lunes, 14 de mayo de 2018

El fondo de las proximas elecciones en Venezuela

Tarek William Saab fue quien me convenció que hoy bajo el madurismo, y ayer bajo el chavismo, que un grupúsculo burgués venía formándose en las oscuras artes de la cleptomanía. Saab, no es un tipo que me cae mal; como Fiscal General él ha hecho posible encauzar arrestos y acusaciones en contra de altos jerarcas del chavismo que en sigilo robaban de la renta petrolera.  La historia se remonta muy atrás.
Eulogio del Pino, exministro de Petróleo de Venezuela y Nelson Martínez. expresidente de PDVSA, fueron arrestados hace escasamente 7 meses, junto a otros 65 gerentes de la industria petrolera, de los cuales 16 correspondieron a altos mandos. Jose Pereira, entonces todavía presidente de Citgo, fue arrestado junto a la plana mayor de dicha compañía, la mayor sucursal de PDVSA en el exterior. Rafael Dario Ramirez Carreño, un pez gordo del chavismo, hasta hace poco tiempo exembajador de Maduro ante las Naciones Unidas, expresidente de PDVSA (2004-2014) y exministro de Energía (2002-2014), hombre de confianza del expresidente Chávez, y hoy con paradero desconocido y prófugo, con una orden internacional de detención. Según Saab,  solo Rafael Ramírez se robó casi 5 billones de dólares. En fin, cito a Saab: “El daño patrimonial que se le ha hecho a Venezuela a través de estas contrataciones colosales apenas estamos haciéndole las pesquisas puesto que se otorgaron a dedo aproximadamente 41.000 contratos cuyo monto oscila en más de 35.000 millones de dólares.”
Marcelo Odebrecht confirmó recién en enero que la empresa financió las campañas políticas de la oposición venezolana. Los sobornos, 98 millones de dólares, dados a Venezuela  se ubican por detrás de Brasil. La periodista de ultraderecha y exiliada en Miami, Patricia Poleo, ha tildado de “colaboracionistas” con Maduro a Henrique Capriles, Julio Borges, Carlos Ocariz, César Miguel Rondón, y a Marta Colomina. “Los dirigentes opositores tienen un juego macabro para hambrear al país con tal de lograr sus cometidos personales y su cuota de poder.”, manifestó Poleo en octubre del año pasado, cuando también denunció por lo mismo a Freddy Guevara, Ramos Allup y Leopoldo López.  La semana pasada fueron detenidos 11 ejecutivos de Banesco, la principal corporación bancaria de Venezuela. La “Operación Manos de Papel”, trata de un supuesto plan de la entidad bancaria para instalar un sistema financiero paralelo capaz de establecer el valor del dólar respecto al bolívar.
Como se ve en Venezuela el poder -el oficial y el fáctico-  huele a podrido. Lo digo porque es lo que acepta el oficialista Fiscal General. Lo que no sé son los límites que se ha o que le han impuesto a él. Porque en situaciones de canibalismo político la justicia es innoble y discrimina a muerte, devora lo que puede y negocia lo que sobra. Y lo que sobra es todavía astronómico, tanto que hay cosas que se deciden fuera de la elecciones, a puerta cerrada y debajo de la mesa. Gustavo Cisneros, Lorenzo Mendoza y Juan Carlos Escotet, los 3 oligarcas más ricos de Venezuela lo tienen garantizado.
El próximo 20 de mayo, Venezuela irá a unas elecciones generales. Las mismas no son otra cosa que una avenida sin salida para el pueblo, pues lo que en el fondo se discute es cómo lograr estabilidad y paz para sus oligarcas. Lo que se discute se hace de manera ruda, puñal en mano, con intriga y trampa, pero nunca perdiendo de vista sus propios intereses de clase, para lo cual también necesitan manipular a las masas, además de ofrecer ellas los muertos. Porque la extinta MUD, hoy reconvertida en el Frente Amplio Venezuela Libre, se siente incapaz de poner una cara en los próximos comicios, y la voz principal de la oposición que participa en esta odiosa fullería, la de Henri Falcón, exMUD, tomó la  decisión de competir. Hizo “bien” porque, a pesar de los condicionamientos clientelistas de Maduro sobre las elecciones, en la realidad existe un espacio público de denuncia que no es nada despreciable. Falcón, también exchavista, es una voz que rompe con la cacofonía oficialista del PSUV. La gran tragedia de Venezuela es que ha tenido una oposición política nefasta y cobarde, filoterrorista y filofascista, enchufada al garrote de Trump e incapaz de articular la voz del pueblo porque no es su vocación natural ni su intención. Fueron delincuentes a sueldo, pagados por Freddy Guevara y quién sabe cuántos más, quienes desaforados empezaron a quemar gente y darle un vuelco macabro a la justas demandas del pueblo venezolano. Esta gentuza ahora apretujada en un tal Frente Amplio, merece un repudio total pues ha vivido a sus anchas en Miami y en Madrid, sirviéndose de la tragedia y los dólares que le provee la derecha internacional.
La mafia del PSUV fue más consistente, aguantó, en lo fundamental unida, todo el embate local e internacional al que fue sometida. La vorágine no la consumió porque magistralmente Maduro se sacó un az de la manga: la Asamblea Nacional Constituyente, que cumplió con su único motivo para existir, cual fue desinflar la capacidad de convocatoria de la exMUD y endulzar los oídos de un pueblo ávido de volver a existir bajo previsibles patrones de normalidad. En medio de tanto desquicio, Maduro sobrevivió gracias al apoyo de los militares, de sus generales, que son la columna de seguridad de su gobierno, tanto en lo económico y militar.
La titularidad del Ministerio de la Defensa continúa a cargo del general Padrino López y PDVSA en manos del general Manuel Quevedo Fernández, quien funge además como flamante ministro de Petróleo y Minería, carteras que ponen al descubierto los fuertes intereses comerciales y de seguridad de la alta burocracia castrense y capitalista. El gobierno de Maduro es, en el fondo, el poder de los generales. Esta mancuerna entre civiles y militares, amparada a una supuesta ideología socialista, es el mazo de  una oligarquía de “izquierda”, que tenazmente lidia con el imperialismo estadounidense, imperio que ha tomado bando por la decrépita y ruinosa oligarquía tradicional y que anhela con furia volver al juego del pasado, que le permitió tener acceso libre a la chequera rentista petrolera.
La corruptela de la IV República fue proverbial y bien conocida por una persona mínimamente informada; porque la corrupción y la represión militar de adecos y copeyanos en contra del pueblo fue y es innegable. “Éramos felices y no lo sabíamos”, han escrito los apologistas de la IV República,  para quienes el “Caracazo” fue un viaje en carroza. El “Caracazo” fue una asonada popular justificada y criminalmente reprimida por Carlos Andrés Pérez, en un país donde la corrupción, la inflación, el deterioro de los salarios, la devaluación de la moneda, la deuda externa y la renta petrolera, fueron todos factores arrebatados por un paroxismo sin precedentes; lo mismo ocurre hoy en Venezuela, solamente que multiplicado varias veces en su intensidad y con un lenguaje propagandístico diferente, como si fuera de “izquierda”.  En Venezuela el lenguaje político perdió todo contacto con la realidad, con el mundo inteligible, y con la asociación coherente de conceptos.
El régimen de Maduro oculta las cifras macroeconómicas. Los números se encuentran escondidos pero no las consecuencias hirientes en la población.  Según el FMI, Venezuela podría cerrar el 2018 con una inflación del 13.864%, con una probable contracción económica general del 15% y con una amarga perspectiva para el 2019 de casi un 13,000 % de subida en los precios. La Oficina Internacional de Migraciones (OIM), adscrita a Naciones Unidas, reportó que 1,3 millones de venezolanos dejaron su país para radicarse en otras partes. Hambre, escasez, hiperinflación, violencia criminal y una masiva emigración forzada son el plato de cada día del ciudadano común. Con una industria petrolera por los suelos, dañada e incoherente con sus propios fines capitalistas y para la sobrevivencia del propio gobierno, ha llegado al extremo de arrastrar a Halliburton y Schlumberger, las dos principales contratistas petroleras del orbe, a dar por descontada una pérdida de 1.300 millones de dólares.  
Lo cierto es que los altos cargos del régimen madurista quieren apagar, por todos los medios posibles, el grave incendio que ellos mismos causaron.  Mantenerse en el poder es el “seguro” al que están obligados, porque resulta muy arriesgado bajarse del tigre que amenaza con devorarlos, máxime que el imperio tiene la voluntad y afinados tentáculos para perseguirlos en cualquier parte del mundo. Maduro trató de congraciarse con Trump, a través de una generosa contribución de 500.000 dólares destinada a contribuir al pago de las festividades de asunción al poder del propio magnate. El dinero salió de las arcas de PDVSA a través de su filial Citgo. Trump no mordió el anzuelo y se dejó el dinero.
Le concedo a Nicolás Maduro una verdad que dijo nítidamente: la presente elección es entre nosotros (la camarilla del PSUV, agrego yo) y el imperio. Y ello es totalmente cierto. El oxígeno  mediante la cual respira la oligarquía fascistoide del Frente Amplio (exMUD) y la del opositor, Henri Falcón, principal adversario electoral de Maduro, es el oxígeno material y político que el régimen de Trump le brinda. Se puede decir que la oposición, exceptuando a la minúscula de izquierda y a otras formaciones políticas casi invisibles, es una sucursal de Washington y que necesita  apropiarse de la renta petrolera para beneficio propio y para seguridad del imperio.
Estados Unidos hace lo usual: tratar de mantener las lealtades en orden. En el caso de Venezuela, las preocupaciones de Washington se pusieron en rojo al constatar la política exterior independiente que inauguró el expresidente Hugo Chávez Frías. El populismo de Chávez fue sincero y generoso, pero insuficiente para superar la deformidad estructural que implica depender únicamente del petróleo e insuficiente para extirpar la corruptela solapada de la burocracia parasitaria.  Si comparamos en todos los órdenes los gobiernos de Chávez con el de Maduro, la diferencia es del cielo al infierno. No lo digo solamente porque el Comandante gozó, casi siempre, de precios favorables en el mercado del crudo, sino porque la capacidad inaudita del madurismo para destruir la economía no tiene paralelo, ni tampoco tiene paralelo la manera insidiosa y letal con la que se ha desarticulado la hermosa obra de la V República, su Constitución Política, la que abrió paso al nacimiento a la República Bolivariana de Venezuela.  
En diciembre del 2015, el pueblo buscó una salida electoral a la crisis. La exMUD literalmente barrió y consiguió una  aplastante mayoría parlamentaria. Los idiotas de la exMUD se enfrascaron en subvertir el orden constitucional y en buscar la salida anticipada y por la fuerza de Maduro. La impaciencia exacerbada, la adherencia al golpismo y al terrorismo callejero, dejó a la MUD y a sus guarimbas postrada y con un capital político dilapidado. Yo no conozco ninguna oposición que sea tan bruta ni tan apátrida como la venezolana.  Cuando estuvieron cerca de llegar a Miraflores no lo hicieron y se dispararon en los pies; buscaron siempre la “salida” violenta, la degollina y el espanto de la muerte. ¿Quiénes han respondido ante la justicia por los más de 100 muertos de uno y otro bando? Lo cierto es que el régimen de Maduro ha alimentado la impunidad de la exMUD y, en un momento álgido de la insurrección, le confirió el privilegio de tener casa por cárcel al terrorista Leopoldo López, mientras el pueblo seguía  languideciendo en las pútridas cárceles venezolanas. El “amor” entre el oficialismo y la oposición derechista es un “amor” sádico, turbio, codependiente, y obsesionado, más allá de todo límite, por el fetiche del poder ilimitado y la cruel fascinación por el complot, la mentira y el puñal.
La pregunta inmemorial es la de saber cómo encuentra el pueblo su propia voz y su propia encarnación,  para superar los abismos en los que ha caído. La degeneración meteórica de la Revolución Bolivariana, y el adefesio de una oposición putchista desarraigada de las masas, son los actores inmediatos visibles en esta contienda electoral. Pero, en el fondo, cada lado tiene un padrino mayor. El de Maduro es la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, y el de la derecha es Washington. El gran huérfano, como en casi todas partes, es el pueblo; es la masa dolida la que sufre acéfala de representantes dignos, comprometidos con el bienestar de las grandes mayorías y con fórmulas democráticas creíbles.  ¿Por qué el destino del pueblo trabajador tiene que depender de la ingrata y escondida agenda de sus torturadores? Porque la democracia, con todo y sus limitaciones, tiene sentido cuando existe una fuerza ciudadana capaz de fiscalizar el poder, y de ganarle terreno al abuso de plutócratas y oligarcas. La democracia tiene sentido cuando apunta a la justicia social, a la liberación de energías comunes que tiendan a la inclusión y a la paz. Hay contiendas que se circunscriben a una grosera mueca electoral; como en Honduras, ello no es democracia. La etapa democrática nueva que inauguró la V República ya no existe, fue secuestrada y traicionada por el madurismo, denigrada por la oposición y marcada por el mortal caos callejero. Los sueños de Hugo Chávez Frías fueron cancelados, cremados y enterrados. Designarlo a él “Comandante Eterno”, tan eterno como Kim Il Sung, fue una burda maniobra para disimular la más blasfema traición.
Quisiera tener mejores noticias, algo bueno que decir de las próxima elección venezolana, pero no las encuentro. La elección será una farsa y como farsantes tendrá a sus principales actores. La atmósfera electoral es fría, su paisaje incoloro y ausente de entusiasmo, con un “yo no sé” incrustado en el alma de casi todo venezolano, con la esperanza quizá de que las criptomonedas como el Petro los saquen de la angustia psicológica y material, quizá con la ilusión de que al igual que Cuba puedan resistir las maldades del imperio, o quizá haciéndose de la idea de que no hay otro camino para salir a flote que el de hipotecar la soberanía nacional, gravando al poder extranjero el petróleo y los minerales, como alegremente lo pregona el madurismo. La alta abstención será el gran aliado de Maduro que de otra forma perdería las elecciones.
Curiosamente la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) no sirvió para nada, sino para contener el furor homicida del enemigo. La ANC fue pintada en su momento como el remedio a todos los males, como si una emanación beata ascendiera de la cabeza de los elegidos para salvar a la patria. La bufonada duró poco, el sainete se lo creyeron pocos o muchos, eso no importa, porque rápidamente la ANC terminó siendo una triste barcaza a la deriva. Desde que el madurismo se hizo del poder, el pueblo venezolano es un pueblo doblemente  secuestrado, porque la llamada oposición también es artífice de tanta catástrofe. Hoy la República Bolivariana de Venezuela no tiene una justicia independiente, tampoco cuenta con un parlamento (la ANC no cuenta) pero sí tiene un poder ejecutivo todopoderoso y sin freno; y eso se llama dictadura. En dos palabras: la República Bolivariana fue desmantelada y saqueada.
Los muertos de toda esta zozobra han muerto en vano, hoy pocos los recuerdan y pronto entrarán al infértil panteón de los olvidados que la molienda del destino no perdona. No existe ninguna razón lúcida para que la vida de un joven sea segada en su aurora, ni razón válida para ofrecer en sacrificio un sinfín de voluntades a maniáticos homicidas. Los pueblos no deben fiarse de las cúpulas,  menos de las arrogantes y todopoderosas, que incitan a la inmolación, al sacrificio colectivo y al suicidio moral y físico. No es el pueblo -menos sus jóvenes- a quien toca ejecutar el hórrido oficio de morir por nada, ni toca al pueblo el alarde de la “gloria” sepulcral para exhalar un viva a la oligarquía, a los gendarmes del partido y a las sotanas pestilentes. No debe ser, es inaudito,  que el pueblo marche al son de “viva mi muerte, viva mi entierro”.
Yo pienso, cuando analizo estas tragedias, en el ser humano de carne y hueso, en el ser humano limitado por las circunstancias y el tiempo, en el ser humano que nace una vez y cuya existencia siempre es corta, porque morir sin gracia por un puñado de consignas es un horror.  El ser humano común vive de su trabajo, de su industriosa labor, y no de las consignas. El madurismo es el reino de las consignas huecas. Una consigna -especialmente si es de “izquierda”- puede reconfortarnos por un tiempo, pero al cabo del mismo no produce comida, no produce salud ni techo ni educación ni  dignidad. El reino de las consignas tiene su límite y dicho límite es la cruda realidad, la realidad de hacer largas colas para comprar unos cuantos huevos, azúcar y carne, cuando hay, y regresar a casa con poco salario o sin el salario. El reino de las consignas se desvanece cuando no hay insulina para el diabético, ni píldoras para el hipertenso ni para el canceroso, cuando se interrumpe el tratamiento de los infectados con el VIH. Las consignas se terminan cuando se cuentan en cientos los fármacos esenciales ausentes del dispensario. No son las sanciones del imperio, ni una supuesta guerra económica liderada por los bachaqueros y el oscurísimo “dollar today”, las causas de la debacle venezolana; más bien, dichos males son producto de la desastrosa gestión económica y política del madurismo.
Me ha causado tristeza constatar que la mayoría de la izquierda, que se supone empática con el pueblo y sus malos momentos, no tenga la sensibilidad para identificarse con el sufrimiento y las necesidades de los que menos tienen en Venezuela. Esa izquierda, que desafortunadamente es casi toda, legitima el oprobio que todavía se expande entre los trabajadores venezolanos. Es una izquierda que confunde la justicia con las contradicciones que existen entre la boliburguesía y el imperio.  El antiyanquismo no debe ser la vara para medir el talante democrático y social de un gobierno, porque el imperio ha tenido y tiene adversarios que no son una lacra. Que Maduro y Trump no se quieran no es suficiente para deducir que el venezolano sea la personificación de lo justo y libre. La izquierda si es izquierda parte del pueblo, escucha al pueblo y actúa junto al pueblo, sin ser incondicional del gobernante de turno, aunque se diga socialista. La etiqueta no describe, con frecuencia, la realidad de un fenómeno social, ni el fenómeno social será siempre el mismo, al extremo de que una identidad puede degenerar en otra opuesta a la original. Y el madurismo es eso, una degeneración y falsificación del chavismo.  La izquierda no será una luz en lo caminos oscuros de la vida sino se reconcilia con la realidad, es decir, con la vocación de estar con los de abajo, con el quejumbroso pueblo y sus sueños, sin hipotecar ninguna lealtad con el poder político establecido, siempre cambiante y contradictorio, siempre ofreciendo bozales y parcelas. La vocación natural de la izquierda es la de ser oposición aunque su dirigencia llegue al poder, porque la moral de un movimiento progresista debe almacenar, para cuando se requiera, su capacidad analítica de discernimiento y su compromiso fiscalizador del poder. Las revoluciones, los cambios radicales, duran poco con sus promesas de democracia y libertad, pero se esfuman en un santiamén si no hay oposición, si no hay una brava fiscalización.
El tiempo se le acaba a Nicolás Maduro, su margen de maniobra se achica, y desesperadamente necesita de un acuerdo con los Estados Unidos. ¿Qué o a quiénes podrá sacrificar para salvar su sobrevivencia? Lo cierto es que todo trato con el imperio implica un sacrificio humano, quizá económico, como intercambio de un posible  pacto. Maduro ha sido consistente en buscar la llave maestra que le abra las puertas de un compromiso con Washington. Con Trump ha querido reunirse, “en Caracas o en Washington” al decir del venezolano y hasta ahora sin éxito. En todas estas andanzas el interés del pueblo no cuenta. Por eso digo que el pueblo le debe ser egoísta de sí mismo, egoísta de su cuerpo físico y mental, egoísta frente al poder y la manipulación, y egoísta frente a la verborrea de quien vive en lujos y exige sacrificios. La solidaridad, la ternura y el desapego son virtudes de otra geografía emocional, de otra geografía social que no entiende ni vive de conciliábulos rastreros como los que exhibe el régimen madurista y su apestosa contraparte.   
La OEA va de mal a peor. Luis Almagro, su secretario general, es parte de la misma odiosa comparsa, liderada por la pústula de Felipe González, que dejó totalmente tirada en la polvorosa el oficio de la diplomacia y que debió  ser ejercido con tacto, prudencia y ecuanimidad. Con Venezuela ello no ocurrió. Cuando la violencia arreció, cuando alcanzó su cresta, Almagro le pidió con estulticia solamente a una de las partes cesar la violencia. En la crisis política venezolana todos los sectores políticos de peso son culpables, ninguno es inocente y muchos deberían estar en la cárcel. La política venezolana es un combo heterogéneo de falsedad e inequidad. La OEA se convirtió en un vulgar anexo del decorado de Trump, y fue incapaz de sostener un criterio balanceado, justo e independiente. Eso no debe ser del todo.  Venezuela no puede convertirse en otra Siria o en otra Libia. Es responsable contribuir a impedir la intervención militar extranjera en dicho país. Así como la OEA no atendió con probidad la crisis humanitaria venezolana, tampoco ha sido decente en ocuparse de la terrible violencia y violación a los derechos humanos que desangra a Honduras, México y Colombia.
El petróleo, y el poder exorbitante que concede el control del petróleo, es lo que de implícito hay siempre en cualquier elección venezolana. Decir que el madurismo no supo administrar dicho poder es una afirmación inocente o tonta, porque la cuadrilla de granujas que se apoderó de PDVSA se dedicó a robar y a blanquear capitales. En la Banca Privada D’Andorra se blanquearon, aun en tiempos de Chávez, probablemente a sus espaldas, 2 billones de Euros, con 11 cuentas secretas entre el 2007 y el 2014, como resultado de comisiones petroleras ilegales recibidas de empresas chinas. Luego del destape, las compañías chinas siguieron abonando en Panamá. Diego Salazar, empresario y primo de Rafael Ramírez, es uno de los recién arrestados por orden por el Fiscal General, Saab, porque algunos y no todos, tienen que pagar una corrupción que ya no hay cómo ocultar y que peligrosamente le está pasando la factura al madurismo.
El petróleo no es del pueblo, los partidos políticos no son del pueblo, y las próximas elecciones tendrán el defecto de condicionar la voluntad ciudadana al maltrato del hambre, la escasez, el temor y el desasosiego. El “carné de la patria” y el carné del PSUV, exigidos para sobrevivir en medio de tanta calamidad, demuestra la proclividad totalitaria de Maduro y sus secuaces. Las elecciones -con o sin participación de todas las toldas oligarcas- serán una payasada y una guerra de posiciones entre el oficialismo y sus enemigos. Al pueblo no hay nadie quien le escriba. Las borrascosas cumbres del poder no le ofrecen nada bueno a los venezolanos comunes, solo dolor y humillación.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario