de enfrentar a la propia Iglesia, como Francisco de Asís o Miguel De Servet, cada uno de manera diferente; porque ellos contribuyeron a molturar fino mejores argumentos en la búsqueda de Dios.


En el presente, se puede afirmar que la búsqueda de la identidad  y el paradero de Dios, es ya un esfuerzo milenario que apenas inicia. No estamos ni de cerca el  poder establecer un punto final a la búsqueda de Dios y puede que nunca ocurra bajo nuestros supuestos; “los molinos de Dios muelen despacio, muy despacio, pero fino, finito.” Es difícil interiorizar nuestra colosal insignificancia en el esquema de la vida y en la propia historia humana. Simplemente el tiempo no nos alcanza, con lo poco que vive una generación, o, mil generaciones, el poder contar con respuestas definitivas ante tanta interrogante. Hace miles de años empezó la conversación con el Dios monoteísta,  y tardará nuestra civilización quizá otros miles de años para identificar el rostro de Dios en nuestros corazones y en todo nuestro ser. En relación al futuro, es mejor adivinarlo con un rotundo “no sé”, pues, a ciencia cierta, nadie sabe cómo en concreto sería la iluminación de la humanidad en su conjunto. En realidad no se trata de esperar mucho tiempo, pues con la muerte la espera ya nada significa; el problema, como humanidad, es destruir el planeta primero antes de llegar a la aurora de Dios, antes que en nosotros se revele su gloria.  El problema es nuestra lentitud para vernos reflejados en Dios, cuya belleza reside en amar sin egoísmo y en paz. El estado lamentable en que tenemos a nuestro planeta es el principal distintivo de nuestro pecado. El “infierno” es nuestra obra y se encuentra a vista y paciencia de todos; de igual manera, el “cielo” será obra mancomunada de la humanidad aquí en la Tierra. En esto existe una cierta coincidencia con las utopías socialistas y anarquistas.


Los ateos incultos, sin lustre, sacan a relucir cuanta perversidad e iniquidad explícita hay en el Dios de la Biblia, pasando por alto que la búsqueda del Dios buscado de Israel se originó en un remoto pasado donde la lucha tribal por hacerse de territorio y esclavos era la norma de la economía y la crueldad era la norma de la guerra. Olvidan que la Biblia fue escrita por los hombres, que la narraciones están incrustadas en la historia, con los ejemplos y las palabras que les permitió el tiempo y la geografía. De hecho, la Biblia, continúa escribiéndose porque la búsqueda de Dios no ha cesado; la realidad de que la Biblia tenga un comienzo y un final, un acabado de libro definitivo, para nada significa que la conversación con Dios se encuentre terminada.  Dicha conversación incluye a la gente éticamente responsable para quienes Dios no existe, para quienes se preguntan sobre el bien y hacen el bien. A mi entender, aunque mucha gente no lo sepa o no lo comprenda, o no lo crea, Dios se ocupa de todo y de cada ser, y hay gloria cuando la ciencia explica y descubre alguno de los incalculables secretos de la naturaleza y el mundo cósmico. Dios no tiene ninguna necesidad de enemistarse ni con la ciencia ni con la cultura en general; la esencia de Dios es el bien, de donde se derivan tantas y hermosas virtudes, cualidades también necesarias para salvar este planeta. Porque no habrá “cielo” con un planeta extinto o muerto. Con esto quiero decir, que el camino a Dios trasciende las paredes de toda institución religiosa, y comprende todo acto humano encaminado al bien, sin sectarismo de ningún tipo, menos doctrinal. El camino a Dios no reside en la exégesis sacra, por más afortunada que sea, sino el el simple hecho de ser.   El ser bueno no es tarea fácil. Es un asunto que demanda mucha honestidad interna, autocrítica y buena ética para rectificar.  


La búsqueda del Dios buscado no ha sido ajena a la apropiación cultural y a la conquista económica y militar. El esfuerzo por revelar el contorno de Dios nace en la profusa espesura de la historia, de sus condiciones materiales y de sus confines emocionales tanto como culturales. Los miles de años que cubre la lectura interpretativa de la Biblia, no son más que el testimonio del matrimonio entre las Sagradas Escrituras y las realidades de poder de cada tiempo. La lectura posible de la Biblia viene condicionada por la concretud de los tiempos que limita el entendimiento del lector y del intérprete. ¿No acaso algún ejército dijera que su Dios no es el menor, sino el mayor? Todo pueblo ha dicho que su Dios es el verdadero. Hoy en día dicha afirmación no se justifica. Con el advenimiento de la Revolución Francesa y luego con la aceptación universal de los derechos humanos, la pertenencia a Dios se ha democratizado, la teología hoy goza de escenarios mayores e inéditos espacios para consolidar la universalidad del Evangelio, y la certidumbre de que la Fe encuentra abrigo en una sociedad pluralista y democrática. A contrapelo de mucha bulla pregonada, el Estado laico es una de las manifestaciones del bien, del bien común, pues facilita el tránsito de valores queridos, como son los de la paz, la tolerancia y la libertad, en las vidas de los creyentes y los no creyentes.

Todo el mundo quiere un final feliz y pronto, pero  creo que no existimos dentro de dichas perspectivas. Las coordenadas del humanista y el creyente son otras. Hay que aprender a amar el bien por el mismo bien y sin esperar recompensa. Arar el camino a Dios, con un silencio genuino y desinteresado es la ruta a seguir, sabiendo de antemano que somos polvo del viento y destinados a un magno propósito de amor y justicia.  Puede ser que esté equivocado en mucho de las cosas dichas, y ello no me sorprendería, pues el camino a Dios esta pavimentado de pifias de las que nadie ha escapado. La Biblia es un entramado de pistas a Dios y Dios es en sí mismo una pista, la más querida y entrañable de la humanidad.  En otra ocasión escribiré sobre el significado de Cristo en toda esta urdimbre.


http://www.elpais.cr/2018/05/30/reflexiones-sobre-la-biblia-y-dios/

sábado, 19 de mayo de 2018

Realismo y malicia diplomática

El que Venezuela sea motivo de interés internacional, el hecho de que se encuentra envuelta en una tensión con algunos vecinos, los Estados Unidos y la Unión Europea, no implica para Costa Rica que deba involucrarse en los asuntos internos de dicho país y/o pronunciarse en todo.
El haber solicitado al gobierno de Venezuela, uniéndose al coro del Grupo de Lima, la suspensión de las elecciones de mañana, fue indigno de una política exterior inteligente. Estoy seguro de la buena fe de nuestra cancilller, pero prefiero que Costa Rica haga uso de su malicia diplomática.
El Grupo de Lima es impresentable, cortos de democracia y largos en corrupción. Gozan, también, de una anchura inconmensurable como lacayos de Donald J. Trump. Empero, el asunto de fondo, es que hay que rescatar el principio de la no intervención en los asuntos internos de las naciones y el respeto a la soberanía de cada Estado.
El asunto de Venezuela es muy complicado, sobre todo, porque uno de los poderes de la república, la Asamblea Nacional, es la que continúa solicitando la aplicación de sanciones foráneas en contra del régimen del presidente Maduro, sanciones que empeoran la calamitosa situación del ciudadano común.
Costa Rica debe mantenerse al margen de los llamados intervencionistas del Grupo de Lima, sobre todo porque son reproducciones de las intenciones belicosas de Washington. La malicia diplomática en favor de la paz debe ser nuestro mantra. Con independencia de lo que podamos pensar del gobierno del presidente Maduro, debemos los ticos priorizar lo que conviene a Costa Rica. No podemos andar lanzando amenazas a los malos gobiernos, porque de lo contrario, podríamos correr el riesgo de quedarnos sin embajadas y aislados del mundo.
Decía el senador de estadounidense, Patrick Leahy, que los “países pequeños deben saber cuándo andarle de cerca y cuándo de largo a Washington”. En los tiempos de ahora, de este momento, conviene a Costa Rica andar de lejos, lo más lejano que se pueda, del pirómano lanzallamas que habita la Casa Blanca. Esta malicia, entonces, deviene en nuestra máxima responsabilidad en la arena de las relaciones regionales.
Conviene a Costa Rica siempre propiciar el diálogo y la paz en el ordenamiento político internacional. Ayudar sin agitar la diplomacia en ningún conflicto regional o mundial. Una política exterior digna y discreta, sin bombos ni platillos, es la que ahora necesita el país; un perfil bajo no es sinónimo de inactividad. Puede ser todo lo contrario; puede permitirnos concentrarnos en áreas de la mayor importancia, como la que tiene que ver con las instituciones internacionales, relacionadas con los derechos humanos.
Conviene a Costa Rica mantener siempre las mejores relaciones con los Estados Unidos; estamos obligados por la cercanía con el gigante y porque nuestra economia de ello depende. Hay que combinar realismo y malicia para el beneficio nacional.
La política exterior de Costa Rica debe ser amiga de las iniciativas nobles de mediación, como en las que estuvo envuelto el expresidente español Rodríguez Zapatero en el conflicto de Venezuela. Porque, en efecto, sí existe un interés estratégico para nuestro país de que haya paz en el país suramericano. No queremos que la Patria de Bolívar se convierta en otra Libia, o en otra Siria, Para nosotros, la paz regional es vital para nuestra lucha en contra de la pobreza y en favor del desarrollo económico.
No me pareció adecuado que nuestra cancillería no tomara, discretamente, distancia del Grupo de Lima. La paz regional debe ser el mayor interés estratégico de nuestro país, y a partir de ello desarrollar una diplomacia calma, pulcra y honesta. A mi juicio el error es subsanable.

lunes, 14 de mayo de 2018

El fondo de las proximas elecciones en Venezuela

Tarek William Saab fue quien me convenció que hoy bajo el madurismo, y ayer bajo el chavismo, que un grupúsculo burgués venía formándose en las oscuras artes de la cleptomanía. Saab, no es un tipo que me cae mal; como Fiscal General él ha hecho posible encauzar arrestos y acusaciones en contra de altos jerarcas del chavismo que en sigilo robaban de la renta petrolera.  La historia se remonta muy atrás.
Eulogio del Pino, exministro de Petróleo de Venezuela y Nelson Martínez. expresidente de PDVSA, fueron arrestados hace escasamente 7 meses, junto a otros 65 gerentes de la industria petrolera, de los cuales 16 correspondieron a altos mandos. Jose Pereira, entonces todavía presidente de Citgo, fue arrestado junto a la plana mayor de dicha compañía, la mayor sucursal de PDVSA en el exterior. Rafael Dario Ramirez Carreño, un pez gordo del chavismo, hasta hace poco tiempo exembajador de Maduro ante las Naciones Unidas, expresidente de PDVSA (2004-2014) y exministro de Energía (2002-2014), hombre de confianza del expresidente Chávez, y hoy con paradero desconocido y prófugo, con una orden internacional de detención. Según Saab,  solo Rafael Ramírez se robó casi 5 billones de dólares. En fin, cito a Saab: “El daño patrimonial que se le ha hecho a Venezuela a través de estas contrataciones colosales apenas estamos haciéndole las pesquisas puesto que se otorgaron a dedo aproximadamente 41.000 contratos cuyo monto oscila en más de 35.000 millones de dólares.”
Marcelo Odebrecht confirmó recién en enero que la empresa financió las campañas políticas de la oposición venezolana. Los sobornos, 98 millones de dólares, dados a Venezuela  se ubican por detrás de Brasil. La periodista de ultraderecha y exiliada en Miami, Patricia Poleo, ha tildado de “colaboracionistas” con Maduro a Henrique Capriles, Julio Borges, Carlos Ocariz, César Miguel Rondón, y a Marta Colomina. “Los dirigentes opositores tienen un juego macabro para hambrear al país con tal de lograr sus cometidos personales y su cuota de poder.”, manifestó Poleo en octubre del año pasado, cuando también denunció por lo mismo a Freddy Guevara, Ramos Allup y Leopoldo López.  La semana pasada fueron detenidos 11 ejecutivos de Banesco, la principal corporación bancaria de Venezuela. La “Operación Manos de Papel”, trata de un supuesto plan de la entidad bancaria para instalar un sistema financiero paralelo capaz de establecer el valor del dólar respecto al bolívar.
Como se ve en Venezuela el poder -el oficial y el fáctico-  huele a podrido. Lo digo porque es lo que acepta el oficialista Fiscal General. Lo que no sé son los límites que se ha o que le han impuesto a él. Porque en situaciones de canibalismo político la justicia es innoble y discrimina a muerte, devora lo que puede y negocia lo que sobra. Y lo que sobra es todavía astronómico, tanto que hay cosas que se deciden fuera de la elecciones, a puerta cerrada y debajo de la mesa. Gustavo Cisneros, Lorenzo Mendoza y Juan Carlos Escotet, los 3 oligarcas más ricos de Venezuela lo tienen garantizado.
El próximo 20 de mayo, Venezuela irá a unas elecciones generales. Las mismas no son otra cosa que una avenida sin salida para el pueblo, pues lo que en el fondo se discute es cómo lograr estabilidad y paz para sus oligarcas. Lo que se discute se hace de manera ruda, puñal en mano, con intriga y trampa, pero nunca perdiendo de vista sus propios intereses de clase, para lo cual también necesitan manipular a las masas, además de ofrecer ellas los muertos. Porque la extinta MUD, hoy reconvertida en el Frente Amplio Venezuela Libre, se siente incapaz de poner una cara en los próximos comicios, y la voz principal de la oposición que participa en esta odiosa fullería, la de Henri Falcón, exMUD, tomó la  decisión de competir. Hizo “bien” porque, a pesar de los condicionamientos clientelistas de Maduro sobre las elecciones, en la realidad existe un espacio público de denuncia que no es nada despreciable. Falcón, también exchavista, es una voz que rompe con la cacofonía oficialista del PSUV. La gran tragedia de Venezuela es que ha tenido una oposición política nefasta y cobarde, filoterrorista y filofascista, enchufada al garrote de Trump e incapaz de articular la voz del pueblo porque no es su vocación natural ni su intención. Fueron delincuentes a sueldo, pagados por Freddy Guevara y quién sabe cuántos más, quienes desaforados empezaron a quemar gente y darle un vuelco macabro a la justas demandas del pueblo venezolano. Esta gentuza ahora apretujada en un tal Frente Amplio, merece un repudio total pues ha vivido a sus anchas en Miami y en Madrid, sirviéndose de la tragedia y los dólares que le provee la derecha internacional.
La mafia del PSUV fue más consistente, aguantó, en lo fundamental unida, todo el embate local e internacional al que fue sometida. La vorágine no la consumió porque magistralmente Maduro se sacó un az de la manga: la Asamblea Nacional Constituyente, que cumplió con su único motivo para existir, cual fue desinflar la capacidad de convocatoria de la exMUD y endulzar los oídos de un pueblo ávido de volver a existir bajo previsibles patrones de normalidad. En medio de tanto desquicio, Maduro sobrevivió gracias al apoyo de los militares, de sus generales, que son la columna de seguridad de su gobierno, tanto en lo económico y militar.
La titularidad del Ministerio de la Defensa continúa a cargo del general Padrino López y PDVSA en manos del general Manuel Quevedo Fernández, quien funge además como flamante ministro de Petróleo y Minería, carteras que ponen al descubierto los fuertes intereses comerciales y de seguridad de la alta burocracia castrense y capitalista. El gobierno de Maduro es, en el fondo, el poder de los generales. Esta mancuerna entre civiles y militares, amparada a una supuesta ideología socialista, es el mazo de  una oligarquía de “izquierda”, que tenazmente lidia con el imperialismo estadounidense, imperio que ha tomado bando por la decrépita y ruinosa oligarquía tradicional y que anhela con furia volver al juego del pasado, que le permitió tener acceso libre a la chequera rentista petrolera.
La corruptela de la IV República fue proverbial y bien conocida por una persona mínimamente informada; porque la corrupción y la represión militar de adecos y copeyanos en contra del pueblo fue y es innegable. “Éramos felices y no lo sabíamos”, han escrito los apologistas de la IV República,  para quienes el “Caracazo” fue un viaje en carroza. El “Caracazo” fue una asonada popular justificada y criminalmente reprimida por Carlos Andrés Pérez, en un país donde la corrupción, la inflación, el deterioro de los salarios, la devaluación de la moneda, la deuda externa y la renta petrolera, fueron todos factores arrebatados por un paroxismo sin precedentes; lo mismo ocurre hoy en Venezuela, solamente que multiplicado varias veces en su intensidad y con un lenguaje propagandístico diferente, como si fuera de “izquierda”.  En Venezuela el lenguaje político perdió todo contacto con la realidad, con el mundo inteligible, y con la asociación coherente de conceptos.
El régimen de Maduro oculta las cifras macroeconómicas. Los números se encuentran escondidos pero no las consecuencias hirientes en la población.  Según el FMI, Venezuela podría cerrar el 2018 con una inflación del 13.864%, con una probable contracción económica general del 15% y con una amarga perspectiva para el 2019 de casi un 13,000 % de subida en los precios. La Oficina Internacional de Migraciones (OIM), adscrita a Naciones Unidas, reportó que 1,3 millones de venezolanos dejaron su país para radicarse en otras partes. Hambre, escasez, hiperinflación, violencia criminal y una masiva emigración forzada son el plato de cada día del ciudadano común. Con una industria petrolera por los suelos, dañada e incoherente con sus propios fines capitalistas y para la sobrevivencia del propio gobierno, ha llegado al extremo de arrastrar a Halliburton y Schlumberger, las dos principales contratistas petroleras del orbe, a dar por descontada una pérdida de 1.300 millones de dólares.  
Lo cierto es que los altos cargos del régimen madurista quieren apagar, por todos los medios posibles, el grave incendio que ellos mismos causaron.  Mantenerse en el poder es el “seguro” al que están obligados, porque resulta muy arriesgado bajarse del tigre que amenaza con devorarlos, máxime que el imperio tiene la voluntad y afinados tentáculos para perseguirlos en cualquier parte del mundo. Maduro trató de congraciarse con Trump, a través de una generosa contribución de 500.000 dólares destinada a contribuir al pago de las festividades de asunción al poder del propio magnate. El dinero salió de las arcas de PDVSA a través de su filial Citgo. Trump no mordió el anzuelo y se dejó el dinero.
Le concedo a Nicolás Maduro una verdad que dijo nítidamente: la presente elección es entre nosotros (la camarilla del PSUV, agrego yo) y el imperio. Y ello es totalmente cierto. El oxígeno  mediante la cual respira la oligarquía fascistoide del Frente Amplio (exMUD) y la del opositor, Henri Falcón, principal adversario electoral de Maduro, es el oxígeno material y político que el régimen de Trump le brinda. Se puede decir que la oposición, exceptuando a la minúscula de izquierda y a otras formaciones políticas casi invisibles, es una sucursal de Washington y que necesita  apropiarse de la renta petrolera para beneficio propio y para seguridad del imperio.
Estados Unidos hace lo usual: tratar de mantener las lealtades en orden. En el caso de Venezuela, las preocupaciones de Washington se pusieron en rojo al constatar la política exterior independiente que inauguró el expresidente Hugo Chávez Frías. El populismo de Chávez fue sincero y generoso, pero insuficiente para superar la deformidad estructural que implica depender únicamente del petróleo e insuficiente para extirpar la corruptela solapada de la burocracia parasitaria.  Si comparamos en todos los órdenes los gobiernos de Chávez con el de Maduro, la diferencia es del cielo al infierno. No lo digo solamente porque el Comandante gozó, casi siempre, de precios favorables en el mercado del crudo, sino porque la capacidad inaudita del madurismo para destruir la economía no tiene paralelo, ni tampoco tiene paralelo la manera insidiosa y letal con la que se ha desarticulado la hermosa obra de la V República, su Constitución Política, la que abrió paso al nacimiento a la República Bolivariana de Venezuela.  
En diciembre del 2015, el pueblo buscó una salida electoral a la crisis. La exMUD literalmente barrió y consiguió una  aplastante mayoría parlamentaria. Los idiotas de la exMUD se enfrascaron en subvertir el orden constitucional y en buscar la salida anticipada y por la fuerza de Maduro. La impaciencia exacerbada, la adherencia al golpismo y al terrorismo callejero, dejó a la MUD y a sus guarimbas postrada y con un capital político dilapidado. Yo no conozco ninguna oposición que sea tan bruta ni tan apátrida como la venezolana.  Cuando estuvieron cerca de llegar a Miraflores no lo hicieron y se dispararon en los pies; buscaron siempre la “salida” violenta, la degollina y el espanto de la muerte. ¿Quiénes han respondido ante la justicia por los más de 100 muertos de uno y otro bando? Lo cierto es que el régimen de Maduro ha alimentado la impunidad de la exMUD y, en un momento álgido de la insurrección, le confirió el privilegio de tener casa por cárcel al terrorista Leopoldo López, mientras el pueblo seguía  languideciendo en las pútridas cárceles venezolanas. El “amor” entre el oficialismo y la oposición derechista es un “amor” sádico, turbio, codependiente, y obsesionado, más allá de todo límite, por el fetiche del poder ilimitado y la cruel fascinación por el complot, la mentira y el puñal.
La pregunta inmemorial es la de saber cómo encuentra el pueblo su propia voz y su propia encarnación,  para superar los abismos en los que ha caído. La degeneración meteórica de la Revolución Bolivariana, y el adefesio de una oposición putchista desarraigada de las masas, son los actores inmediatos visibles en esta contienda electoral. Pero, en el fondo, cada lado tiene un padrino mayor. El de Maduro es la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y el de la derecha es Washington. El gran huérfano, como en casi todas partes, es el pueblo; es la masa dolida la que sufre acéfala de representantes dignos, comprometidos con el bienestar de las grandes mayorías y con fórmulas democráticas creíbles.  ¿Por qué el destino del pueblo trabajador tiene que depender de la ingrata y escondida agenda de sus torturadores? Porque la democracia, con todo y sus limitaciones, tiene sentido cuando existe una fuerza ciudadana capaz de fiscalizar el poder, y de ganarle terreno al abuso de plutócratas y oligarcas. La democracia tiene sentido cuando apunta a la justicia social, a la liberación de energías comunes que tiendan a la inclusión y a la paz. Hay contiendas que se circunscriben a una grosera mueca electoral; como en Honduras, ello no es democracia. La etapa democrática nueva que inauguró la V República ya no existe, fue secuestrada y traicionada por el madurismo, denigrada por la oposición y marcada por el mortal caos callejero. Los sueños de Hugo Chávez Frías fueron cancelados, cremados y enterrados. Designarlo a él “Comandante Eterno”, tan eterno como Kim Il Sung, fue una burda maniobra para disimular la más blasfema traición.
Quisiera tener mejores noticias, algo bueno que decir de las próxima elección venezolana, pero no las encuentro. La elección será una farsa y como farsantes tendrá a sus principales actores. La atmósfera electoral es fría, su paisaje incoloro y ausente de entusiasmo, con un “yo no sé” incrustado en el alma de casi todo venezolano, con la esperanza quizá de que las criptomonedas como el Petro los saquen de la angustia psicológica y material, quizá con la ilusión de que al igual que Cuba puedan resistir las maldades del imperio, o quizá haciéndose de la idea de que no hay otro camino para salir a flote que el de hipotecar la soberanía nacional, gravando al poder extranjero el petróleo y los minerales, como alegremente lo pregona el madurismo. La alta abstención será el gran aliado de Maduro que de otra forma perdería las elecciones.
Curiosamente la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) no sirvió para nada, sino para contener el furor homicida del enemigo. La ANC fue pintada en su momento como el remedio a todos los males, como si una emanación beata ascendiera de la cabeza de los elegidos para salvar a la patria. La bufonada duró poco, el sainete se lo creyeron pocos o muchos, eso no importa, porque rápidamente la ANC terminó siendo una triste barcaza a la deriva. Desde que el madurismo se hizo del poder, el pueblo venezolano es un pueblo doblemente  secuestrado, porque la llamada oposición también es artífice de tanta catástrofe. Hoy la República Bolivariana de Venezuela no tiene una justicia independiente, tampoco cuenta con un parlamento (la ANC no cuenta) pero sí tiene un poder ejecutivo todopoderoso y sin freno; y eso se llama dictadura. En dos palabras: la República Bolivariana fue desmantelada y saqueada.
Los muertos de toda esta zozobra han muerto en vano, hoy pocos los recuerdan y pronto entrarán al infértil panteón de los olvidados que la molienda del destino no perdona. No existe ninguna razón lúcida para que la vida de un joven sea segada en su aurora, ni razón válida para ofrecer en sacrificio un sinfín de voluntades a maniáticos homicidas. Los pueblos no deben fiarse de las cúpulas,  menos de las arrogantes y todopoderosas, que incitan a la inmolación, al sacrificio colectivo y al suicidio moral y físico. No es el pueblo -menos sus jóvenes- a quien toca ejecutar el hórrido oficio de morir por nada, ni toca al pueblo el alarde de la “gloria” sepulcral para exhalar un viva a la oligarquía, a los gendarmes del partido y a las sotanas pestilentes. No debe ser, es inaudito,  que el pueblo marche al son de “viva mi muerte, viva mi entierro”.
Yo pienso, cuando analizo estas tragedias, en el ser humano de carne y hueso, en el ser humano limitado por las circunstancias y el tiempo, en el ser humano que nace una vez y cuya existencia siempre es corta, porque morir sin gracia por un puñado de consignas es un horror.  El ser humano común vive de su trabajo, de su industriosa labor, y no de las consignas. El madurismo es el reino de las consignas huecas. Una consigna -especialmente si es de “izquierda”- puede reconfortarnos por un tiempo, pero al cabo del mismo no produce comida, no produce salud ni techo ni educación ni  dignidad. El reino de las consignas tiene su límite y dicho límite es la cruda realidad, la realidad de hacer largas colas para comprar unos cuantos huevos, azúcar y carne, cuando hay, y regresar a casa con poco salario o sin el salario. El reino de las consignas se desvanece cuando no hay insulina para el diabético, ni píldoras para el hipertenso ni para el canceroso, cuando se interrumpe el tratamiento de los infectados con el VIH. Las consignas se terminan cuando se cuentan en cientos los fármacos esenciales ausentes del dispensario. No son las sanciones del imperio, ni una supuesta guerra económica liderada por los bachaqueros y el oscurísimo “dollar today”, las causas de la debacle venezolana; más bien, dichos males son producto de la desastrosa gestión económica y política del madurismo.
Me ha causado tristeza constatar que la mayoría de la izquierda, que se supone empática con el pueblo y sus malos momentos, no tenga la sensibilidad para identificarse con el sufrimiento y las necesidades de los que menos tienen en Venezuela. Esa izquierda, que desafortunadamente es casi toda, legitima el oprobio que todavía se expande entre los trabajadores venezolanos. Es una izquierda que confunde la justicia con las contradicciones que existen entre la boliburguesía y el imperio.  El antiyanquismo no debe ser la vara para medir el talante democrático y social de un gobierno, porque el imperio ha tenido y tiene adversarios que no son una lacra. Que Maduro y Trump no se quieran no es suficiente para deducir que el venezolano sea la personificación de lo justo y libre. La izquierda si es izquierda parte del pueblo, escucha al pueblo y actúa junto al pueblo, sin ser incondicional del gobernante de turno, aunque se diga socialista. La etiqueta no describe, con frecuencia, la realidad de un fenómeno social, ni el fenómeno social será siempre el mismo, al extremo de que una identidad puede degenerar en otra opuesta a la original. Y el madurismo es eso, una degeneración y falsificación del chavismo.  La izquierda no será una luz en lo caminos oscuros de la vida sino se reconcilia con la realidad, es decir, con la vocación de estar con los de abajo, con el quejumbroso pueblo y sus sueños, sin hipotecar ninguna lealtad con el poder político establecido, siempre cambiante y contradictorio, siempre ofreciendo bozales y parcelas. La vocación natural de la izquierda es la de ser oposición aunque su dirigencia llegue al poder, porque la moral de un movimiento progresista debe almacenar, para cuando se requiera, su capacidad analítica de discernimiento y su compromiso fiscalizador del poder. Las revoluciones, los cambios radicales, duran poco con sus promesas de democracia y libertad, pero se esfuman en un santiamén si no hay oposición, si no hay una brava fiscalización.
El tiempo se le acaba a Nicolás Maduro, su margen de maniobra se achica, y desesperadamente necesita de un acuerdo con los Estados Unidos. ¿Qué o a quiénes podrá sacrificar para salvar su sobrevivencia? Lo cierto es que todo trato con el imperio implica un sacrificio humano, quizá económico, como intercambio de un posible  pacto. Maduro ha sido consistente en buscar la llave maestra que le abra las puertas de un compromiso con Washington. Con Trump ha querido reunirse, “en Caracas o en Washington” al decir del venezolano y hasta ahora sin éxito. En todas estas andanzas el interés del pueblo no cuenta. Por eso digo que el pueblo le debe ser egoísta de sí mismo, egoísta de su cuerpo físico y mental, egoísta frente al poder y la manipulación, y egoísta frente a la verborrea de quien vive en lujos y exige sacrificios. La solidaridad, la ternura y el desapego son virtudes de otra geografía emocional, de otra geografía social que no entiende ni vive de conciliábulos rastreros como los que exhibe el régimen madurista y su apestosa contraparte.   
La OEA va de mal a peor. Luis Almagro, su secretario general, es parte de la misma odiosa comparsa, liderada por la pústula de Felipe González, que dejó totalmente tirada en la polvorosa el oficio de la diplomacia y que debió  ser ejercido con tacto, prudencia y ecuanimidad. Con Venezuela ello no ocurrió. Cuando la violencia arreció, cuando alcanzó su cresta, Almagro le pidió con estulticia solamente a una de las partes cesar la violencia. En la crisis política venezolana todos los sectores políticos de peso son culpables, ninguno es inocente y muchos deberían estar en la cárcel. La política venezolana es un combo heterogéneo de falsedad e inequidad. La OEA se convirtió en un vulgar anexo del decorado de Trump, y fue incapaz de sostener un criterio balanceado, justo e independiente. Eso no debe ser del todo.  Venezuela no puede convertirse en otra Siria o en otra Libia. Es responsable contribuir a impedir la intervención militar extranjera en dicho país. Así como la OEA no atendió con probidad la crisis humanitaria venezolana, tampoco ha sido decente en ocuparse de la terrible violencia y violación a los derechos humanos que desangra a Honduras, México y Colombia.
El petróleo, y el poder exorbitante que concede el control del petróleo, es lo que de implícito hay siempre en cualquier elección venezolana. Decir que el madurismo no supo administrar dicho poder es una afirmación inocente o tonta, porque la cuadrilla de granujas que se apoderó de PDVSA se dedicó a robar y a blanquear capitales. En la Banca Privada D’Andorra se blanquearon, aun en tiempos de Chávez, probablemente a sus espaldas, 2 billones de Euros, con 11 cuentas secretas entre el 2007 y el 2014, como resultado de comisiones petroleras ilegales recibidas de empresas chinas. Luego del destape, las compañías chinas siguieron abonando en Panamá. Diego Salazar, empresario y primo de Rafael Ramírez, es uno de los recién arrestados por orden por el Fiscal General, Saab, porque algunos y no todos, tienen que pagar una corrupción que ya no hay cómo ocultar y que peligrosamente le está pasando la factura al madurismo.
El petróleo no es del pueblo, los partidos políticos no son del pueblo, y las próximas elecciones tendrán el defecto de condicionar la voluntad ciudadana al maltrato del hambre, la escasez, el temor y el desasosiego. El “carné de la patria” y el carné del PSUV, exigidos para sobrevivir en medio de tanta calamidad, demuestra la proclividad totalitaria de Maduro y sus secuaces. Las elecciones -con o sin participación de todas las toldas oligarcas- serán una payasada y una guerra de posiciones entre el oficialismo y sus enemigos. Al pueblo no hay nadie quien le escriba. Las borrascosas cumbres del poder no le ofrecen nada bueno a los venezolanos comunes, solo dolor y humillación.