sábado, 16 de marzo de 2019

Celebrando a San Patricio

Hace más de dos décadas cuando por vez primera sentí el aire salino de Boston, en una de esas orillas que quedan mirando al Atlántico frío, muy al norte, casi que de inmediato tuve que encontrarme con lo inevitable: la lucha del pueblo irlandés por su dignidad y liberación del oprobioso yugo británico.
Fue entonces, estando en un pub bebiendo cerveza, cuando inadvertido -casi inocente- deposité en un sombrero un dólar, pensando que era para la banda y su música celta, cuando era en verdad para Sinn Fein. En el Boston de entonces la bandera irlandesa podía ondear a sus anchas, no así la inglesa ni la británica. Incluso, en algún verano, adherí a mi pecho una camiseta que decía “brits out of Ireland”, y las sonrisas de aprobación eran evidentes. Lo de entonces es hoy un anacronismo.
Irlanda fue la colonia más antigua del Imperio, antes que las que tuvo en América, Asia, África y Oceanía. Y también fue la última colonia en liberarse, como siguiendo el imperialismo británico el deber de pagar una deuda tardía que empezó en la propia Europa. Al igual que los judíos y los gitanos, los irlandeses no fueron considerados “blancos”, sino que conforme a la ideología capitalista e imperial británica, se decía que eran “gentes inferiores”.
En el condado donde actualmente vivo, el de Middlesex, se asienta la mayor inmigración irlandesa de todos los Estados Unidos. En 1847 cerca de 35 mil irlandeses llegaron a Boston huyendo de la terrible hambruna. Pero no eran blancos por pálidos que fueran. Eran “inferiores”. El supremacismo blanco sigue siendo una construcción ideológica de opresión que no respeta colores. Irlanda fue un claro ejemplo de ello, maldad que ahora se dirige contra otros pueblos. Trump lo sabe.
Los inmigrantes irlandeses fueron tratados con el odio y el disgusto con el que hoy son tratados los inmigrantes hondureños. Transcurrió un poco más de un siglo para dejar por sentado, en definitiva, una pertenencia “digna” al nuevo imperio estadounidense. 1960 es el año de los irlandeses y de los católicos. John F. Kennedy es electo Presidente. Ni el anticatolicismo protestante, ni los prejuicios étnicos, fueron suficientes para frenar a este plutócrata, hijo distinguido de Boston, ciudad de la cual él fue dos veces Alcalde, y también, representante y senador de Massachusetts.
Saliendo de mi casa, en el corazón de Cambridge, noté a mucha gente vestida inusualmente de verde. Comprando el pan y el café para el desayuno, me percaté de estar en la víspera celebratoria de San Patricio, el hombre que, conforme a la tradición, convirtió a los irlandeses en cristianos. En ningún lugar fuera de Irlanda, como en Boston, esta juerga tiene el mayor significado y que se repite cada 17 de marzo. Sin embargo, detrás de ella, veo más historia.
La lucha en contra del colonialismo yanqui hunde parte de su savia en Irlanda y en Boston. El apóstol de la independencia de Puerto Rico, el emblemático Don Pedro Albizu Campos, vivió en Boston y estudió leyes en Harvard. Fue un hombre dotado de una exquisita cultura, de una sensibilidad extraordinaria y de una prodigiosa oratoria.
Su caminar por el claustro académico de Cambridge fue mejor que notable. Fue en esta geografía donde pasó, en 1919, largas horas con Eamon de Valera, referente indispensable de la causa irlandesa. Don Pedro hizo propio el sentimiento libertario del pueblo irlandés, entendimiento que le permitió solidificar su parecer independentista sobre el dilema colonial de Puerto Rico. Porque la revolución irlandesa de 1916 dejó una imborrable huella en su memoria, tanto como el vivo ejemplo de James Connolly héroe de dicha insurrección.
El joven estudiante -Albizu Campos- hizo suya la causa irlandesa. Fundó en Harvard y en el Boston College los consejos estudiantiles por la independencia de Irlanda. De Valera tuvo en alto su amistad, su aprecio, tanto que al puertorriqueño consultó su opinión sobre un borrador de constitución política para Irlanda. Las paradojas de la historia: hoy Puerto Rico sigue siendo una colonia, mas colonia que antes pero, eso sí, sin que se haya extinguido la flama independentista que sembró, a pesar de su martirio y vil asesinato, el prócer Don Pedro Albizu Campos.
Al ver que en cuestión de horas se acerca la celebración del santo patrono de Irlanda, no puedo dejar de recordar al Batallón de los San Patricios, soldados irlandeses embaucados por hambre en el ejército imperial de los Estados Unidos, en su guerra contra México, la de 1846, y que viendo su propia miseria e injusticia cometida contra los mexicanos, un pueblo también católico y amenazado por un imperio emergente, decidieron cambiar de bandera y combatir hasta las últimas consecuencias por la justicia, y con honor, en suelo mexicano y por México.
Ahora, en tiempos profundamente antinacionales y procoloniales que emergen entre las masas, me sentí invitado a compartir esta corta memoria, quizá antes de entrar a un “pub” para celebrar la ocasión y ver una bandera verde, con tréboles y una arpa, y con una inscripción que dirá: “erin go bragh”.

https://www.elpais.cr/2019/03/16/en-el-dia-de-san-patricio/

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