sábado, 25 de agosto de 2018

Yo les pido perdón

La milla extra se recorre, y con brío se recorre, cuando la justicia nos pide cabalgar, sí, sin desmayo, sus leguas de libertad; mejor todavía, sea cada galope uno de amor y cada bocanada de aire la saciedad de un deber cumplido.
No es que hable bonito, es que soy un hombre sentido, tan sentido como las Cuatro Estaciones de Vivaldi y tan sentido como en los versos del Apóstol Martí: “Yo soy un hombre sincero/De donde crece la palma,/Y antes de morirme quiero/Echar mis versos del alma./Yo vengo de todas partes, Y hacia todas partes: Arte soy entre las artes,/En los montes, montes soy. (...)”

A ti Nicaragua te invoco bendita, madre entre las madres, en las horas agónicas y de llanto que desesperan los alivios de la libertad y el cobijo de la mano amiga. Miro, me empapo, de la tierna mirada, aquí entre flores y arbustos, del niño inocente y la mirada meditabunda de la niña, sin mácula, que el himno de su matria aprendió entre nosotros tal cual las estrofas de nuestro himno mayor.
La vida del inmigrante no es fácil, yo soy uno, y con frecuencia se carga el viacrucis del lamento, la herida y el silencio, como muy adentro, muy recogido y con los ojos cerrados, hecho un puño en el frío del último rincón de donde habita el alma. No solo es el cuerpo, sino también el espíritu. el que resiente, vejación y odio.
¿Quien es uno para juzgar? ¿Quien es uno para pedirle factura moral a toda una nacionalidad? Simplemente es absurdo y purulento. Infame e irracional. Sería tan loco como decir “fuera todos los pecadores de mi país”.
Porque en la familia humana hay buenos hijos, otros, regulares, que son muy bellos e interesantes, y los hay malos y hasta muy malos. ¿No es acaso ello el sello de la historia de la humanidad? ¿No es acaso ello la indeleble marca personal que de común nos hace humanos? ¿No acaso la cultura democrática debe partir de ello para errar menos y pulir la compasión para uno mismo y para el prójimo?
Creer lo contrario es poner a Dios en ridículo y hacer de sus ángeles mercenarios. Creer lo contrario es invitar al sufrimiento y a la degollina, a una danza macabra. Yo le pido perdón a todas las familias nicaragüenses, perdón ante los ojos de sus niñas y de sus niños, ante la inocencia y el vigor del futuro.

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