viernes, 2 de febrero de 2018

DE CRISTIANO A CRISTIANO: CRITICA A LA CANDIDATURA DE FABRICIO




Al escribir estas palabras tengo en mente a un buen número de familiares, amigos y conocidos cristianos que han decidido apoyar a Fabricio. Los respeto y en nada cambiará el afecto que les tengo. Tambien  escribo estas reflexiones porque yo soy un cristiano protestante que toma muy en serio al Dios de la tradición judeo cristiana y conforme a las escrituras Dios único, Dios personal, Dios invisible, Dios histórico, Dios de justicia y, sobre todo, Dios de amor.  Sea, entonces mi juicio, uno sincero, franco, sobre las inconveniencias de la candidatura presidencial  de Fabricio Alvarado.
Estas palabras las escribo con el respeto y la especial consideración que me merecen las hermanas y hermanos de fe en sus múltiples expresiones.  Convencido estoy que la política hoy no nos debe agriar como cristianos, menos sobre bases teológicas, pues al elegir al próximo presidente de nuestro país lo hacemos a título de ser ciudadanos de una república democrática. Y la república nos representa a todos y a todas, creyentes o no. Esta consideración democrática de ciudadanía nos vincula en derechos y deberes que debemos atender con esmero para asegurar la convivencia pacífica, ojalá culta, entre una multitud de credos y diversidades que se enseñorea en el alma nacional.
Como cristiano yo le he pedido a Dios discernimiento para escudriñar que es lo que más le conviene a nuestra nación,  le he pedido su guía a solas, en el ámbito de mi esfera privada y le he pedido inspiración para dilucidar los dilemas en los que un candidato religioso pone a nuestra nación. Es este Dios personal el que me confiere luces de entendimiento conforme a mis aptitudes, conforme a mi conocimiento y conforme a mi potencial para discernir lo correcto de lo errado. Otros cristianos le pedirán consejo a Dios y llegarán a una conclusión opuesta a la mia.  Quizá Fabricio haya orado y no por ello mi oración sea menos que la de él, pues tendrá revelaciones apropiadas para su nivel de sinceridad y experiencia. Este nivel de subjetividad redentora en la doctrina de Cristo hace todavias más peligrosa la incursión de lo religioso en lo político.
De de todas formas, el evangelio de Jesús no es exclusivo de alguien y a todos pertenece; pertenece al rico como al pobre, pertenece a la mujer como al hombre; pertenece al loco como al cuerdo; pertenece al bueno como al malo; pertenece al joven como al viejo; pertenece al transexual como al heterosexual; pertenece al analfabeta como al letrado; pertenece al culto como al inculto; pertenece al asesino como a la víctima’; pertenece a la inocencia como a la malicia; pertenece al justo como al injusto; pertenece al negro y como al blanco; pertenece al sublime como al vulgar. El evangelio de Jesús es como el aire limpio, es de todos y todas, y a nadie pertenece. Así las cosas, ¿cómo es que cualquier persona puede reclamar para sí misma una verdad política basada en el evangelio de Jesús? Ello es imposible, porque la política electoral es lo más parcial imaginable, es lo más mundano e interesado que existe, tan mundano como el poder, la fama y el dinero.  Porque el evangelio de Jesús entra a trabajar en este mundanal ruido, entretejido con nuestras falencias y victorias, pero siempre trascendiendo la estridencia anárquica de nuestro extravío y turbulencia moral. En consecuencia, la teoría política del poder desde el evangelio, contradice las enseñanzas bíblicas del Maestro porque las buenas nuevas son para todos, en todas partes y en todo tiempo.  Dios no tiene un color político y cuando se utiliza el púlpito o la influencia de clérigo para llevar votos a una causa tan temporal y mezquina como es la de la política,  entonces sabremos que dicha tropelía no viene de Dios sino del mundanal ruido.
Dios nunca nos va a decir por cuál candidato votar, nunca se va decidir a favor de nuestro equipo de fútbol en contra de otro. Los cristianos no somos diferentes del resto de los mortales, de hecho las instituciones religiosas -fundamentalmente nuestras iglesias- nos hacen formar parte de la asociación más importante y organizada de pecadores del mundo occidental que busca su redención en el mensaje y la obra  de Cristo. La tentación del poder siempre se encontrará  al acecho en nuestras congregaciones.
Los cristianos no somos ni podemos ser una masa uniforme de autómatas, absolutamente colectivizada.  La metáfora bíblica del pastor con su rebaño debe entenderse como tierna diligencia del cuidador con su grey,  como  mano amorosa de Dios con sus hijas e hijos, y no como sombra impositiva, autoritaria y castigadora. De otra forma no seríamos individuos, de otra manera no pudiéramos tener una relación personal con Dios ni fuéramos la diversidad que somos.
La fe de Cristo no tuvo la intención -y no creo que deba tenerla ahora- de detentar el poder politico, ni de manera indirecta o velada.  Pudo haber sido frustrante ello para los “guerrilleros” judeo-mesiánicos que enfrentaron con métodos radicales al imperio romano, al constatar que otro enfoque, el cristiano, estuviera desligado de la onerosa lucha de liberación respecto de los césares. Ciertamente esta extrañeza tuvo sentido.  En dicha época, periodo de la esclavitud antigua, la política y la religión no se habían diferenciado; la fe y el credo  religioso eran la ideología tanto del oprimido como del opresor.
La teología de Jesús novedosamente se ocupó del alma y del mandamiento de amor para trascender las ingratitudes de nuestra corta estancia en la Tierra.  Al aspirar el cristianismo ser una confesión de fe para todas almas, nace como una prédica de universalidad redentora, es decir, el cristianismo de Jesús está dirigido a cada ser humano en particular, renunciando de antemano a todo poder político en los asuntos públicos. ”Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, es la lapidaria sentencia de Jesús para partir en dos el conocimiento entre lo temporal y lo eterno.
La política se confina a dilucidar el “problema del poder”, desde el único lugar desde donde puede hacerlo: desde las coordenadas de la historia, desde lo finito o lo efímero. La iglesia ha pasado prácticamente su existencia en el lado equivocado de la historia, siendo ella misma poder político con las funestas consecuencias que llevaron a sus instituciones hasta practicar el genocidio.  Las instituciones religiosas deben abandonar cualquier tentación para acariciar los poderes públicos.
No es que el cristiano no pueda opinar de política, ni que se inspire en sus convicciones para tomar una decisión política. Claro que está en su derecho hacerlo. El asunto es Fabricio no es un cristiano cualquiera; es un pastor dirigente nacional de la Alianza Evangélica de nuestro país, un hombre que tiene mucho poder e influencia sobre muchas personas que en él confían como promotor de la palabra de Dios. El es una  alta autoridad religiosa que tiene un prestigio moral entre sus seguidores, sobre el cual se levanta su influencia política. Fabricio ha establecido una relación impropia de autoridad como la relación impropia que puede establecer un profesor con un estudiante; como la relación impropia que podría establecer el Arzobispo de San José con sus feligreses si decidiera ser candidato a la presidencia de la república.
Yo no objeto que Fabricio proponga como ciudadano una agenda electoral conservadora, lo que recuso es el uso de su autoridad clerical para llevar al poder de lo público un dietario de su particular sabor cristiano. Conviene que las instituciones religiosas y del estado convivan en paz y completamente separadas  unas de otras. Este entendimiento protege la libertad de quienes creemos, la libertad de los que no creen y, sobre todo, es un ingrediente esencial para la paz. Por eso mismo, concluyo que el propio engendro del partido Restauración Nacional está viciado por nunca haber considerado la trascendencia histórica de separar lo religioso y lo político en la elección de nuestras autoridades civiles. La laicidad no es un capricho o una extravagancia; la laicidad es un concepto que se fue labrando a raíz de  las infames guerras religiosas. La democracia le puso un freno a la intromisión del clero en los asuntos públicos y se instauró con ello una política secular de estado, piedra de la democracia occidental.
Hoy en día las instituciones religiosas no pueden ni deben funcionar al margen de la democracia.  Nos guste o no el estado debe representar en buena teoría  a todos los ciudadanos por igual, con independencia de credos y no credos.  El estado no debe ser el nido de una buena o mala teología. Es que el estado no debe confesar otra cosa que la democracia y su adhesión a  los principios republicanos del liberalismo político.
Yo le pido a Dios por una contienda electoral que transcurra en paz, para que la misma sea transparente y justa. Nunca le pediría a Dios sus buenos oficios para que gane el candidato de mis simpatías, pues Dios no es una máquina vendedora de dulces. Pero sí le puedo solicitar sabiduría para entender, conforme a mis límites, lo conveniente o lo inconveniente en un proceso político. Con todo respeto, de cristiano a cristiano, debo decirle a Fabricio que me parece inconveniente para el país su candidatura presidencial, porque es una que invita a la fragmentación de nuestra sociedad, a ahondar heridas ya abiertas; porque la suya es una aspiración que hiere el sentido republicano de la democracia. No digo todo esto enojado ni mucho menos, pues estas palabras son el fruto de una mente serena y hasta callada; lo digo porque es mi deber como ciudadano de una república democrática alertar a mis compatriotas sobre el peligro de mezclar política y religión.
(*) Allen Pérez es Abogado

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